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opinión pd / OPINIÓN

La palabra mágica

27/05/2021 - 

VALÈNCIA. Orgullo. Esa es la palabra con la que cualquier aficionado al fútbol se identifica. Porque si alguna cosa te permite este bendito deporte es sentir orgullo de tu equipo. Es la meta por lo que todos los clubes pelean. Por encima de la coyuntura, las entidades trabajan para que sus seguidores puedan presumir de sus colores y lucir su escudo con el pecho bien hacia fuera. En la victoria, pero también en la derrota. Superar los límites y crecer o levantarse después de haber tocado fondo. Porque en el Levante, por ejemplo, pueden presumir de lo grande que es ser pequeño y aun siéndolo quedarte a las puertas de una final. O conseguir llegar a una de ellas por primera vez desde tu nacimiento como anoche le sucedió a los vecinos de Vila-real.  

En el Valencia, sin irnos demasiado lejos, ¿quién no dibujó una enorme sonrisa cuando el pasado martes recordábamos que dos años atrás tocamos el cielo para teñirlo de blanquinegro? En el Villamarín, nada más y nada menos ante el Barça de Messi, los hombres de Marcelino hicieron historia. Aquel día, el orgullo de ser valencianista deslumbró al país entero. Una efeméride que, 24 meses después, resulta casi inalcanzable. Pero el que se ha identificado con estos colores desde bien pequeño no solo ha presumido de ellos en las buenas. Ha sido también en las malas cuando el murciélago de a pie ha demostrado que el amor a su club está por encima de las circunstancias. ¿O no fue una muestra de orgullo cuando se aumentó el número de socios durante el añito en el infierno de la Segunda División para alentar a los suyos llenando cada domingo el coliseo de la Avenida de Suecia?  ¿O no fue un orgullo llegar a dos finales de Champions a pesar de las derrotas? Y así podríamos continuar con un ejemplo tras otro. 

Precisamente, conseguir que los seguidores vuelvan a Mestalla -Covid mediante- orgullosos de lo que sus futbolistas les ofrecen sobre el césped, debe ser el único objetivo que se marque el nuevo Valencia 2021/2022. Que la indiferencia que, por desgracia, ha provocado la temporada que recién finaliza sea cosa del pasado. Lograr que el equipo no negocie un esfuerzo, que compita hasta el final y que se deje la piel en cada jugada es la principal tarea para el nuevo entrenador. Con ello y una acertada confección de la plantilla, la comunión con el latir blanquinegro está asegurada.

Una comunión que, por el contrario, parece haberse distanciado con el equipo de todos. Y digo parece porque a mí, particularmente, no me sucede. Fue no escuchar el nombre de Ramos de boca de Luis Enrique para que se dude hasta del color de la camiseta. Que cómo es posible con lo que el camero ha sido para España, que como puede ser que Nacho no sea su sustituto...En definitiva, que la corriente de opinión con la que va a tener que pelear el seleccionador por no convocar a ningún futbolista del Real Madrid, le va a costar, como mínimo, vivir una concentración algo más que agitada. Y vaya por delante que soy el primero que piensa que Nacho podría haber entrado en la lista, pero entiendo que es debatible. Sin embargo, ¿cómo va a jugársela el entrenador por un futbolista que lleva casi tres meses sin jugar por una lesión y de la que acaba de recibir el alta médica? Y si hubiese llevado a Ramos, ¿con qué carita lo deja en el banquillo si no apuesta por él de inicio? Bien por Lucho. Su atrevimiento no va a afectar a mi orgullo por La Roja.

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