VALÈNCIA. El 8 de diciembre de 1970 se disputó en Villaverde, distrito de Madrid, el primer partido de fútbol femenino en España. Las crónicas periodísticas de aquel encuentro sonrojarían a cualquier lector de este diario, pues en ellas, más que las incidencias del juego, se resaltaba la gracilidad de las jugadoras, sus hermosas piernas y las enormes diferencias entre los hombres y las mujeres a la hora de desenvolverse sobre el terreno de juego.
Por fortuna, casi medio siglo después, el papel de la mujer en nuestro país no es el de la abnegada ama de casa que cumple sus tareas domésticas con encomiable dedicación, cuida de sus hijos y satisface las necesidades, de todo tipo, de su marido cuando este llega de trabajar. Pero la visión que muchos medios de comunicación tienen sobre el fútbol femenino no ha cambiado demasiado. Ya no se resalta lo buenas que están las jugadoras, que eso quedaría fatal, pero sigue siendo una anécdota, una nota a pie de página en el enorme predio del fútbol masculino, que solo tiene interés informativo cuando se llenan estadios de primera división o cuando alguna de sus jugadoras más reivindicativas levanta la voz para quejarse del trato que reciben. Baste recordar los titulares de un diario deportivo de tirada nacional cuando el Real Madrid anunció la adquisición de un equipo de la liga Iberdrola, que hablaban de que el fútbol femenino entraba “en otra dimensión”, es decir, que como la iba a jugar el Madrid se lo empezarían a tomar un poco en serio.
La guinda a esa cadena de despropósitos la puso hace unos días una voz tan respetable como la de José María García. El polémico periodista madrileño, al que todo el mundo ahora le reconoce su condición de pionero como comunicador de masas aunque nadie recuerda su talante populista e interesado, dijo en una entrevista para la Cadena COPE que el fútbol femenino era “una mentira”. Para alimentar su tesis, comparó el fútbol de las mujeres con el de los hombres y dejó una perla que ya ha sido contestada, en forma de challenge, por varios equipos: “habría que ver qué porcentaje de jugadoras llegan desde el córner hasta la portería”.
Comparar el fútbol masculino con el femenino es una tontería tan grande como pensar que el fútbol infantil y el profesional son iguales. Son el mismo deporte, la misma disciplina, pero no se juegan de la misma manera. Poco importa, por ejemplo, que en el baloncesto femenino no existan prácticamente los mates ni los alley hoop; nadie discute que a lo que juegan esas chicas es a baloncesto ni convierte en “mentira” su forma de practicar dicho deporte. Nadie discute que, en tenis, el número 50 del ranking ATP le ganaría 6-0, 6-0 a la número uno del ranking WTA, pero también se impondría por ese tanteo al número uno del mundo en categoría infantil o a su homólogo de la categoría de veteranos. Y todos practican el tenis de verdad. En categoría masculina, el deporte, en general, y el fútbol, en particular, están tan profesionalizados que el nivel de preparación de los que compiten en la élite no puede equipararse al de quienes no lo hacen, sean hombres, mujeres, jóvenes y veteranos. Sobre todo en el aspecto físico, una vertiente en la que hay grandes diferencias entre hombres y mujeres. El fútbol femenino profesional es, en esencia, más puro que el masculino, donde la fortaleza física se ha convertido en un valor importantísimo para dominar el juego. Está, en definitiva, más cerca de la inmensa mayoría de los mortales, hombres y mujeres de a pie.
Las jugadoras españolas irán a la huelga en la jornada que se debe disputar dentro de dos semanas. Piden un convenio colectivo, un salario mínimo, un compromiso para ir acabando con la “parcialidad” de su jornada de trabajo y un protocolo para las bajas por maternidad y por lesión de larga duración. Nada que no esté dentro de la normalidad de cualquier reivindicación laboral. Nada que no puedan exigir profesionales que se dedican a ello de forma tan digna y entregada como lo hacen los hombres.