VALÈNCIA. Soy un periodista que, como todos, creció con sus referentes. Yo también fui un jovencito que miraba hacia el horizonte y veía a los totems de la comunicación allá al fondo. A José María García, a Matías Prats, a Jesús Quintero, yo qué sé. Se me quedó grabada una entrevista que me hicieron antes de ser admitido en la facultad de Periodismo. Llegué y, antes de sentarme en la silla, el hombre que me hacía la entrevista me soltó: “¿Qué, otro que quiere ser como el Butanito?”. Me quedé petrificado. En ese momento pensaba que mi admisión dependía de mis respuestas, como si el dineral que cobraban por una enseñanza miserable no fuera suficiente aval para abrirme las puertas del CEU, así que empecé a desarrollar un discurso, supongo que patético, en el que hablaba de mi afición por la lectura, los dos periódicos que encontraba en la mesa del desayuno cada mañana, el transistor de mi madre, el aguijonazo de la información…
Ya en el meollo cambiaron mis faros. Santiago Segurola o Joaquín Vidal me enseñaron en una hoja de periódico más que cualquier profesor en las aulas. Años después, muchos años después, echo la vista atrás y veo que sólo hubo dos maestros que supieron conectarme: Ricardo Bellveser y Pedro J. de la Peña. Los dos han muerto, como el genial Joaquín Vidal, y eso me hace sentir viejo, como viejo me hace sentir la despedida de Paloma del Río.
Yo, que soy de lágrima fácil, me emocioné con su despedida, con las cariñosas palabras que le dedicó Almudena Cid, rendida ante la inmensidad periodística y humana de la periodista, y con el público valenciano coreando su nombre en una de las jornadas del Mundial de gimnasia rítmica. Creo que las retransmisiones de Paloma del Río, más allá de los techos de cristal que ha traspasado, que también, son un modelo periodístico impagable.
Durante décadas emocionó a los espectadores sin fuegos artificiales. Paloma del Río ha sido la profesionalidad. Se pueden comunicar los tecnicismos de cada deporte, que los tienen y son su ADN, si se hacen con el conocimiento y la capacidad didáctica de esta mujer. En el periodismo actual, la anécdota se ha comido al hecho. Y la anécdota es la salsa, y puede llegar a ser muy rica, pero el hecho es lo que da sentido a todo. No podemos olvidarnos de la noticia. Somos contadores de noticias.
Creo que la gimnasia, la rítmica y la artística, y el patinaje le deben mucho a esta narradora. Porque estoy convencido de que estos deportes no hubieran soportado horas de retransmisión sin esta mujer al frente llevando a los espectadores de la mano tras el hilo de la competición. Con ella aprendimos qué era un triple axel o un carpado. Porque es importante no quedarse en la superficie. El deporte es mucho más que entretenimiento y eso Paloma lo entendió desde el primer momento.
Los últimos años nos han descubierto el rostro de Paloma del Río. Las redes sociales, la intimidad de sus retransmisiones. ¿Qué será lo siguiente? Ahora pienso que era mejor, más místico, un misterio mágico, cuando escuchábamos esas voces soberbias del deporte español y no sabíamos qué cara tenían. Y mientras veíamos una ascensión de Bernard Hinault, un salto de Bubka o un revés paralelo de McEnroe no teníamos ni idea de cómo eran Pedro González, Gregorio Parra o Juan José Castillo.
Sus voces, la voz de Paloma del Río, nos ataron al sillón. Y así, pedalada tras pedalada, salto tras salto, canasta tras canasta, fuimos enganchándonos a los deportes más variados. Estoy hablando, por si aún no lo han entendido, de los años 70 y 80. Sí, ya en aquellos años estaba ahí viendo deporte, descubriendo que un putt de Seve Ballesteros podía gustarme tanto como un placaje de Serge Blanco. La diversidad. No como ahora, que todo lo acapara el fútbol, y si no, carreras de coches o motos.
Ahora, siendo justos, también lo puedes ver todo, pero en realidad no tanto. En todos los deportes vas viendo que todos los narradores son clones. Y, desde mi perspectiva, los deportes dependen mucho de quién los cuenta. Por eso Paloma del Río ha sido tan importante para la gimnasia. Por eso Paloma del Río ha sido tan importante para mí. Su voz transmitía pasión y rigor. Créanme: la gimnasia, sin ella, hubiera sido la mitad de la mitad en España. Me compadezco ahora del periodista que tenga que sustituirla. Seguro que es alguien preparado, que tendrá sus virtudes, y la ilusión y la fuerza de un joven. Pero no se puede sustituir a Mozart. Paloma del Río ha sido la mejor.
Un par de veces la llamé por teléfono para pedirle opinión sobre algún asunto del que estaba escribiendo y las dos veces me atendió con educación. Me llamó la atención su tono severo, pero siempre cumplió. Daba la sensación de que no le apetecía ponerse a hablar con un periodista desconocido, o que no le sobraba el tiempo, pero que su sentimiento de la responsabilidad le obligaba a ello. Y en sendas entrevistas, pasados unos minutos, acababa hablando apasionada de este o aquel otro deporte, y al final, cuando veía que el compromiso llegaba a su fin, regalaba al periodistilla alguna confidencia.
Esta es la columna de un periodista, pero esta, en realidad, es la reflexión y el agradecimiento de un aficionado. De un aficionado al deporte, en su sentido más amplio, y de un aficionado a la gimnasia por obra y gracia de Paloma del Río. Con ella, con su voz, con su conocimiento, con su capacidad para hablarle al espectador como si fuera alguien cercano, viví momentos de gran disfrute, de emoción, de felicidad. Por todos estos años, sólo puedo decir: gracias, Paloma.