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La estrategia de la araña

11/06/2021 - 

VALÈNCIA. La intención de Anil Murthy, explicitada en unas declaraciones tan fuera de tono como todo lo que dice el presidente valencianista, de subir el precio de los abonos la próxima temporada ha levantado una agria polémica entre los seguidores del equipo sobre la conveniencia de renovar su pase en la temporada que comenzará de aquí poco más de dos meses, cuando la amenaza de la pandemia de haya disipado casi por completo y el público pueda volver a los estadios.

Es innegable (sus actos lo delatan) que Meriton desea un escenario plácido para poder continuar con su plan de desahuciar el Valencia. Ese escenario ideal con el que sueña Lim, y por extensión Murthy y la corte de clientes de honor del Bar La Deportiva, pasa por exterminar la disidencia, poner una mordaza a aquellos, cada vez más afortunadamente, que ven cómo el club va directo al sumidero. Meriton desearía un estadio vacío, o al menos lleno de gente que no cuestione sus métodos y que se dedique a animar al equipo sin plantearse jamás girarse hacia el palco y pedir cuentas a sus ocupantes.

Para ello, utilizan la estrategia de la araña, es decir, ir tejiendo poco a poco una red para cazar a sus víctimas y que estas, sin darse cuenta, caigan en su trampa mortal y se vean atrapadas en sus propias contradicciones. Borges lo explicó mejor que yo en un cuento titulado 'Tema del traidor y el héroe' y Bertolucci puso imágenes a la pesadilla borgiana en una película que lleva el mismo título que el artículo que están leyendo.

La táctica arácnida de los rectores del club ha dado sus frutos de momento, pues ha atacado, en tiempos de crisis, a uno de los flancos que más duelen al aficionado: el bolsillo. Sacarse el pase supone un dispendio importante para una parte de la masa social, agobiada por una situación plagada de siglas malignas: COVID y ERTE. Sacarse el pase es también un signo de fidelidad al club, un rito atávico que hace conectar al aficionado con su equipo durante toda la temporada, pero también lleva consigo el derecho a la protesta, a exigir que el equipo y el club le devuelvan en satisfacciones, por fútiles que sean, el dinero invertido para no tener la impresión de que lo malbaratado. Es, por tanto, una decisión peliaguda, pues implica en muchos casos hacer un sacrificio que también alcanza a la familia con la que vives o a tu propio bienestar. Murthy lo sabe, pues no es tan tonto como parece (no hago sino calificarlo de la misma manera que él lo hizo cuando se refirió a la “gente del fútbol” sin darse cuenta de que él forma parte de ese grupo), y su plan pasa por intentar lograr ese escenario ideal que es un estadio vacío haciendo más complicado el acceso de la gente a las gradas. Se dirá que un estadio vacío genera una noticia por su excepcionalidad, pero, en tiempos de pandemia (o pospandemia), el espectador televisivo de un país remoto no reparará si Mestalla está vacío por culpa del coronavirus o por la protesta de los seguidores contra un grupo de singapurenses vividores.

Es difícil, pues, posicionarse respecto a la nueva cacicada de Murthy y sus amigos. Hace casi 40 años, el Valencia vivió una situación similar cuando el público comenzó a desertar de Mestalla y el número de abonados del club llegó a cifras ridículas, las más bajas en las últimas seis décadas. De aquella hecatombe solo se salió por un descenso catártico. Ahora, con unos dirigentes que ni piensan en la recuperación del club ni se les espera para reflotarlo, el dilema es tan grande como el callado trabajo de la araña que va tejiendo su red para narcotizar a la masa hasta hacerla invisible y poder actuar con total impunidad.

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