VALÈNCIA. Es tan tentador caer en esa ratonera con un queso a punto de fundirse que, cuando no se cae, subyace el regusto a oportunidad perdida.
Si aterrizase un alienígena en Mestalla, además de preguntarse cómo demonios los terrícolas locales pretenden abandonar un estadio así de icónico, el alien de visita vería con claridad cómo las boutades del presidente del Valencia tienen una pretensión disuasoria. Cómo busca tejer una tela de araña casi invisible para que, atrapados en ella, evitemos avanzar hacia lo importante. Cómo Murthy resulta una pieza utilísima para el propietario en su misión de cronificar el problema hasta encontrar la resolución más suculenta.
En las últimas semanas, al margen de la contratación de un entrenador apaciguante, la realidad ha girado en torno al marco de Murthy. Tanto que hemos terminado arrancando hojas con su careto y discutiendo sobre el lockout en las interacciones de las redes del club. Analizando la circunferencia de sus ojos. ¿Pero es que es Murthy el problema central del Valencia?
Mientras se divaga a propósito de las provocaciones del presidente, se pierde intensidad centrando el resto: las cuestiones capitales de saber si hay algún tipo de proyecto para el Valencia, si hay alternativa, si cabe viabilidad económica, si el equipo se va a subastar este verano.
En ese juego de menudencias, la leña al mono se descarga sobre una pieza amortizada cuya función principal parece ser esa: concentrar las críticas, cuando no dirigirlas para provocar daños controlados. Entre tanto, el resto: la normalidad de proyectar una temporada donde quien más quien menos firmaría acabar a mitad tabla.
La figura de Murthy recuerda a los ministros que en el seno de un gobierno tienen el cometido de crear grescas con las que soterrar cuestiones de calado. Sea o no calculada, la trampa del presidente consiste en atraer la atención hacia los pasatiempos, desviándola de lo trascendente.
Sí, el queso que coloca resulta irresistible. ¿Pero existe una estrategia opositora decidida a combatir la trampa con una agenda propia?