VALÈNCIA. Otra asistencia (3) y otro gol (7) del Comandante. Otro día más en la oficina. De nuevo determinante, ante un equipo especial, para sumar la cuarta victoria seguida en casa y abrir brecha con el precipicio. Un subidón días después de conocerse que el ‘11’ rechazaba la oferta de renovación y se ponía en el mercado. Me cuesta creer que Morales vaya a marcharse y además por la puerta de atrás. Ni libre tras el 30 de junio ni mucho menos ahora en el mercado de invierno después de prender la mecha. No lo veo con otra camiseta. Me parece imposible. En este juego de estrategia que es una negociación (con el añadido sentimental que no tienen las de otros que también acaban su unión), el Levante ha tenido tiempo para evitar que se haya llegado hasta aquí a menos de seis meses de la finalización de su contrato.
Por mucho COVID, los efectos adversos que han provocado en el club y las decisiones erróneas y contraproducentes, que nadie olvide que esta situación enquistada es la del máximo goleador (43) y el máximo asistente (25) del Levante en Primera División. Que no es un cualquiera, que merece un capítulo al margen, con todos los respetos a otros que también finalizan como Rochina, Miramón, Postigo, Duarte y Doukouré. Imagen, líder espiritual, el altavoz para todo (tanto en los buenos como en los malos momentos) y por el que sacamos pecho constantemente cada vez que pone firmes a los rivales. Pero no es suficiente con buenas palabras, un vídeo chulo o un puñado de tuits para refrendar su condición de icono. Eso no da de comer. Que si se reconduce el panorama (que espero y creo que así será) no sea por lo que ha dado desde que debutara el 30 de agosto de 2014 en San Mamés sino por lo que seguirá ofreciendo. Morales merece acabar su historia en azulgrana con un final feliz y con el respaldo absoluto de una afición que lo idolatra. No quisiera quedarme con que su último gol en un Ciutat entregado, a rebosar, fue el del latigazo al Real Madrid del 22 de febrero de 2020. En este fútbol sin público acumula nueve dianas: dos en la mudanza de La Nucía (Betis y Real Sociedad) y las siete de la actual temporada (Osasuna, Alavés, los dobletes al Valencia y Betis, y la sexta ocasión que ve puerta frente al Eibar).
Este tira y afloja (o como queráis llamarlo) está en manos de Quico Catalán y del propio jugador. Es una cuestión de dos. Cada uno debe tener clara la realidad del otro, sin olvidar todo lo que ha sucedido y ha provocado este cortocircuito. Hay muchísimo más a perder si el desenlace es con ambas partes deshaciendo sus caminos. Entiendo que el presidente, que le había prometido una renovación de por vida (y aún está sobre la mesa), ahora no se desvíe ni un milímetro de una política centrada en solucionar el jaleo del desfase financiero (los 16,5 millones de marras son un quebradero de cabeza) y que la renovación del Comandante no sea a cualquier precio. También que Paco López considere que su rol en el terreno de juego ya no sea tan indiscutible. Nos guste o no (como sucedió en La Cerámica), pero es legítimo que pueda pensar así y que en cada momento opte por las decisiones deportivas que considere más convenientes. Y por supuesto comprendo que Morales haya dicho ‘basta’ después de mucho tiempo guardando silencio, sin alzar la voz sobre su futuro, viendo que se priorizaban otros casos de sus compañeros al suyo (con la renovación de Campaña en abril de 2019 se rompió la banca) e incluso dándole a entrever que en su día se equivocó dejando escapar el tren de China y ponerse a las órdenes de Rafa Benítez.
Además siente que le quedan todavía dos o tres años de fútbol de primer nivel a sus 33 primaveras (hará 34 el 23 de julio) y no que haya que garantizar su continuidad curso a curso a la respuesta deportiva que depende también de la confianza del cuerpo técnico. Hay que poner todas las cartas sobre la mesa e igualmente no pasar por alto que ha aprovechado (él y su entorno) el mejor partido que ha firmado (contra el Betis) para mover sus piezas, reclamar lo que cree que merece, dar un pellizco que ha dolido, y pasar la pelota al tejado del club. La celebración de sus golazos al conjunto verdiblanco, señalando el escudo y besándolo, tuvo más fuerza y mensaje que otras. Incluso que la del domingo contra el Eibar. Con él, el rendimiento está al margen de tesituras contractuales.
La justicia debe imperar para apagar el terremoto que ha suscitado su medida de fuerza en la víspera a un partido especial como fue el de su reencuentro con ‘su’ querido Eibar, el trampolín a convertirse en futbolista de campanillas, del que formó parte para ser uno de los responsables del histórico ascenso armero en la temporada 2013/2014. Estoy seguro de que el capitán comprende que nadie va a permitir que se marche y tengo clarísimo que en ningún lugar le van a brindar el cariño que se le brinda aquí. En un Levante huérfano de símbolos sería una metedura de pata histórica, En las altas esferas se mantiene la calma y la confianza en reconducir el entuerto, llegar a un punto de acuerdo y todos felices como de costumbre. Como dijo Paco en la previa, esto es como “en las películas que hay siempre una pareja que al final sabes que acaban juntos y se van a besar”. Un discurso que prolongó tras la remontada y el cuatro de cuatro en casa: “Morales vuelve a demostrar que es un jugador que está comprometido y eso es lo más importante. Tanto él como el Levante están condenados a entenderse”.
Su actual vinculación, con alguna bonificación posterior que lo ha variado ligeramente, se remonta al 11 de mayo de 2018 cuando pasó del 1+1 que le quedaba a garantizarse los tres siguientes años fijos. Una mejora merecida tras haber cerrado la temporada con 10 tantos, cinco desde la llegada al banquillo de Paco López, además de ocho asistencias. El anuncio de su continuidad hasta 2021 vino unida a la ‘renoventa’ de Jefferson Lerma, que se iba a marchar al Mundial de Francia y había que tenerlo atado y bien atado (inicialmente firmó hasta 2022) porque todo apuntaba a una operación histórica. Con el pastizal del traspaso del colombiano a Inglaterra se abrió la veda, con operaciones alejadas de la austeridad (fichajes y renovaciones), provocando un sinfín de debates internos y externos. Mientras, Morales ha seguido a lo suyo, mejorando sus números, siendo influyente, demostrando fuera y dentro del campo su compromiso absoluto y entendiendo que había que esperar a que llegara su turno… hasta que la paciencia se le ha agotado. Y haciendo oídos sordos a las cantos de sirena de otros clubes, dejando de ganar mucho dinero por seguir aquí, porque su deseo, y lo continúa siendo, es poder retirarse con la camiseta del equipo que le propulsó al primer plano cuando pensaba que era imposible. Una explosión tardía para dejar huella.
La del ‘Moro’ es una historia de fidelidad y amor a unos colores que comenzó cuando tenía 24 años. Militaba en el Fuenlabrada (próximo rival de Copa del Rey en dieciseisavos de final) y Juan Luis Mora, miembro de la secretaría técnica, acabó cautivado por su velocidad innata en banda y su vistosidad cuando en realidad iba a ver a un central. Por su edad no entraba en el perfil para un segundo equipo, pero le bastaron dos partidos para lanzarse a su contratación. La firma se produjo en un hotel de Aranjuez, y Mora, mientras le explicaba el proyecto, le preguntó si quería algo para beber. "Un boli para firmar", fue su respuesta.