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opinión

La camiseta del superhéroe

25/01/2019 - 

VALÈNCIA. Hubo un tiempo en el que, para cualquier futbolista, enfundarse la camiseta del Valencia era sinónimo de éxito. Con la zamarra blanca, los jugadores se transformaban, mutaban en estrellas hasta que, una vez despojados de su vestimenta, volvían a ser futbolistas del montón. La camiseta del Valencia era como el pijama azul ceñido de Superman, como las espinacas de Popeye o como la poción mágica de Astérix, una plus de energía que convertía lo normal en sobresaliente. Pensemos en gente como Mendieta, Farinós, Gerard, el Piojo López, Ayala, Soldado o Mista. No pasaron de ser obreros cualificados en sus equipos anteriores y posteriores, pero cuando se enfundaron la elástica blanca fueron estrellas de relumbrón. 

Llegó incluso a extenderse la leyenda de que el Valencia era un ecosistema perfecto para la consolidación de jugadores que, en otro ámbito, no habrían destacado especialmente. Algo así como le ocurre ahora al Borussia de Dortmund, un equipo que ha hecho su fortuna de criar promesas y venderlas a precio de estrellas. Gaizka Mendieta, por ejemplo, mutó, de la noche a la mañana, en un excelente organizador de juego, después de haber sido un lateral derecho poco más que apañado, realizó tres temporadas superlativas y salió traspasado al Lazio por una cantidad que, si se hubiera cobrado, sería la segunda más elevada en la historia de las ventas de la entidad. Ni en la Lazio, ni en el Barça ni en el Middlesbrough volvió a ser aquel jugador de los goles imposibles y los pases de maestro.

Sin embargo, la tendencia se ha invertido en los últimos años, coincidiendo con el declive del Valencia en el panorama del fútbol moderno. Ahora el club ficha con la esperanza de que aparezca el Vietto del Villarreal, el Gameiro del Lorient o el Negredo del Sevilla, pero se encuentra con el Vietto del Atlético de Madrid, el Gameiro del Sevilla o el Negredo del Manchester City. O se ve afectado por el síndrome del “futbolista funcionario”, es decir, el jugador que llega cedido, hace una temporada excelente mientras es eventual y, cuando se materializa su traspaso, cuando lo hacen fijo, vuelve a ser el futbolista difícilmente recuperable que se fichó con la esperanza de que la camiseta del Valencia fuera su traje de superhéroe, sus espinacas o su poción mágica. 

Es el caso, por ejemplo, de Geoffrey Kondogbia, llegado el año pasado desde el Inter, tras dos temporadas oscuras en el equipo italiano, con la esperanza de que fuera el Kondogbia del Sevilla. Lo fue durante su ejercicio de funcionario eventual, en el que se hizo merecedor de la pleitesía de la grada y de seudónimos como ‘La araña’ o ‘King Kong’ que potenciaban sus extraordinarias cualidades. Pero, su cambio de estatus, de eventual a fijo, su definitivo contrato como valencianista, lo ha transformado de nuevo en el Kondogbia del Inter, ese jugador tan poco decisivo como fácilmente lesionable, al que ni siquiera con la camiseta del superhéroe, las espinacas o la poción mágica pasa de ser un ácaro o el monito de la saga ‘Resacón en Las Vegas’.   

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