VALÈNCIA. Almudena Muñoz está feliz. Almudena, para el que no lo sepa, que alguno hay, tiene una medalla de oro olímpica en su casa. Almudena, es más, es la única campeona olímpica que tiene esta ciudad, València. ¿O vamos a tener que volver a poner Valencia? Es que con tanto cambio en las instituciones voy algo perdido. Pero no me quiero desviar (aún). Decía que Almudena está feliz, y lo está porque el colegio Magisterio Español va a pasar a llamarse, a partir de septiembre, colegio Almudena Muñoz.
Esta dedicatoria es la primera que recibe en su ciudad la judoka que ganó el oro olímpico en los ya lejanos Juegos de Barcelona 92. Han pasado 31 años y es la primera vez que alguien le honra con este reconocimiento que sí recibieron, casi al instante, casi todos los medallistas españoles de aquellos Juegos inolvidables. El Ayuntamiento de València nunca lo ha hecho. Nadie, en tres décadas, ha creído que fuera una causa -luchar por el reconocimiento de una mujer sobresaliente- merecedora de su esfuerzo, de su pelea. En 31 años han cambiado varias veces los inquilinos de la casa consistorial, que los ha tenido de casi todos los colores, y ninguno, repito, ninguno ha creído que valiera la pena mover un dedo para que la única campeona olímpica de la ciudad tuviera a su nombre una calle, una plaza o, qué sé yo, un callejón sin salida.
Yo, que soy un iluso, un romántico, un ingenuo, escribo un artículo cada cuatro o cinco años para recordar lo que me parece una gran injusticia. Y siempre he recibido desprecio como respuesta. Luego me llega que el artículo ha generado nerviosismo y alguna que otra llamada de teléfono molesta porque un periodista viejo y cascarrabias había decidido señalarles con el dedo.
El último en responderme fue Javier Mateo, el concejal de Deportes hasta hace unas semanas. Me dedicó un tuit esgrimiendo que eso que yo pedía, una calle, un pabellón, un algo para Almudena en la ciudad, su ciudad, nuestra ciudad, era imposible porque la normativa obligaba a que alguien estuviera muerto para merecer ese privilegio. Es decir, si quieres que tu ciudad reconozca lo que has hecho con los honores de costumbre para los notables, te tienes que morir. Es lo que hay.
El argumento, a mí, me dio entre risa y pena. Y además es mentira. Que le pregunten, si no, cómo consiguió Rovellet, el pilotari felizmente vivo a sus noventa años, una calle en València.
Días después, Mateo, que ya había cacareado que iba a pedir una calle para el difunto Pipo Arnau, exigió silencio a la Sociedad Deportiva Correcaminos porque quería ser él quien anunciase en público que, además -esta ronda también la pago yo-, iba a pedir otra calle para Toni Lastra.
El edil deportivo se esperó al estreno de un magnífico documental sobre Toni Lastra, dirigido por Xavi Blasco, para hacerlo público. Mateo quería una audiencia que aplaudiera su propuesta y por eso eligió la Filmoteca, llena de socios de Correcaminos, el club de corredores que presidió Lastra, para marcarse el tanto. Mateo llegó tarde. Muy tarde. Pero como es político, pensó que haciendo un truco podía salir airoso. Así que, justo antes de que acabara el documental, pidió paso en la tercera fila y se sentó a toda prisa. En cuanto se encendieron las luces con los títulos de crédito, se levantó como si hubiera estado viendo todo el documental. Un pecado menor.
Mateo no me dirigió la palabra -no tiene ninguna obligación-, así que fui a presentarme: “Hola, Javier, soy el del artículo de Almudena”. El concejal me miró, me estrechó la mano y se rió. Luego me dejó de lado y, mirándome por encima del hombro, explicó en voz alta a otro periodista que lo que yo pedía era absurdo porque iba en contra de la normativa. Yo, que ya tengo muchos años y he visto pasar a muchos de estos, esperé a que acabara y, entonces, pasé por su lado y dije, para quien quisiera escuchar: “Yo pensaba que los políticos estabais para luchar por las causas justas de los ciudadanos, no para acatar las injusticias”. Y me fui a hablar con los corredores, con los deportistas.
Lo ven normal. Están en la política, quiero creer que por vocación, vocación por servir al electorado, digo, y no se dan cuenta que está en sus manos cambiar las cosas, que para eso les hemos elegido, les hemos votado. No les hemos dado el poder para que pregunten, les digan que la normativa dice eso y entonces se rían del periodista quijotesco. Yo entiendo el espíritu de la norma: esperar a que el poeta escriba su último verso, a que el pintor pasé otra vez el pincel, a que el arquitecto levante otro edificio colosal… No está mal pensado. Pero, ¿qué ocurre si alguien tiene 23 años cuando pasa a la posteridad y tienes la certeza de que no va a añadir más gloria a su obra porque ya se ha retirado, que es como ‘morir’ deportivamente? Pues creo que, en este caso concreto, sería más justo y bondadoso concederle este honor en vida. Los padres de la judoka, de hecho, no van a conocer el colegio Almudena Muñoz. Ya murieron.
Almudena tuvo momentos de cierta ira por este asunto. No por vanidad, sino porque veía que todos sus compañeros medallistas habían dado nombre en unos pocos meses a calles, avenidas y pabellones. Pero aquel dolor ya pasó. La campeona olímpica se resignó porque, además, ella trabaja en casa de quien debe impulsar este reconocimiento, la Fundación Deportiva Municipal.
Yo creo que es un problema de cultura deportiva. Me he entretenido mirando el ‘timeline’ del que todavía es, creo, el concejal de Deportes de València. Esta semana ha estado muy activo. Un tuit -más bien retuit- tras otro. Pero desde el pasado lunes sólo hay dos que se podían considerar deportivos. Uno es sobre Meriton y los representantes del PP y VOX; es decir, mucho más político que deportivo. Y el otro, retuiteado con la misma intención, es un ataque por algo sobre los Gay Games. El último tuit deportivo de la máxima autoridad deportiva de la ciudad es del domingo, el día que halagó, como media España, al murciano Carlos Alcaraz.
Almudena cuenta que, pese a todo, ha tenido una buena relación con Mateo. “Me ha tratado bien”, dice, creo que sin darse cuenta de que eso no debería ser reseñable en una mujer que lleva cerca de treinta años en esa casa y que, además, es una leyenda del deporte español. Almudena cuenta que ya ha dejado de importarle lo de la calle, que lo que ahora le emociona, a sus 54 años, es la gente que todavía la recuerda y que le guarda cariño y admiración por lo que ha sido. Y me cuenta que admira profundamente a mujeres como Teresa, la directora del CEIP Magisterio Español, que cuando se enteró de que ahí había estudiado de niña toda una campeona olímpica, la única de esta ciudad, movió Roma con Santiago para conseguir que la conselleria autorizara el cambio de nombre. Eso, creo yo, es lo que tendrían que hacer los políticos