VALÈNCIA. Los escoceses, que son un pueblo más inteligente de lo que nos creemos, no llaman al partido que enfrenta a los dos mejores equipos de su liga “derbi”, pese a que lo juegan dos equipos de la misma ciudad, ni “clásico”, aunque la rivalidad se remonte a finales del siglo XIX, más antigua que los choques River-Boca o Madrid-Barça. Los escoceses llaman a ese partido “The Old Firm”, la vieja empresa, porque, en 1909, ambos equipos disputaron la final de copa, que acabó en empate a cero. La reglamentación dictaba que el empate obligaba a jugar otro encuentro, en el que comenzó a circular un rumor en la grada que decía que ambos clubes se habían puesto de acuerdo para pactar otra igualada y sacar beneficio económico con un tercer encuentro de desempate. El rumor derivó en un grave conflicto de orden público cuando ambas aficiones saltaron al campo y arramblaron con todo. Aquel día se dieron cuenta de que Celtic y Rangers eran las dos caras de la misma moneda, que negociaban privilegios conjuntamente y que hacían frente común por conservar su status frente al resto de equipos de la liga.
Los españoles, que somos menos inteligentes de lo que nos creemos, llamamos “clásico” al partido entre el Madrid y el Barcelona, gracias a la machacona insistencia de la prensa, pero podríamos llamarlo perfectamente “la vieja empresa”, porque, en el fondo, los dos clubes más poderosos de nuestro país hacen de su rivalidad un instrumento para subyugar al resto de rivales que compiten por los títulos.
Hace diez años, coincidiendo con la crisis económica que impulsó el capitalismo más salvaje, Madrid y Barcelona reforzaron su vieja empresa gracias a Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, que instauró una serie de medidas para que los clubes ricos fueran cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. Unos horarios preferentes, un reparto de los derechos de televisión desigual y caciquil, y un sistema de competición condicionado por el sorteo de un calendario amañado fueron las armas que utilizó Tebas para favorecer a la vieja empresa.
Esta temporada, la vieja empresa ha encontrado un aliado inesperado en Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol. Inesperado porque el que fuera presidente del sindicato de futbolistas pareció, en un principio, ir contracorriente de las medidas favorables a los grandes que había decretado Tebas, con el silencio cómplice del resto de clubes. La reestructuración de la Copa del Rey en un torneo más democrático y con más posibilidades reales para los equipos modestos indicaba que Rubiales era un Robin Hood moderno surgido para repartir los beneficios del fútbol español entre todos, no solo entre dos. Pero Rubiales se ha revelado como un Tebas 2.0 a la hora de diseñar su último invento: la nueva Supercopa de España.
Al acabar la temporada pasada, cuando todos nos frotábamos las manos imaginando una Supercopa que fuera la reedición, a doble partido, de la legendaria final copera de Sevilla, Rubiales anunció que el torneo se disputaría en la modalidad de final a cuatro y en un país extranjero. Aparte de que cambiar el reglamento a mitad de una competición es algo que recuerda al fútbol que se jugaba en el patio del colegio cuando el dueño del balón amenazaba con largarse, el esperpento se consumó cuando el propio Rubiales incluyó al Real Madrid, tercero en la liga, como participante en el torneo, por delante del Betis, semifinalista de copa. Pero había más sorpresas. El pasado lunes, el Robin Hood arrepentido anunció que el torneo se disputaría en Arabia Saudí, un país en el que las mujeres tienes menos derechos que los animales y que, hace poco más de un año, detuvo, torturó, mató y cortó en pedacitos a un periodista disidente con el régimen, mientras las potencias occidentales miraban hacia otro lado. En el mismo acto, Rubiales también hizo públicas las cifras que cobrarán los participantes en la patochada que tendrá lugar en enero en esa parte del mundo donde se producen más ejecuciones a los que no piensan como sus dirigentes. La vieja empresa se repartirá el pastel embolsándose casi el triple de lo que cobrará el Valencia y casi el doble de lo que se llevará el Atlético de Madrid.
El valencianismo se ha alzado contra tamaña injusticia, en un acto casi romántico para acabar con los privilegios de la vieja empresa. Pero la gran oportunidad de ponerse del lado de su masa social la tienen los dirigentes del club, los mismos que se van a subir el sueldo aprovechando que asumirán (?) las funciones de Mateu Alemany, despedido sin razones aparentes. ¿Lo harán? Adivinen...