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opinión

La isla de las tentaciones

4/02/2020 - 

VALÈNCIA. ¿Podemos afirmar que Rodrigo Moreno le ha fallado emocionalmente al Valencia CF? No lo creo: durante el verano tonteó lo suyo con el equipo colchonero, que le llevó a su terreno, le cameló con llamaditas y muestras de cariño, pero fue todo una patraña de mal pagador, porque se lo quería llevar al huerto sin sacrificio alguno y sin dinero. La pregunta era si había sido el equipo valenciano el que había quedado en ridículo o si fue el madrileño. La verdad es que todos lo hicieron mal, porque pusieron al jugador en la incómoda situación de tener que ver cómo la opinión pública podría estar viendo, en directo, su desliz y que la historia no llegase a ningún puerto. El resultado no fue otro que la destitución del técnico, que había dicho, ante las cámaras, que sin él la vida ya no sería lo mismo. Y el rendimiento del jugador, en consonancia a cómo estaba su mente, también fue bajo: le costó asimilar que su coqueteo, que se las prometía muy provechoso, acabó en palabras de mal amante.

Dos noches de hoguera Champions, tres días de rendimiento más o menos aceptable y ¡Listo! La gente otra vez creyendo en uno de sus buques insignia: una férrea confianza en su profesionalidad y en su honestidad, aunque se sabía que la cabeza no estaba en el equipo aún. De pronto habíamos olvidado que en los días de mercado siempre hay alguna lesión que le impide jugar por si acaso le da por salir corriendo gritando un nombre, desaforadamente. Con esta sensación todos sabíamos que, a la primera de cambio, el jugador buscaría salir de su isla y lanzarse a los brazos de otra seducción futbolística: y en esto se cruzó el Barcelona, propenso a hacer ridículos sonoros en su primeras citas y en querer tener un final feliz sin apenas conocerse un poco más. Pensaron los culés que, por su físico (insuflado de esteroides económicos gracias al reparto desigual de la TV) y por su atractivo perfil de mes que un club venido a menos en verdad, podían hacer edredoning con el jugador casi a coste cero. El Valencia puso la cama, las velas y hasta la música ambiente para que la cosa fluyera, porque es bueno tener contento a quien debía sacarte del atolladero económico en el que estás, así, a la vieja usanza, como cuando se usaban los matrimonios concertados entre hijos como inversiones. La cosa está que el equipo blaugrana tenía poco fuelle y quizá la cosa no respondía todo lo bien que creían, porque, al mismo tiempo, estaba wassapeándose con jugadores de medio mundo y Rodrigo no era más que una manera de contentar, de cara a la galería, a su técnico (como hicieron con Neymar y Messi). Si dura un poco más este romance el Barcelona hubiera sido capaz de pedirle dinero al Valencia por tener a Rodrigo cedido en su magnánimo equipo, adalid de las causas catalanas y catalanistas. El tonteo ya se convirtió en ofensa y el jugador valencianista lo único que ha sacado de todo esto es que se ha vuelto a quedar mentalmente sin pareja, porque su cabeza no está aquí, por mucho que se afirme lo contrario: el pasado sábado no estaba en el partido. Lo intentaba, porque es un profesional como la copa de un pino, pero no le salen las cosas, porque aún está corriendo por la playa gritando nombres de equipos que le dejan plantado al borde del altar ante toda la opinión pública.

Hay otras parejas que no acaban tampoco de funcionar del todo: Garay no ha renovado y el corazón me pide que grite bien alto y claro que se le renueve, porque el chico ya se lo había ganado; pero la cabeza me pide que lo descarte, porque el fútbol no perdona y ya tiene una edad con una lesión grave y no puedes permitirte pagar dos centrales (sale a la luz Mangala) a precio de oro en baja forma física. No puedes permitirte tener corazón en estos casos y me sabe realmente mal decir algo así. Otra cosa es que haya un reajuste importe y sí puedas hacerle un hueco a Garay, cuya fila de pretendientes se habrá esfumado de cuajo nada más saliera el pronóstico aproximativo de los médicos del Valencia. Pobre pareja esta, porque no se han fallado las dos partes (aunque la parte propietaria se enojara cuando Garay dio la cara por su querido Marcelino y por cómo se procedía), pero tengo la sensación de que el amor se ha roto, como un ligamento de rodilla, entre los dos.

Ferrán sigue sin ver su compromiso a largo plazo, pero sigue siendo fiel al amor de su vida: no obstante, el dinero es un embellecedor infalible, así que si viene otro equipo con el doble o el triple de lo que le ofrecen, el amor a sus colores solo dejará un leve sonido de cisterna al fondo, con dos lagrimillas contenidas en los ojos y un adiós que querrá que sea un hasta luego sin remordimientos, que es casi como un quedar como amigos, con algún roce que otro el día de mañana. Debe saber que fuera de Valencia hace mucho frío, porque en esta tierra uno se siente como en una isla: buen clima, buena gente, gran gastronomía, playa, montaña, cariño, mucho cariño, un gran club (con sus cosas, como en todos) y una afición más propensa a querer que a silbar y a olvidar deslices que a echarlos en cara.

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