LA CANTINA

El ángel de la guarda

Alfonso Castilla cumple 25 años y 1.400 partidos como delegado del Valencia Basket

22/05/2020 - 

VALÈNCIA. Una de las primeras personas que conocí en el Valencia Basket -entonces Pamesa- fue Alfonso Castilla. Era poco más que un chaval y por eso la mayoría de los periodistas le llamábamos Alfonsito. "Por suerte ya no queda nadie que me llame así. Tío, que tengo mas de 40 años y soy padre", protesta. Y sí, tiene razón, hoy, a sus 43 años, después de completar su primer cuarto de siglo en el club, ha dejado de ser Alfonsito, el joven simpático y educado que acompañaba al equipo, y se ha convertido en toda una institución en el club y en la Liga ACB.

Alfonso es el más antiguo del Valencia Basket y el delegado de equipo más veterano de la ACB (además lleva 13 años en las categorías inferiores de la selección española tras renunciar a la oferta de ser el delegado de la absoluta). "Eres más viejo que el escudo", bromea siempre Pepe, el delegado del Real Madrid. Y a pesar de eso no ha perdido simpatía ni educación. "Aprendí de Martín Labarta -el delegado de campo que murió hace unas semanas-, de Jorge Mora -el 'doc', el médico del equipo a quien también se lo llevó un cáncer- y de Miki Vukovic -el Maestro, el entrenador del regreso del Pamesa a la ACB y del triunfo en la Copa del 98-. Son tres personas que han marcado mi vida, que admiro por cómo eran y que me gustaría parecerme a ellas".

Aunque su vida, en realidad, viene marcada por una coincidencia. Cuando su entrenador en el San Marcelino, Javi Vega, que también era utilero en el Pamesa, le preguntó si quería echarle una mano en los partidos. Como aquel adolescente era tan cumplidor, su colaboración se amplió también a los entrenamientos. Cuando el Pamesa descendió a la Liga EBA, el anterior delegado, José Miguel Taronger, decidió dejárselo. Castilla ya viajaba con el equipo -de hecho estuvo en Huesca el día del descenso- y se desvivía por tener contenta a la plantilla y al equipo técnico. Si Miki le hacía un encargo, iba corriendo, lo resolvía y volvía. Acababan de entrenar y él ya tenía el hielo y todo lo que necesitaban para la recuperación preparado. Así que Miki cogió un día y dijo: "Quiero que el delegado sea Alfonso".

Y Alfonso, entonces Alfonsito (con perdón), con apenas 17 años salía de clase y se iba corriendo al pabellón. Uno de los primeros días, Miki, tan amigo siempre de entablar tertulia, le puso una mano en el hombro y le soltó: "Si suspendes una asignatura, estás fuera. Si faltas a una clase, estás fuera". Y cada trimestre, obediente, Alfonso le llevaba las notas. "Tenía más miedo de enseñárselas a él que a mis padres. No volví a suspender, me hubiera quedado sin trabajo...".

El nuevo delegado, aparte de estar siempre dispuesto a ayudar, no sabía exactamente cuáles eran sus funciones, así que cogió y preguntó. La respuesta fue un consejo para toda la vida: "Haz lo que te pidan y lo que se te ocurra. Cuando no tengas nada que hacer, búscate algo. Lo importante es que te conviertas en imprescindible".

Ahora, veinticinco años después de aquello, podría dar conferencias y clases magistrales de cómo convertir un peón en una pieza imprescindible.

Cuando Chechu Mulero cierra un acuerdo y Paco Raga autoriza su fichaje, el club llama a Castilla y le da el número del jugador. A partir de ese momento es suyo. Le organiza el viaje a València a él y a su familia. Averigua sus preferencias de vivienda, sus necesidades y pregunta por todo lo que pueda angustiar al deportista para solucionárselo. Cuando aterriza en Manises, Alfonso está esperándole, le lleva a su casa, le explica el funcionamiento de todo y se desvive para que esté cómodo. Les deja hasta una lista de restaurantes para hacérselo todo más fácil. "Mi objetivo, en realidad, es que el jugador solo tenga que pensar en jugar y entrenar. En nada más". Y lo consigue.

Y si hace un par de semanas Brock Motum sale pitando hacia el hospital porque su mujer ha empezado con las contracciones y al llegar se pone histérico porque nadie habla inglés y no entiende por qué le extraen sangre, saca el móvil, busca el número de Alfonso y le pide ayuda. Y si Aaron Doornekamp se cambia de casa y tiene un problema con la piscina, saca el móvil, busca el número de Alfonso y le pide ayuda.

