VALÈNCIA. Confieso que no puedo dejar de pensar en la final de la Copa del Rey. Este martes tenemos partido de Liga ante el Villarreal. Hay mucho en juego, es cierto, porque ese séptimo puesto que da derecho a regresar a Europa todavía no está decidido. El del Villarreal, además de ser un derbi con la carga de rivalidad que ello conlleva, cobra especial relevancia por muchos motivos. Entre ellos, que el Valencia se enfrenta contra uno de los conjuntos más de moda en el continente por el hecho de haber eliminado al todopoderoso Bayern en la Champions. También anda por ahí Emery, con el plus de morbo que le da al choque, y el recuerdo de pasados enfrentamientos contra los amarillos en los que se hablaba de Germanor, aparecía un tal Honorio para eliminarte de la Copa, o ellos bajaban a Segunda en Mestalla porque Jonas no se enteraba de la película… Pero no pienso en el martes. Lo siento. No voy a hablar del Villarreal. Ni de Unai. No esperen nada de eso en este artículo. Mi cabeza está en otro lado. Yo ya estoy pensando en la final de la Copa del Rey. Para mí, ese es EL PARTIDO.
Huelga decir que una final de Copa es EL PARTIDO por excelencia. Es, sin duda, el encuentro más espectacular de la temporada. Para los románticos del fútbol como yo, es la cita más vibrante y emocionante que esperamos ansiosos todos los años la jugué quien la juegue. Si es el Valencia, pues mucho mejor. Y si la gana…. Ya ni hablamos. Tuve la oportunidad de disfrutar en directo de aquella final de 2003 entre el Mallorca y el Recreativo (3-0) en Elche y me pareció sencillamente espectacular. No la disputaron el Barça y el Madrid, como algunas otras con las que pude deleitarme en Mestalla, ni siquiera el Athletic. Pero el colorido de aquel partido en el Martínez Valero fue inigualable. Ese año el Recre bajó a Segunda división, fue un golpe muy duro para ellos, pero el recuerdo de aquella final de Copa fue inolvidable y todavía hablan de ello sus aficionados. Una final, la ganes o la pierdas, es lo máximo.
Este año el Valencia tiene la oportunidad de volver a disfrutar de una nueva final de Copa. Además del tremendo componente emocional que para los aficionados de Mestalla supone el encuentro, los amantes del fútbol en estado puro (sea cual sea el color de su camiseta), van a poder deleitarse con el gran choque de estilos por excelencia entre el Betis y el Valencia. Eso sí, no le den más vueltas ni entren en debates estériles, el único objetivo es ganar. El partido enfrenta dos concepciones distintas de ver el fútbol. Salvando la dicotomía entre Menotti y Bilardo, la final de Copa nos depara un duelo de banquillos de lo más interesante entre Pellegrini y Bordalás. Al menos eso es lo que se evidencia después de haber visto jugar a ambos equipos en lo que va de temporada y lo que reflejan esos datos objetivos llamados estadísticas.
El Betis se presentará en La Cartuja con la vitola de ser un equipo de los llamados ofensivos. Es el segundo que más remata a la portería rival por partido (14 de media) y el cuarto de LaLiga que más goles ha marcado. Además, los verdiblancos destacan por ser los quintos que más precisión tienen en sus pases y cuenta entre sus filas con Fekir (tercer rematador) y a Juanmi, pichichi nacional. Casi nada. El Valencia, por su parte, llega a la final con el sambenito de ser un equipo defensivo y agresivo. Es cierto que es el conjunto que más faltas comete de LaLiga y el que más amarillas acumula, pero en esto del fútbol hasta el City de Guardiola pierde tiempo… Aún así, sigo manteniendo que veo al Valencia con muchas opciones. Somos el séptimo máximo goleador del campeonato, el segundo a balón parado, y tenemos jugadores desequilibrares como Soler o Guedes que llevan pensando en este partido mucho tiempo. Veremos lo que sucede en Sevilla. Pero hay PARTIDO. Con mayúsculas