VALÈNCIA. En su primera comparecencia como entrenador del Valencia, José Bordalás recalcó que su principal misión como responsable técnico del equipo era “recuperar el ADN”. Para los no versados en cuestiones genéticas, el ADN es una secuencia de varios millones de moléculas que contiene toda la información sobre la identidad de los seres vivos. Trasladado a términos futbolísticos, el ADN de un equipo serían esos elementos que lo hacen distinto a los demás, como también subrayaba el técnico alicantino en su presentación.
En el caso del Valencia, es imposible determinar su ADN, pero se puede colegir de aquellos hechos históricos que han hecho del club uno de los grandes de la liga española y extrapolarlos para determinar su identidad, tal y como proclamaba Bordalás. El Valencia que ha conseguido títulos a lo largo de la historia ha sido un conjunto construido desde defensas rocosas, centros del campo en los que se combinaban lucha con calidad a la hora de repartir juego y ataques efectivos. Es el mito del equipo “bronco y copero”, ese grupo difícil de doblegar incluso en las circunstancias más adversas, que ha sabido utilizar sus armas para lograr éxitos. No en vano, el título de campeón de la copa de España, con sus diferentes denominaciones obligadas por la situación política del país, es el más repetido en la historia del club. En las ligas, al menos en las tres últimas conquistadas, la receta ha sido similar: equipos bien trabajados a los que era muy difícil hacerles un gol y que resolvían, semana a semana, sus compromisos con resultados ajustados y positivos. De este repaso por la historia se puede deducir que la identidad del Valencia se cimenta en un plus de competitividad aplicado a plantillas con suficiente calidad como para competir con clubes de mayor presupuesto.
Hace más de 45 años, Raimon cantaba “qui perd els orígens perd identitat”, toda una declaración de principios sobre la lengua y la cultura valencianas, en unos tiempos en los que los avatares políticos cercenaban ese ejercicio de memoria para provocar la pérdida identitaria. La frase, uno de los versos más bellos y contundentes del cantautor de Xàtiva, es perfectamente aplicable a ese ADN del que hablaba Bordalás.
El problema, y esto resulta irónico y triste, es que esa reivindicación de la identidad valencianista llega en un momento en el que el máximo accionista del club y sus adláteres están haciendo todo lo posible por despojar a la entidad de sus orígenes, de la memoria histórica que debería funcionar como motor para esa recuperación del ADN. El lema favorito de Meriton, “mismo club, nueva era”, es suficientemente expresivo como para adivinar sus intenciones. Sus acciones, también. Las medidas que el Valencia de Meriton ha ido poniendo en marcha para desarraigar al seguidor de ese pasado, desde el intento de alejar a los aficionados del equipo hasta la censura en sus redes sociales de toda disidencia, no son sino pequeños granos de arena en una política institucional que despreció el centenario del club y ha intentado borrar de su historia, a veces hasta literalmente, a algunos de los protagonistas de las gestas del club, a quienes han contribuido a perpetuar la identidad del Valencia. Meriton ha repudiado a Kempes, Cañizares o Camarasa, por poner tres ejemplos legendarios del club, y ha llegado a eliminar de las fotos de celebración del último título a Parejo y Marcelino.
Será difícil recuperar el ADN del Valencia, como se propone Bordalás, si desde la dirección del club se apuesta por borrar esa identidad que lo ha hecho grande. Puede que el técnico alicantino haga un equipo que juegue con el cuchillo entre los dientes, que sea un clon de los conjuntos que ha entrenado hasta ahora, pero el ADN vencedor del Valencia ha tenido como base plantillas bien construidas y con una calidad superior a la que promete poner Meriton en sus manos. Es decir, se parecerá más al Elche, el Alcorcón, el Alavés o el Getafe que condujo Bordalás que al Valencia de primeros de los años 70 o comienzos de este siglo.