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opinión / OPINIÓN

La temeridad de un país que no pasa por el Madrid

8/07/2021 - 

VALÈNCIA. La Eurocopa, para España, tenía dos torneos. El más canónico. El de las banderitas, los himnos, las selecciones estrafalarias y los tangues en el sorteo de los penaltis. Y luego estaba la Eurocopa importante. La que iba a dirimir si la apuesta temeraria de Luis Enrique planteando un modelo de selección contra el aparato, iba a ser devorada por las fauces del radicalismo from Valdebebas. Si el modelo rebelde iba a sucumbir ante el acoso de ese país privado, de raíz raulista, que especula con su orgullo sentimental dependiendo del peso que da España en la báscula de madridismo.

Una cuestión de futuro, pero sobre todo de simbolismo. Cianuro para el establishment con unas cuantas lecturas de profundidad, más allá de regodearnos con que nadie del Madrid estuviera invitado al guateque. Además de celebrar la derrota anímica de los chiringuitos que amedrentan (qué sublime metralla la de Rubén Uría), la Eurocopa de España deja algunas conclusiones:

Uno. La oportunidad para un fútbol español más equitativo. Nos hemos acostumbrado, hasta digerir sin rechistar, a la distrofia de tener un campeonato volcado hacia la vía única. La que beneficia a los gigantes, concentrando toda la atención en ellos, dando migajitas al resto. El hábito de que quienes más pueden por sí mismos, también aspiren los recursos que deberían servir para compensar las diferencias enormes. Frente a ese sistema único, el modelo de Luis Enrique se ha sostenido desde las periferias, ciscándose en los poderes tradicionales para modular un catecismo propio, obviando la dinámica de la dualidad Madrid-Barça.

Esa diversidad es un espejismo poco comparable con la realidad de la Liga, pero durante algunos días ha devuelto a la ensoñación del pasado, donde la Real Sociedad, el Villarreal, el Athletic o el Valencia podían copar las portadas por sus méritos.

DosEspaña ha evitado en esta Eurocopa que Florentino Pérez fichase al seleccionador en pleno campeonato. Gracias al gentil detalle, Luis Enrique -con suficiente costra, conocedor profundo del territorio- ha podido desenvolverse con libertad frente a todo tipo de presiones, ablandando la importancia de imperios mediáticos que demasiadas veces acaban creyéndose lobby en lugar de medio.

Es un buen síntoma que el clima no dependa de las bocanadas de fuego emitidas desde un púlpito. Que haya coraje suficiente como para blindarse con la normalidad de quien no pide permiso para ejecutar sus decisiones.

Tres. Más allá de la selección, más allá de España, una nueva demostración del factor crítico de la espera. De tener una estrategia y y un pensamiento a largo plazo. Extrapolable a cualquier plaza, si la obsesión de Luis Enrique hubiera pasado por no abrasarse en el banquillo, por escapar indemne de este julio, quizá Pedri apenas hubiera jugado. Quizá Ferran y Oyarzabal tendrían que haber esperado a consagrarse y el croata Dani Olmo macerar un poco más. Pero ese modelo que conecta los puntos desde Foios a Tegueste, desde Eibar a Terrassa, contaba con la cobertura de un entrenador sin más condicionantes que la convicción personalísima. El largo plazo frente la urgencia.

Ganaron las periferias. Se clasificó el modelo menos radial. El que para avanzar no necesita pedir permiso en Valdebebas. 

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