Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. Lo he dicho muchas veces e incluso escribí un libro, hace ya ocho años y medio, que desarrollaba la tesis de que la principal característica de la afición valencianista es la rapidez con la que pasa de la euforia al desencanto, del “Ja tenim equip” al “Mira que són roïns”. Aquel libro, titulado como la frase que ejemplifica el punto más alto de exultación, fue escrito en los tiempos en que Twitter era una red social que daba sus primeros pasos en pañales, sin hacer sospechar que, en menos de un decenio, se convertiría en un arma de destrucción masiva. Por lo tanto, esa bipolaridad que hace transitar al aficionado del Valencia entre el “fanfarroneo” del que hablaba Javier Marías y el pesimismo recalcitrante, entre pensar que su equipo le ganará a cualquiera y temer que pierda contra el rival más débil y ridículo, se manifestaba principalmente en la calle y en las gradas de Mestalla.
La tecnología, sin embargo, nos ha introducido, casi sin darnos cuenta, en un foro en el que se discute sobre cualquier nimiedad, se polemiza sobre temas que no tienen recorrido y se opina sin filtros. Tener un TL compuesto primordialmente por seguidores del Valencia es como una montaña rusa, una atracción de parque temático que te sube la adrenalina o te deja en estado depresivo con muy poco espacio de tiempo de diferencia. Y eso que a todos tenemos un sentimiento común por los mismos colores.
Este año es especialmente divertido asistir a ese carrusel emocional. Ya sabéis, el Centenario, la obligación de lograr una gesta once años después de la última gran alegría, la ilusión en una temporada que se iniciaba en la Champions y con expectativas de hacer un buen papel en la liga... Y, con el inicio de temporada titubeante, se desencadena la furia de los tuiteros, que piden la ejecución pública de Marcelino, de Alemany, de Murthy y de una buena parte de la plantilla, encabezada por Parejo y Rodrigo. Como si fuera uno de esos recordatorios estúpidos que tienes en el móvil, las imágenes de Parejo de fiesta se van repitiendo de manera cíclica, como si la juerga que se metió en el pasado afectara a su rendimiento presente. Ya se sabe que, en la sociedad contemporánea, los errores perduran más que las virtudes.
Pero en el 2019 todo cambia y el equipo empieza a ganar. La infame turba de tuiteros cambia de parecer como Groucho Marx cambiaba de principios y empieza a alabar la excelente planificación de Marcelino, la paciencia de los directivos por creer en el proyecto y la magnificencia de los futbolistas, convertidos ahora en héroes, con Parejo y Rodrigo como estandartes de un equipo que va como un cohete a por el doblete y la clasificación directa para la Champions. Las imágenes de Parejo de fiesta desaparecen de las redes. Donde dije digo, digo Diego, con la salvedad de que en internet todo queda impreso, con las leyendas de 'El hombre que mató a Liberty Valance'.
Y llega la semana fantástica (no la de El Corte Inglés, precisamente) en la que el Valencia se juega parte de sus opciones de meterse en la Liga de Campeones contra dos rivales de postín: Sevilla y Real Madrid. El equipo sale airoso de tal empresa y suma seis puntos que lo colocan a uno de la meta. El tuiterismo valencianista respira felicidad y va sobrado de elogios hacia todos e incluso de un aire de superioridad moral hacia los vencidos en la semana. De nuevo, “Ja tenim equip”.
Hasta que llega el partido del Rayo, un equipo con el agua al cuello y con el siempre imprevisible Paco Jémez al frente, y el Valencia cae. De la misma manera que cayó en Getafe, Madrid o Vitoria, desperdiciando sus ocasiones y cometiendo errores defensivos fatales. Vuelve a Twitter la inquina, el “Mira que són roïns”, nada de lo que se ha logrado en esa remontada imparable sirve para nada, Parejo Rodrigo vuelven a ser unos tuercebotas y Marcelino, un patán.
Queda un máximo de 13 partidos (ojalá que sean 13 y no 12 o 10) para que acabe la temporada. 13 partidos para que el valencianismo tuitero cambie de idea cada tres o cuatro días, para que los jugadores sean media docena de veces un desastre y otra media para que sean unos fenómenos, para que Marcelino sea unos días el mejor entrenador y otros merezca la destitución fulminante. Y en esta sublimación de la futilidad del fútbol, en el que solo vale lo último que has hecho sin reparar en la trayectoria de una temporada, lo que cuenta es siempre el último resultado, el que perdura siempre es el último tuit.