ANÁLISIS: LA CANTINA

El club de los ‘panxuts’

Cuatro latinos de más de 100 kilos formaron en Nueva York un equipo de corredores que se ha liberado de todos sus complejos

17/07/2020 - 

VALÈNCIA. Son unos tiarrones enormes. Tipos de más de cien kilos que han encontrado en la carrera a pie mucho más que un deporte. Son cuatro latinos que viven en la ciudad de Nueva York y que, todo guasa, como carta de presentación, han decidido llamarse The Pansa Boyz, los chicos de la panza. O, en una traducción más libre aún, los ‘panxuts’. 

Héctor Espinal, uno de los cuatro, empezó corriendo de noche. Veinte manzanas de ida y veinte cuadras de vuelta. De la 165 al inicio de Riverside Park y vuelta a casa. Ahora ha perdido 45 kilos y no quiere que nadie se corte por su peso. Y, sobre todo, más importante aún que eso, no quiere que nadie decida por ellos lo que pueden y no pueden hacer. 

Tyron Alomia, otro de los integrantes de este cuarteto de corredores que, juntos, roza la media tonelada, trabajaba en la Nike Store, en el corazón de Manhattan, y un día, en 2011, su jefe le desafió a enfrentarse a una carrera de cuatro millas que organizaba el mítico club New York Road Runners en Central Park. Ty mide 1,90 y pesaba 150 kilos, y aquel desafío le picó. Días después corría por primera vez en su vida más de seis kilómetros. Y seis meses después lograba terminar un maratón en menos de seis horas. Ahora su motivación es bajar de las dos horas en un medio maratón. “Correr es lo más difícil y gratificante que puedo hacer por mí”, explicó a la revista ‘Men’s Health’. 

Pero esto no va solo de correr. Esto va de romper un nuevo tabú. ¿Por qué no pueden correr los gordos? ¿Por qué no pueden hacer deporte sin camiseta los obesos? ¿Dónde está escrito que el sobrepeso es feo o antiestético? 

Espinal, Alomia, Jason Suárez y Emmanuel Rodríguez ya hace tiempo que perdieron su complejo y su reto ahora, más allá de esta o aquella carrera, es animar a los rechonchos a empezar a correr. Lo que ellos quieran. Por eso Espinal contactó con más gente y creó ‘We Run Uptown’, una manada de corredores que se reúne todos los lunes por la noche frente a una pizzería al norte de Manhattan, fuera complejos, para correr cinco kilómetros. 

No fue demasiado sencillo llegar a este punto de liberación. Al principio fue duro volver de correr, adentrarte en tu barrio y ver la reacción de la gente al encontrarse con un gordo trotando. Como Alomia, que suele correr alrededor del cementerio de Green-Wood, en Brooklyn, y luego se estira hasta Prospect Park. Cuando vuelve a casa, en Sunset Park, ya fatigado, se quita la camiseta. Y cuando se cruza con los peatones empieza a escuchar las risitas, a ver los codazos en las costillas del amigo o directamente comentarios en voz alta del tipo “Mirad, ese tiene tetas”. Pero Alomia no se arrugó y en otoño corrió el maratón de Nueva York. 

Rodríguez no olvida el día que otro orondo le alabó por correr sin mangas. “Me haces sentir cómodo. Estás cambiando la forma de pensar de la gente”, le dijo. A lo que Rodríguez proclama: “Yo solo quiero correr. No me importan lo que piensen los demás sobre mí”. 

Ahora impera el buen humor antes que el resentimiento. “Si el atletismo tuviera categorías por peso, nosotros (los Pansa Boyz) tendríamos el récord del mundo de 4x4”, bromeó Suárez después de que corrieran una milla por relevos en Brooklyn. 

Su movimiento va ganando adeptos. No solo porque cada vez son más los gordos que corren sino porque muchos se han atrevido por primera vez en años a mostrarse en público sin camiseta, algo impensable hasta hace no mucho. Y eso, más allá de lo estético, es un avance en la lucha contra sus inseguridades. 

En su cuenta de Instagram (@pansaboyz) van presentando poco a poco a la gente que se ha sumado a su causa. Su nómina de corredores XXL. Gente que ha perdido sus miedos y sus complejos, y alguno que ya sueña con el reto de  los seis ‘majors’ y culminarlo corriendo el maratón de Boston. Aunque eso es secundario. Lo importante es salir a correr juntos, sentirse libres, mostrar su cuerpo si les apetece y, si les da la gana, acabar en la pizzería comiéndose una margarita.

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