VALÈNCIA. Cuentan que a principios del siglo pasado los dos impulsores del Valencia FC, Augusto Milego y Gonzalo Medina, arrendaron a Eugenio Miguel un terreno en Algirós (muy cerquita del actual Mestalla) por cien pesetas para que el recién creado club pudiera comenzar a disputar sus primeros partidos. Más allá de las lógicas y pertinentes inscripciones en los diferentes registros, Algirós fue la primera piedra física sobre la que edificar el Valencia CF.
A aquel terreno se le pudieron añadir casetas, taquillas, gradas y vallas gracias a una donación, en principio anónima, de 25.000 pesetas. Al tiempo se descubrió que la donación fue realizada por Gonzalo Medina con los ahorros que tenía destinados para su boda, que acabó aplazando.
Cien años después la sociedad civil más importante de la Comunidad Valenciana celebra su cumpleaños. Por el camino quedan alegrías y tristezas, triunfos y fracasos, hérores y villanos, épica y vergüenza, pero sobre todo emerge un escudo convertido para sus fieles en sentimiento. En sentido de pertenencia arraigado y transmitido de padres a hijos. Durante generaciones se fueron transmitiendo las gestas de los que vieron a Montes y Cubells a los que disfrutaron a la delantera eléctrica. De los que cantaron los goles de Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza, a los que se frotaban los ojos con cada jugada de Faas Wilkes y sacaban humo de las palmas de las manos aplaudiendo cada jugada plena de casta y de garra de Don Antonio Puchades. Y estos se lo transmitieron a sus hijos que celebraron la Copa del 67 y las Copas de Ferias con Paquito, Roberto Gil, Waldo y Guillot como abanderados. Y más tarde quienes celebraron la liga del 71 ya habían recibido toda esta historia del club. al igual que la generación de Don Mario Alberto Kempes y la camiseta de la Senyera. Y los posteriores que lloraron el descenso del 86 y la posterior vuelta a la élite. Y todos ellos se lo explicaron a los miles de valencianistas que enloquecieron en la Cartuja con los goles del Piojo López, lloraron con el dolor de las dos finales perdidas de Champions, resurgieron con más fuerza que nunca para lucir orgullo en los años del doblete y las dos ligas y sufrieron la caída en desgracia, el conformismo y la venta del club.
Y pese a los buenos y los malos momentos, pese a la dulzura del triunfo y la amargura de la derrota, pese a la uesperanza de cada nuevo proyecto y el desencanto de cada fiasco si algo caracteriza al valencianismo es su capacidad para reinventarse, para comenzar de cero, para rearmarse cada vez que le dan por muerto, Por eso está de cumpleaños, por su inmensa capacidad para volver a empezar.
Ahora toca empujar en una nueva era con propietario extranjero pero con la propiedad anímica del club en las mejores manos en las que puede estar, las de los corazones de sus aficionados. Y pese a los reveses de los últimos años, ahí siguen los valencianistas, cumpliendo años para que los cumpla su Valencia CF.
Si algo ha desarrollado el valencianismo es una inmensa capacidad de generar sus propias defensas ante el desprecio generalizado de los grandes y sus trincheras mediáticas. El valencianismo es autoinmune, inasequible al desaliento y eso le hace alcanzar los cien años, precisamente eso. Precisamente el orgullo de ser valencianista sin complejos y sin condiciones. Dar sin preguntar y sin esperar nada a cambio. Como aquellas 25.000 pesetas del convite de boda que Augusto Milego tuvo que aplazar para que se pudiera construir el Campo de Algirós.
¡Feliz Centenario, y a por cien Centenarios más, Valencia CF!