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LA CANTINA | ANÁLISIS

España, Fele y los secundarios

16/10/2020 - 

Nunca me deslumbraron los deportistas que, literalmente, coleccionan cochazos, como Cristiano Ronaldo o Floyd Mayweather. En cambio me emocionan esas crónicas de Carlos Arribas que ensalzan al gregario en las grandes vueltas ciclistas. Me caen bien los secundarios, los tipos sencillos que hacen carrera tirando de corazón, nobleza y simpatía.

Esta semana, el mismo día, se fueron Rafael Pla y Bernardo España. Dos secundarios. Un artista que fue feliz con su pequeño circo sin animales y que antepuso su libertad a un espectáculo más 'mainstream', y un utilero convertido en ídolo del valencianismo.

Al alma del Gran Fele lo entrevisté una vez para hablar de política. En el periódico me habían encargado, un mes antes de unas elecciones, una serie de entrevistas a personajes diversos, que nada tuvieran que ver con los partidos ni los cargos electos. Rafa se explayó, habló sin tapujos y disparó contra quien quiso. La entrevista no salió nunca.

A Españeta no tuve el gusto. En esta última etapa me hubiera gustado sentarme con él y hablar de la vida, que en su caso eran el fútbol y Charo, su mujer, pero los clubes de ahora no dejan hablar a su gente. No vaya a ser que, como Rafael, digan lo que no toca.

Todo ha de ser uniforme en estos tiempos del deporte profesional. Por eso me encanta sentarme a charlar con Chimo Ballesta y Luis Furió, dos históricos del periodismo deportivo valenciano, dos afortunados que tuvieron la suerte de vivir la época en la que acababa un partido y casi podían meterse en el vestuario, que luego se fumaban un cigarrillo con un defensa y que, si se terciaba, acababan cenando en algún bar sin que molestaran al personaje más de la cuenta.

Los dos recuerdan a un hombre "muy cariñoso" y tan querido en el fútbol que un par de veces que vino a Mestalla a jugar porque le habían cerrado el campo, vio a leyendas como Pirri o Camacho llegar y preguntar inmediatamente por Españeta. "En cuanto le veían, le daban un fuerte abrazo". Que lo mismo pasaba cuando venía alguien de la UEFA. Era tan popular, que, en Paterna, salía al aparcamiento y los aficionados se tiraban encima de él, como si fuera Kempes, Fernando o El Piojo, para pedirle un autógrafo o hacerse una foto con él. Llegó un día en el que se hartó de tanto viaje y cedió el paso a los jóvenes. Había llegado el momento, decía, de pasar más tiempo con su pareja.

Su obsesión era que todo estuviera perfecto para los jugadores. Y cuidaba con tanto mimo y tanto detalle el material de los futbolistas que, en los tiempos en los que las botas eran negras y de dos o, como mucho, tres marcas diferentes, reconocía la de cada jugador solo con echarle un vistazo rápido.

Hace unos cuatro o cinco años entrevisté a otro secundario de 'larga estancia' en el Valencia: Pepe de los Santos. Un hombre, lo que siempre, hasta hace poco, se conocía como un ATS, ahora un enfermero, que entró a trabajar en el club allá en 1971. Pepe empezó en el filial y luego subió al primer equipo con Víctor Espárrago. Decía que se podía haber ganado mejor la vida trabajando en un hospital, pero que el escudo tiraba mucho.

Pepe de los Santos es, como Españeta, un secundario subyugado por el Valencia. Un hombre que nació con un murciélago en el pecho. Nieto de un almohadillero de Mestalla, un trabajador que entre semana rellenaba las almohadillas que después cosía la abuela de Pepe.

Contaba que tiene un baúl con al menos una camiseta de todos los equipos que han jugado en Primera. Y que de niño, además de jugar en el Juvenil, iba a Mestalla a recoger los balones. Por eso, para él, como para Españeta, como, a su manera, para el Gran Fele bajo su modesta carpa, no había más orgullo que saltar al campo junto a los jugadores del Valencia. Y jamás olvidará el día que pudo salvarle la vida a Mista, con la ayuda del doctor Candel, después de que el delantero hubiera sufrido una parada cardiorrespiratoria y el ATS le introdujera el tuvo de Guedel. 

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