opinión

Finales de los 70, comienzos de los 80

19/10/2018 - 

VALÈNCIA. Lo ha dicho Jürgen Klopp y yo siempre confío en un tipo que tiene pinta de canalla irredento de los 80: "La UEFA Nations League es la competición más absurda del mundo del fútbol". No solo es absurda porque nadie sepa exactamente cómo funciona, ni porque no sirva más que para cargar de partidos estúpidos las piernas de los futbolistas, sino porque las ventanas que abre en el calendario solo sirven para alimentar polémicas idiotas.

Por estos pagos, en estas dos semanas de penitencia sin liga, hemos fabricado dos. La más sonada, por ridícula, tiene que ver con un partido de segunda B, con un quítame-allá-estas-entradas y con una guerra ancestral que estaba larvada y que ha acabado saliendo a la superficie: la que ha enfrentado históricamente a Valencia y Hércules, a las ciudades de Alicante y Valencia. No voy a meterme en charcos cuya profundidad y capacidad para salpicar desconozco, así que prefiero remitirme al texto que publicó hace unos días el maestro Manolo Montalt en este mismo diario, con el que coincido.

Sí que me meteré en un charco, más bien un lodazal, que me toca más de cerca y que ha generado la segunda polémica tonta de estas dos semanas de abstinencia futbolera. Es la que se arrastra desde la visita del Barça a Mestalla y tiene que ver con parte de la colonia culé de la Comunitat Valenciana, más concretamente con los tránsfugas. Estoy bastante seguro de que algunos me crucificarán en las redes sociales, pero uno tiene vocación de Jesucristo chungo y aguantará los tres días de pasión que duran estas cosas.

Tengo bastantes amigos que, a finales de los 70 y comienzos de los 80, abandonaron la fe valencianista para abrazar la causa culé cuando el club de Mestalla, con Ramos Costa como Palleter amateur, enarboló la bandera del anticatalanismo y la hizo estandarte para la entidad que presidía. He discutido mucho con ellos, no porque la decisión de Ramos me pareciera correcta (más bien todo lo contrario) sino por el escaso calado que en ellos tenía, en mi opinión, un club al que eran capaces de abandonar por intentar monopolizar una opción política.

Yo no me hice del Valencia en un cásting, ni porque ganara más que nadie. Lo mamé desde pequeño, desde que mi padre me llevaba a Mestalla de la mano cuando tenía solo cuatro años y, a finales de los 60, quedar quinto en la liga era un triunfo. He vivido épocas de gloria y temporadas de infamia, he visto al Valencia en segunda división y he estado en dos finales de la Champions con mi equipo, lo he visto golear al Madrid y ser apabullado por el Salamanca. Nunca he dudado de mi fe. Y me ha dado igual que sus dirigentes fueran de un signo o de otro, que intentaran politizar la entidad o aprovechar sus cargos para sus intereses particulares, porque una cosa son los que mandan y otra los que forman el club y, como todas las sociedades, el Valencia es una entidad plural, en la que cabe todo el mundo. Mi militancia valencianista siempre ha estado por encima de todo eso porque, como bien dice el personaje de Pablo Sandoval en la película de Juan José Campanella 'El secreto de sus ojos', "un tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar la pasión".

Yo, a finales de los 70 y comienzos de los 80, era un adolescente cuyas ideas estaban más cerca de aquellos que abandonaron el barco valencianista para subirse al crucero barcelonista que de Ramos Costa y su absurda guerra de banderas. Pero nunca se me pasó por la cabeza hacerme del Barça, ni del Espanyol, ni del Sabadell, por cuestiones ideológicas. No era algo que cupiera en mi azorado cerebro de chaval con ganas de descubrir de qué iba la vida. Ni siquiera lo he hecho ahora, que no soy un chaval, me he dado cuenta de que la vida iba en serio -como decía Gil de Biedma-, vivo en Barcelona y acudo a menudo a ver partidos al Camp Nou o a Cornellà-El Prat por puro amor al fútbol. Y eso que, desde finales de los 70 y comienzos de los 80, he cambiado demasiadas veces de cara, de casa, de familia, de novia, de religión y de dios.

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