Paco Desamparados, que hizo carrera cubriendo ciclismo y motociclismo, se comió la vida en solo 67 años
VALÈNCIA. Creo que yo no tenía ni 25 años. El telón de la vida solo estaba entreabierto ante mí. Me quedaba mucho por recorrer y por aprender, pero ya había escuchado batallitas en la redacción de lo que a veces sucedía en los viajes de trabajo. Pero a mí, como no viajaba, no me sucedía nada. Hasta que un día me mandaron a cubrir la Vuelta Ciclista a la Comunitat Valenciana. No es que fuera una gran aventura. No iba a la Guerra del Golfo. Ni me embarcaba en el Juan Sebastián Elcano. Ni me iba a recorrer las Montañas Rocosas. Me iba ‘ací al costat’. Pero para mí ese era el mejor viaje del mundo. Porque era el mío y porque era el primero que hacía para el periódico.
La primera noche creo que acabamos en un hotel en Benidorm. Y mi compañero Luis Furió, que era el indiscutible jefe de filas en esa Vuelta, me informó de que nos íbamos a cenar con los compañeros de la prensa. Los conocía a todos, pues todos veníamos de València: Peyo, Juanito, Ferrari, Aguadé… Pero yo, hecho un pipiolo, esperaba el encuentro como si fueran esas reuniones que hacían los reporteros de guerra, como creo que leí en ‘Territorio Comanche’, al final del día, cuando liberaban el estrés de las bombas y los peligros con una botella de whisky encima de la mesa.
Llegamos a la cena y vi que había un agente extraño. Aquel hombre parecía Hernández o Fernández, los detectives de Tintín, pero sin bombín. Era un tipo calvete, con un curioso bigotillo y siempre un cigarrillo asomando por la boca. Era de esas personas que comía fumando. Regamos la comida con buenos vinos y a los postres empezaron a traer unos licores contundentes, de esos que te achicharran la garganta mientras disimulas como si fueras el mismísimo John Wayne.
Luego salimos del restaurante y aquel hombre, Paquito Desamparados, un periodista de Alicante, nos empezó a llevar de pueblo en pueblo. Hay que tener en cuenta que debía ser un miércoles de los primeros meses del año en La Marina, pero él se conocía todos los antros. Cada parada se iba animando la cosa, hasta que todo se desmadró. No sé ni cómo llegamos al hotel.
A la mañana siguiente, en la salida de la etapa, resacoso y con gafas de sol, intentaba recomponer la noche. Pero no había forma. Allí volví a encontrarme a Paquito. Vino a saludarme con el cigarrillo en la boca y esa inconfundible voz ronca, como siempre. Y se reía a carcajadas recordando las anécdotas de la noche y las caras de incredulidad de aquel periodistilla incipiente.
A mediodía, ya repuestos, nos llevó a un restaurante en Benissa. Pidió un arroz del senyoret y vuelta a empezar. Acabamos la comida haciéndonos fotos con el dueño del negocio y salimos raudos hacia la meta, donde Juanito y yo, que éramos los gregarios, nos dedicábamos a recoger declaraciones de los pobres ciclistas mientras lanzábamos vaharadas alcohólicas.
Paco, colchonero hasta el tuétano, no tenía freno. Se comía la vida a bocados. Pero igual de intenso que era a la mesa lo era con el micrófono o el ordenador. Tiraba con bala. En el ciclismo y en el motociclismo, que lo suyo siempre fueron la dos ruedas.
“No se las forraba con nadie”, recuerda Bernardo Guzmán, director de la Ser en València. “Yo lo conocí en Antena 3 Radio en 1983 y descubrí a un personaje arrollador en todos los sentidos. Era muy peculiar. Y en lo profesional era un periodista a la vieja usanza, un periodista de raza”.
Eran otros tiempos. Años en los que el periodista se iba a cenar con el deportista. Que comían en sus casas. O que se llamaban casi a diario por teléfono… fijo. Y así es como Desamparados se hizo íntimo de Vicente Belda, Aspar o Julián Miralles. Y de Ricardo Tormo, claro. Su admirado Ricardet, de quien llegaría a escribir un libro. “Pero igual que era su amigo luego podía escribir una crónica y ponerlos a parir”, rememora Juanma Doménech, hoy director de la 99.9 y buen amigo suyo.
Desamparados cubrió varios años el Mundial de motociclismo y viajó por los circuitos de todo el mundo junto a otro periodista valenciano, Julián Company. Y también siguió de cerca el pelotón ciclista. “Pero tuvo otra faceta menos conocida, la de reportero de calle en Antena 3. Iba por los barrios haciendo entrevistas y cubriendo noticias con una voz, digámoslo, muy poco radiofónica. Y conducía una unidad móvil, un Nissan Patrol enorme, que luego llevaron periodistas como Merche Carneiro, Cristina Aguirre o Nacho Cotino”, destaca Guzmán, quien después pasó a presentar ‘El primero de la mañana’. “Yo llegaba a las cinco de la mañana. Y un día entré en la emisora y me pegué un susto de muerte porque me encontré a Paco Desamparados durmiendo en el sofá”.
Un año después de aquella Vuelta Ciclista volvieron a enviarme. Nos juntamos los mismos y regresamos al restaurante de Benissa a comer arroz del senyoret y a beber mistela de Teulada. Al entrar me llevó a la pared que había frente a la barra y me enseñó una fotografía enmarcada. Era la foto que nos habíamos hecho el año anterior. Y era una chorrada pero yo me sentí como si me hubieran puesto una estrella en el paseo de la fama de Los Ángeles.
Esta semana Paco ha muerto con solo 67 años. Muchos lo han recordado como un conocido periodista de motor o de ciclismo. O incluso como aquel descarado reportero callejero con el micrófono de Antena 3. Pero para mí siempre será el amigo que me enseñó cómo eran los viajes de trabajo más auténticos. O que un periodista siempre debía hacer las preguntas que resultaban más incómodas. Que este oficio, en realidad, va de contar la verdad.