Además de desvivirse por los integrantes de la plantilla, tiene que adaptarse a los gustos y exigencias de cada entrenador. En los desplazamientos, él marca el ritmo. Organiza el viaje, elige los hoteles, distribuye las habitaciones, solicita un menú, pauta un horario... Y a los partidos llega una hora o una hora y media antes que el equipo. Entonces se preocupa de que todos tengan las entradas que han pedido para sus amigos y familiares y se asegura de que van a tener su sitio. Después hace una revisión para que todo esté preparado en el vestuario.

Luego, durante el partido, se encarga de llevar la cuenta de una serie de datos que puede reclamarle el entrenador: minutos en la cancha de sus jugadores, número de faltas personales de los rivales, tiempos muertos pendientes de los dos equipos y de la televisión... Al principio iba loco. Ahora, 25 años de experiencia, lo tiene tan controlado, tan mecanizado, que hasta puede ver algo del partido.

Esa relación tan estrecha con los jugadores crea un vínculo de amistad. La que mantiene con Berni Álvarez, su ojito derecho. O con los míticos Nacho Rodilla y Víctor Luengo. Y, más recientemente, con Sato, Javtokas ("de los más profesionales que he visto", asegura) o Van Rossom ("es un tío increíble"). Pero la amistad tiene un problema, el dolor de la partida. Aunque la experiencia también le ha ayudado a coger cierta distancia. "Cuando se fue Miki, pensaba que se acababa el mundo. O con Katsikaris, con quien tenía una gran relación porque nos íbamos a cenar después de los partidos, que cuando se fue me quedé muy chafado. Antes cogía más apego y me fastidiaba mucho cuando se iban. Pero ahora, como me recuerda algún jugador, tengo claro que esto es un 'business'".

Igual que tiene claro que todos los favores con los que colma a los jugadores son parte de su trabajo, así que no espera mucho agradecimiento por ello en la despedida. En este cuarto de siglo en el club, solo un jugador, Dejan Tomasevic, muy aficionado a hacerse trajes, un día le pidió al sastre que le tomara medidas y le regaló un tres piezas al delegado. Caballero entonces y caballero ahora, que se preocupó de llamarle durante el confinamiento para saber si Alfonso y su familia estaban bien.

Pero siempre sabe que con dar un paso atrás y mirar su vida con perspectiva tiene asegurada la felicidad. "Soy un privilegiado que vive de su afición", reconoce. Y el baloncesto, además, le ha hecho vivir de todo. Momentos terroríficos, como en Podgorica, donde vio cómo le sacaba una pistola a Miki Vukovic un tipo que previamente había amenazado a Rod Sellers, o hilarantes, como en Badalona, donde las peñas se pusieron a encender tracas en la puerta del hotel mientras Tim Perry, muerto de miedo, se tiraba al suelo y reptaba hasta lograr esconderse detrás de un pilar. Días tristes, como cuando perdieron la final de la Eurocup, en casa, contra el Unicaja, semanas después de haber perdido la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid, y días felices como cuando ganaron la Liga y, sobre todo, la Copa del 98 con Miki Vukovic. "Fue muy especial".

Alfonso dice que le gustaría jubilarse en este equipo y en el nuevo pabellón. Seguir llevando esta vida que sustenta Ethel, su mujer, la madre de sus dos hijos -Daniel, de 12 años, y Ethel, de 9-, quien hace posible que, estando cien días fuera de casa, la familia pueda salir adelante. Él, como ocurre con los jugadores, solo se tiene que preocupar del baloncesto. Y hasta cuando tiene una tarde libre, en lugar de irse a otra parte, coge y se marcha a L'Alqueria a ver el entrenamiento de su hijo.

Y ahora que mira hacia atrás por estos 25 años en el mismo club, 1.400 partidos como delegado del Valencia Basket, recuerda con gratitud el apoyo de Juan Roig a este club. "Casi todos los delegados se han visto afectados por un ERTE, menos yo, que he estado en casa y cobrando a primeros de mes, como los otros 25 años. Es impresionante lo que hace por esta ciudad". Aunque el dueño del club también debe tener aprecio por este delegado que es patrimonio del Valencia Basket. Por eso cada vez que le ve, le estira de la mosca -el pelo que se deja crecer bajo el labio- y le dice: "Chivo, ¿cómo estás?". Bueno, al menos ha dejado de ser Alfonsito.

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