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La Eurocopa del Arco Iris

25/06/2021 - 

VALÈNCIA. Los lectores que hayan sobrepasado los 45 años recordarán la serie hispano-japonesa 'D'Artacán y los tres Mosqueperros', una serie que adaptaba la novela de Alexandre Dumas y que se emitió en televisión en la primera parte de la década de los 80. Los menores de 45 años no necesitan haberla visto para saber de qué va: era una serie protagonizada por perros, que reflejaba más o menos el espíritu de la obra de Dumas pero en dibujos animados, ya que hacer manejar sables y espadas a canes reales habría provocado una sonora protesta por parte de las organizaciones protectoras de animales y habría comportado una enorme dificultad para la producción. 'D'Artacán y los tres Mosqueperros' era una serie previsible desde su título, algo que no impidió que varias generaciones de niños españoles, y supongo que japoneses, disfrutaran con ella.

La UEFA es parecida a aquella serie. Es una organización secretista, que incluso en alguna época llegó a prohibir a los clubes que la integraban recurrir a la justicia ordinaria, lo que la convertía en un estado sujeto a la ley de sus propios caprichos. Es también una entidad corrupta, un hecho demostrado por las condenas que algunos de sus dirigentes, incluido su anterior presidente Michel Platini, han padecido por dejarse sobornar. Y ejerce un poder casi ilimitado, bajo pena de prohibir a federaciones o clubes que toman iniciativas que considera contraria a sus intereses la participación en sus competiciones. El ejemplo más flagrante se ha dado en estos dos últimos meses, cuando la UEFA amagó con sancionar a aquellas entidades que habían intentado fundar una liga propia, al margen de la Champions. La postura de esos clubes puede ser reprobable, pero la UEFA no tiene ninguna facultad para castigarlos, como se han encargado de demostrar los tribunales ordinarios de diversos países.

En la Eurocopa que la UEFA organiza en su delirio faraónico de celebrar el cincuentenario de la creación de la competición disputándola en once sedes diferentes en medio de una pandemia que azota al mundo entero, los dirigentes del fútbol europeo se han encargado de censurar cualquier reivindicación de la lucha de los colectivos LGTBI al prohibir a Alemania iluminar el Allianz Arena, el estadio en el que la selección germana disputó su partido contra Hungría el pasado miércoles, con los colores de la bandera arcoiris, el símbolo de esa lucha. La UEFA adujo que la bandera arcoiris poseía connotaciones políticas, entre otras cosas porque Hungría, uno de los participantes en el torneo, acaba de promulgar una ley que equipara las prácticas homosexuales con la pederastia. Al mismo tiempo, el máximo organismo continental cerró sin sanción la investigación iniciada contra Manuel Neuer, el capitán de la selección alemana, por portar un brazalete con los mismos colores. Al parecer, el arcoiris es un símbolo político cuando ilumina un estadio, pero no cuando lo lleva un futbolista rodeando su brazo. La UEFA es tan previsible que hasta en ese tipo de gestos actúa con la prepotencia y arbitrariedad que todo el mundo espera de una pandilla de corruptos y mafiosos.

Sin embargo, la polémica medida homófoba de la UEFA se ha acabado volviendo contra ella. El capitán de la selección de los Países Bajos anunció que jugará el domingo su partido de cuartos de final con un brazalete arcoiris y el gobierno alemán tomó la decisión de iluminar con dichos colores todos los estadios del país. Llegarán más signos de rebelión en los próximos días, porque algo se mueve en el fútbol europeo contra el poder torticero de una organización que sigue anclada en los tiempos de la intolerancia, y la amenaza de que se les puede acabar el chollo a esa pandilla es real, entre otras cosas porque la UEFA se enfrenta con un futuro preocupante: el escaso calado que tiene el fútbol moderno entre jóvenes y adolescentes.

 Pero podría ser peor para la UEFA. Podría llover y salir el sol a la vez en todos los partidos y que, en el cielo, apareciera el arco iris sin que la UEFA pudiera prohibirlo.

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