Hoy es 13 de octubre
Pero por si acaso, ganemos al Málaga y cojamos altura de vuelo. Para no sacar antes de hora los chalecos salvavidas...
VALENCIA. En aviación, el punto de no retorno es aquel punto en un vuelo en el que, debido al consumo de combustible, un avión ya no es capaz de volver a su aeropuerto de origen. Después de pasar el punto de no retorno, el avión no tiene más opción que seguir a algún otro destino. Cuando se alcanza el citado punto el compromiso es muy importante. Si se ha de regresar al aeropuerto de partida, el punto de no retorno determinará la máxima distancia a la que nos podemos alejar de él. Pues bien, el Valencia está muy cerca de ese punto.
El equipo ha despegado con alguna dificultad que otra pero el vuelo está siendo relativamente cómodo, intuyendo que no se exprimen al máximo los motores, aunque con alguna turbulencia. Pero es ahora, cuando la velocidad de crucero es alta y los motores van a ponerse en breve a la máxima potencia, cuando hay que decidir. El aeropuerto de destino está claro clarísimo. Nos toca decidir y definir si hemos de hacer escalas o no para conseguirlo.
En estos parones de selecciones nos hemos fijado, España al margen, en selecciones como Bélgica o Rusia, buscando el recoveco detalle que nos erija victoriosos en los debates de barra de bar, donde se miden los caballeros en el noble y denostado arte de la fanfarronería. En las barras todos somos economistas mejores que Lacalle, médicos mejores que Cavadas o entrenadores mejores que Nuno. Y de paso, candidatos perfectos a ese -parece- amortizado puesto que es el secretariado técnico, que tanto lustre le otorgó Paseguito, con dos de los mejores de todos lo tiempos, Kempes y Mijatovic.
Llegados a este momento, donde prácticamente vamos a jugar un partido cada tres días, el grupo ha de mirarse a los ojitos y decidir el destino de este avión llamado Valencia. El resultado de los próximos partidos, dos de liga y uno de Champions, será casi definitivo para encarar el mes de Todos los Santos con moderada tranquilidad y poder tener más margen de actuación y no pulular como muertos vivientes, sin otro aliciente que el arrastrarse buscando un triste cacho de carne cruda con el que saciar la insípida hambruna. Lejanos en la memoria pero cercanos en el tiempo quedan aquellos días donde la afición se separó de la cancha, ocupando la silla con desgana y dispuestos a criticar sin medida y con inquina, como Risto Mejide en un talent-show. Y esa es la madre del cordero. Si no hay conexión, si el equipo no enamora, la grada pasa, se convierte en inerte y ya puede Draper venir con Oliver y Benji debajo del brazo que la cosa se descoserá por inercia.
Que esa es otra. Por mucho que el japonés vaya como una moto (perdón), un porcentaje de los silbidos a Nuno han venido precisamente por anteponer supuestos intereses comerciales sobre los intereses deportivos a la hora de confeccionar el once. Si le han caído chuzos de punta a Rodrigo, no quiero pensar que diría Mestalla al ver que un japonés que viene de no rascar bola en el Milan rossonero nos sale más guapo que buen pelotero, pareado incorporado. Aunque quizá, de repente, la grada se vuelve estadista y asume que el bien comercial pide hijos del sushi corriendo la banda para que la Catarroja nipona lleve camisetas del Valencia, mientras la Catarroja de aquí busca zamarras blaugranas, colchoneras o merengues.
Lo bien cierto es que el punto de no retorno está cerca, concretamente en la cancha del Atlético Aviación, para más gloría de la metáfora de este que les escribe. Y bueno, si la cosa no cuaja bien y nos toca aterrizaje de emergencia en aeropuertos de enero, no será lo adecuado, pero no nos quedará otra. Y tal vez, en el motociclismo y en el caviar ruso estén las soluciones.
Pero por si acaso, ganemos al Málaga y cojamos altura de vuelo. Para no sacar antes de hora los chalecos salvavidas.