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Ese Perro enamorado... de sí mismo

4/05/2024 - 

Se pueden decir muchas cosas de Pedro Sánchez, pero a estas alturas no se puede negar que no engaña a nadie: desde el minuto uno, Sánchez ha demostrado su afán por engañar a todo el mundo. No engaña a nadie porque ha engañado a todos, no una, sino muchas veces. Desde que se presentó en sociedad como "avatar" de Susana Díaz para vencer en unas primarias posteriores a la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, en 2014 (poco después de la aparición de Podemos en el panorama político y de la abdicación de Juan Carlos I), Sánchez ha sido coherente en una trayectoria basada en hacer promesas, soflamas y afirmaciones categóricas que luego se lleva el viento. 

Porque Sánchez tiene los principios que gusten a su audiencia y si no, tiene otros, como Groucho Marx. Al gusto del consumidor. Pacta o intenta pactar con Ciudadanos, centro-derecha hiperespañolista, pero sin ningún problema puede pactar también con la "izquierda transformadora" de Podemos y con partidos independentistas. Promete reformar la financiación autonómica todos los meses y luego no hace nada de nada. Convoca y desconvoca elecciones a un ritmo frenético. Lo mismo quiere meter en la cárcel a los independentistas catalanes que sacarles de ella; pelillos a la mar. 

Eso sí: siempre, siempre, siempre, con un principio rector inmutable: acceder al poder, primero, y permanecer en él, después. Un principio que explica toda la carrera de Pedro Sánchez, desde el inicio hasta la actualidad, y que le ha llevado a donde está (la presidencia del Gobierno), pero también en las condiciones en la que está: pactando con unos y con otros, haciendo promesas y desdiciéndose de ellas cuando sea necesario, y contribuyendo no poco a la polarización política y del debate público. 

Por ese motivo, resultó tan sorprendente la publicación en la red social X de una "carta a la ciudadanía" en la que el presidente amagaba con dimitirPero no lo hacía de cualquier manera, sino que abría un "periodo de reflexión" para decidir si la llevaba a cabo o no, mientras apuntaba a la desinformación y los bulos contra su mujer, Begoña Gómez, de quien estaba "profundamente enamorado", como motivo de esta sorprendente decisión.

Pedro Sánchez comparece en el Complejo de la Moncloa, a 29 de abril de 2024. Foto: MONCLOA

Pues bien: tras cinco días de show y tras demostrar que Sánchez sabe guardar un secreto y no filtrar nada a la prensa ni a sus compañeros de partido o gente de confianza, podemos asentar algunas conclusiones que clarifican el panorama:

- Pedro Sánchez está muy preocupado por la desinformación y la máquina del fango... porque le afecta a su mujer, lo cual es lo mismo que decir, políticamente, que le afecta a él. Una vez le tocan a él, es capaz de montar un follón gigantesco y de resolución confusa. Pero hasta la fecha era un problema que se solventaba con un par de frases bienintencionadas y propósito de enmienda, a su vez síntoma inequívoco, en Pedro Sánchez, de que no piensa hacer nada de nada. En cambio, ahora sí que parece que pretende hacer algo. ¿Qué? Pues no está muy claro. Desde rascar un par de escaños en las inminentes elecciones catalanas, hasta intervenir determinados medios que difunden desinformación contra Pedro Sánchez, pasando por simplemente identificar sus fuentes de financiación. 

- Al poner el foco sobre dicho fango, Sánchez también lo ha hecho sobre las actividades de su mujer. Y, si bien parece evidente que no hay nada punible ahí en términos legales y que la judicialización de las actividades de Begoña Gómez por parte de un juez conservador no parece un ejemplo prístino de independencia judicial, eso no significa que las mencionadas actividades de la mujer del presidente del Gobierno estén exentas de crítica. Porque no es muy elegante que ésta se dedique a conseguir prebendas de empresas españolas, o una cátedra específica de una Universidad (que no la convierte en catedrática, sino en gestora de unos fondos anuales y de un máster en virtud de unos méritos hasta entonces ocultos), cuando es más que evidente que todo esto le llega, en buena medida al menos, por su vinculación con el presidente.

- También queda claro con esto que a Sánchez cualquier cosa le vale para conseguir un efecto político. Y que ni siquiera se molesta demasiado en disimularlo. Porque uno podía pensar que el presidente dimitiría o que seguiría en el cargo. Pero, si se apostaba por esto último, lo que al menos habría es algún tipo de anuncio o decisión relevante (someterse a una moción de confianza, anunciar que no se presentaría a la reelección, ...) que justificase el show organizado. En cambio, nos encontramos con una no-dimisión de ejecución chapucera, ventilada rápidamente y sin demasiadas explicaciones... y hasta la próxima acrobacia política.

Concentración en la calle de Ferraz en apoyo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Foto: A. PÉREZ MECA/EP

- Por último, hemos asistido a un monumental ejercicio de vanidad y egolatría por parte del presidente, que considera normal hacernos partícipes de este tipo de reflexiones teóricamente pre-dimisionarias, y que nos explica que si finalmente ha decidido no dimitir es por las impresionantes muestras de adhesión de la gente. ¿Qué gente? Pues su gente, la del PSOE, que efectivamente se manifestó en Ferraz el pasado sábado. Por adhesión a él, al partido, o al cargo, o a la expectativa de tenerlo; no lo sabemos. Tampoco fueron tan impresionantes ni multitudinarias estas manifestaciones de apego como vende el presidente, pero sí reveladoras de cómo se ve a sí mismo el personaje, que se sacrifica por todos nosotros y decide seguir una vez vistas las concentraciones en su favor, organizadas y orquestadas desde su partido.

En resumen: no está claro por qué Sánchez ha hecho lo que ha hecho. Sí parece evidente que no lo meditó demasiado ni se trataba de una estrategia orquestada con sus asesores. Pero sí de algún tipo de estrategia que buscaba, visto lo visto, un efecto electoral. Es decir: como siempre.

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