Hoy es 13 de octubre
VALÈNCIA. La falta de respeto que se le tiene, desde cualquier lado del planeta fútbol, al Valencia CF, es gracias, como sabemos, a la excelente gestión de Meriton Holdgins: Propietario.
Burlarse de nuestra plantilla y técnico, de nuestra identidad como equipo, de nuestra potestad como club, de nuestras leyendas (recuerdo el menosprecio que un tal Dani García, de profesión futbolista del montón, hizo del gran Ricardo Arias), de nuestro carácter sobre el césped, de nuestra dignidad, etc. sale barato. Sale muy barato, si nos ponemos algo más realistas: resulta fácil atizarle al equipo de Bordalás cuando, en sus horas bajas, no has sido capaz de ganarle, pues tampoco olvidemos que el mejor Betis de los últimos veinte años tuvo que ir a los penaltis en la Copa contra una de las peores plantillas valencianistas de los últimos veinte años también.
A José Bordalás le toca, en cada rueda de prensa, hacer un alegato en defensa propia: ya no basta la mofa permanente que sufrimos en cada estadio; tampoco que la estúpida política comunicativa del club entienda que a base de tuits la cosa se arregla y todo el mundo se echa a temblar con lo que digan sus comunicados oficiales. Personalmente, todo comunicado oficial del Valencia CF me lo paso por el forro, así de claro. Estoy harto de la mediocridad que está detrás de todo esto: carecen de empatía, de categoría, de experiencia, de conocimiento, de nobleza, de valencianismo, de honestidad, de sentiment, etc.
El técnico debe salir a defender ya no una idea de equipo, sino una idea de club, con la que, por otro lado, no comulga. Esto desgasta, absorbe, lima voluntades y, sobre todo, distrae en lo que debería de ser su única tarea: pensar cómo vencer al próximo rival.
Mientras Bordalás tiene que estar saliendo a dar la cara, no está preparando a su equipo a defender, decentemente, a balón parado, donde podemos ver, partido a partido, la increíble laguna defensiva que tiene este equipo: nos rematan todo, todos, todo el tiempo. No puede ver tampoco la escasa participación del equipo en ataque, la insolidaria actitud de los que juegan con quien tiene el balón, la toma muy errónea, casi siempre, de decisiones en el último pase, la falta de calidad para encontrar compañeros dentro del área, la desaparición inexplicable de Brian Gil, las intermitencias de Hugo Duro, la engañifa de Marcos André, la desconexión de Hélder Costa, la nulidad de Cheryshev, la desquiciante toma de decisiones de Yunus Musah, el lamentable fichaje de Cömert, el adiós cantado de Alderete, el histriónico Diakhaby, ¿sigo? Pues todo esto no se puede preguntar porque el técnico está respondiendo cosas de su futuro, de club, de la gestión global, del fallido proyecto deportivo, etc.
Detrás de la cobardía mediática de Murthy y Corona, está su silencio cómplice y lesivo para el Valencia CF. Sin excepción, son lo peor que ha pasado por Valencia tras Peter Lim. Los tres resultan ser una trinidad diabólica, que sangra al club, trayendo jugadores carentes de nivel, bloqueando operaciones necesarias, aportando listas de futbolistas lamentables, haciendo informes que poco miran ya no solo las posibles prestaciones del jugador (para ser vendido, claro, no para rendir en el campo), sino también su entorno, su madurez personal, etc. Ni les interesa ni les importa, porque Lim, desde su lejanía despótica, hace y deshace a pesar de los lametones condescendientes que los otros le dan: ande yo caliente, ríase la gente que decía Luis de Góngora en su romancillo, hace ya unos cuantos siglos.
Pero la bajeza del club es tal que uno se calienta sin poder reírse de la gente: de ahí los calentones del técnico, de ahí que el valencianismo nos calentemos por cómo se ríen, en cambio, de nosotros.
Incluso os contaré el cuentecillo popular de los sastres y el rey presumido: había una vez, un rey y su séquito que querían llevar el traje más especial que hubiese. Ningún sastre les satisfacía, pero llegaron al reino unos granujas que se hicieron pasar por grandes maestros (en concreto dos, valgan las coincidencias) y dejaron al rey en calzoncillos alegando que quien no viera el traje es que era necio. Salió a pasear el monarca, tieso y despótico, por las calles, en cueros, mientras le gente se reía del engaño más que notorio. El rey pensó qué necios eran aquellos que se reían, pues no veían el traje tan especial que llevaba encima. Todo fue un burdo engaño y el Rey quedó como el más estúpido de todos, creyéndose, en cambio, el más listo de los que por allí pasaba. Perdió toda credibilidad entre su pueblo y los granujas, en cambio, acabaron marchándose con los bolsillos llenos, tras haber urdido un plan deshonesto.
Léase el cuento antes de irse a la cama. Déjenlo fuera del alcance de los niños. Alargarlo puede crear somnolencia o insomnio, depende del grado de preocupación que tengas. Seguro que tendrá efectos secundarios tales como colitis rememorística de familiares o terceros, descenso deportivo y/o administrativo, mediocridad permanente, deriva en la mitad de la tabla, falta de calidad en las jugadas, etc.
Ya, si eso, que cada cual se haga sus cábalas solo en defensa propia, como lo hace nuestro míster, al que, a pesar de sus errores, no puedo criticarle, pues bastante está haciendo con todo esto. ¡Mira, por ahí va, de terraza en terraza, un séquito de aristócratas en calzoncillos…!