VALÈNCIA. No me entusiasman ni Miñambres ni Nafti ni la confección de la plantilla que debería enderezar sin dilación el rumbo de un club que necesita una profunda regeneración y en el cual (aún, pese al drama del descenso) todo son parches y huidas hacia adelante. Cuando se afirma algo así la realidad te puede dar un bofetón. Fundamentalmente que Miñambres y Nafti sean dos genios y que el Llevant suba con la gorra. Ojalá. Celebraré con entusiasmo equivocarme. Sucede a veces. Seré el primero en felicitarlos públicamente, si es así.
Aunque nadie en el club habla de la urgencia del ascenso, el Llevant necesita no perder el tren de Primera justo en la actual coyuntura, que amenaza con perpetuarse. Nuestro fútbol languidece, fundamentalmente por la ineptitud, la egolatría y la avaricia que existe entre su clase dirigente. Habrá quien crea que es algo efímero y que la Liga será capaz de recuperar el terreno perdido, pero la tendencia es a ser superado por otras a corto plazo. Años y años inmersos en el mamazo persistente a los grandes beneficiarios del pastel televisivo que ha arruinado toda la competición. Y seguimos. Nadie ha puesto freno, mientras Alemania, Italia y Francia avanzaban, con la Premier ya en otra dimensión.
La gestión errática (e irresponsable) de unos cuantos clubs no invita, desde luego, al optimismo. Tampoco el ecosistema de los grandes protagonistas, jóvenes caprichosos incapaces de comprender la importancia del aficionado. No todos, claro, pero muchos ya no son admirados por nadie.
En este contexto, la Segunda división española no interesa a nadie. Es un pozo sin fondo donde unos cuantos clubs históricos, con hinchadas admirables pero mal gestionados, conviven con otros que tratan de aprovechar el río revuelto para hacerse un hueco. Por eso es tan urgente ascender en un año como lo era no haber descendido. Porque el Llevant es insostenible lejos de Primera, como muchos otros, y porque su situación social y económica se enturbiará sin remedio hasta gangrenarse lejos de Primera. Los que sufrimos la década de los 80, la peor en la historia levantina, sabemos cuánto costó escapar de aquella crisis sistémica. También que el siglo XXI iba por otros derroteros que había que consolidar para que el decano del fútbol valenciano no volviera a hundirse jamás en la nadería y la insignificancia. Es urgente enderezar el camino.
Sin embargo los grandes errores del curso pasado sólo se han restañado en parte: a la ilusión por la llegada de Iborra o Álex, la continuidad de Cárdenas o la renovación de Pepelu se suman muchas dudas: el eterno problema de los centrales, la cantidad de futbolistas afectados de lesiones graves, los que quieren marcharse y aquí siguen, los que desearían salir pero no tienen mercado, las apuestas de riesgo en un equipo que necesita ser gallito desde el primer día. No parece que Miñambres haya trabajado ni bien ni a tiempo. Natfi tiene por supuesto margen para convencer. Entre otras cosas porque, con tantos frentes abiertos y condicionantes, no es fácil trabajar, aunque el partido de Huesca no invite al optimismo.
Y pese a todo 500 granotes estarán en la Romareda con el equipo (con el escudo), plenamente conscientes, aunque muchos no vivieran los 80 en Orriols, de la necesidad histórica de volver a Primera justo en este momento. Más que los grandes responsables del club, que apenas se han atrevido siquiera a pronunciar la palabra ascenso, la gran urgencia de la que nadie habla.