VALÈNCIA. Con más retraso del que la crítica situación requiere y con la casi extinta imagen de un director deportivo encaramado eventualmente al banquillo, al fin Felipe Miñambres tiene a su entrenador. Javi Calleja es, del todo, un técnico de la cuerda del astorgano, uno que navega en sus mismas aguas y que comparte la misma concepción del balompié. Es de sobra conocido el gusto del ejecutivo granota por el fútbol-control, el protagonismo con la pelota y el juego combinativo como seña de identidad. Si Mehdi Nafti ya avisó de que el Ciutat no iba a ver fútbol champagne de ninguna de las maneras, Calleja quizá pueda prometer alguna copa tonta. Al menos esa es la línea que ha seguido en sus dos únicas experiencias en un banquillo de máximo nivel (bastante más en Villarreal que en Vitoria). Y es ese, precisamente, el principal punto de debate sobre si es el preparador apropiado para sacar al Levante del agujero que, de momento, ha tapado Miñambres. Javi Calleja no tiene el culo pelado. Al menos, en Segunda.
Si algo se pudo achacar a la no continuidad de Alessio Lisci fue que el escogido para relevarle no reunió una veteranía aplastante en la categoría que diera definitivamente por bueno, pasara lo que pasara a posteriori, el adiós del italiano. La Segunda División tiene sus asteriscos: ni es la Primera de abajo ni el Levante puede ser una especie de Real Madrid de los pobres. Esta es otra historia y nos lo han repetido hasta la saciedad, como para que llegara un técnico con dos aventuras incompletas en la categoría, y ahora aterrice otro con un vacío en esa parte de su currículum. Ni Nafti llenó el boquete de Alessio ni ahora Calleja es la figura curtida en los vaivenes de Segunda que el levantinismo conoce de sobra y que, por repetidos, no excusan el esfuerzo económico por mantener la plantilla más valiosa. Es una realidad.
Depende de dónde preguntes, la imagen del nuevo entrenador del Levante está difuminada o engrandecida. En Villarreal se le culpa de no extraer rendimiento a grandes plantillas en tres temporadas y dos etapas distintas después de que Roig Negueroles apostara por Luis García Plaza tras una mala marcha que llevó al Submarino a coquetear con el descenso. Dos meses más tarde, Llaneza intercedió para devolver a Calleja el puesto y dar con la idea de que más vale malo conocido que bueno por conocer. Aquel año salvó los muebles, pero no salió del todo bien de La Cerámica cuando, la temporada siguiente, el club le cortó para firmar a Unai Emery a pesar de amarrar la quinta plaza en un buen final de campeonato. Marchó con la cabeza más alta de Vitoria. Allí libró en primera instancia al Alavés de un descenso anunciado, pero aquellos pronósticos terminaron por matarlo a la temporada siguiente en un vestuario alborotado por problemas económicos y una cuesta abajo que ya nadie logró levantar. En Menizorroza hizo milagros y le guardan cariño.
Aquella última buena etapa equilibra su balanza y alimenta el zurrón de argumentos para creer en él como el entrenador que devuelva al Levante a su sitio. ¿Por qué se puede confiar en Calleja? Supo luchar contra marea, tiene la experiencia en la élite que no prometían los dos anteriores técnicos de Orriols y toma tierra con una propuesta que, si bien no es aquella con la que el club más éxito ha conseguido en su historia, sí puede convencer en una categoría que sigue siendo aquella larga y complicada con la que nos han acribillado, pero en la que ya casi todos juegan. Calleja ha de reflotar el barco: se la juega Miñambres, se la juega Quico y se la juega el Levante.