VALÈNCIA. A veces tiendo a creer que, en la adquisición, en su proceso o en la entrega final del producto, alguien dio un manual de instrucciones incorrecto a Lim. Alguien debió decirle que era un club fácil de instalar, con un entorno fervoroso pero controlable. Alguien debió darle un manual de instrucciones en el que ponía que la sociedad valencianista estaría constantemente, infinitamente, anteponiendo el agradecimiento por comprarnos, el deje eterno del ‘qué seríamos sin vosotros’, en lugar de llegar a cuestionarse los hechos, más allá incluso de los resultados deportivos.
Les dieron el manual de instrucciones equivocado. Creyeron que adquirían una posesión cuya compra garantizaba una cerca. El típico club pequeño con posibles, sin mucho historial, que crece a expensas de un mecenas al que adorar sin discusión. Un modelo de mecenazgo. En fin, lo contrario que el Valencia.
A raíz de esa premisa, mitad pretensión, mitad anhelo, la convicción de querer gobernar el Valencia como una obra simple, en la que no cabe demasiada subversión, con capacidad para expulsar, para no incluir. Un club sin discordia. De ahí al ‘ay, lo que me ha dicho’. De ahí al efecto Streisand de manual: acrecentar el volumen de la crítica sobredimensionando su importancia. De ahí a confundir la coraza personal con el honor del club.
Hubiera sido distinto si, en el manual de instrucciones correcto, se hubiera leído que el Valencia requiere un tratamiento complejo -como casi todos los clubes que compiten a lomos de sus ambiciones-, con un entorno que se gobierna a golpe de explicación y no de imposición, con el que no basta tener todas las acciones para recibir pleitesía.
Alguien no calibró el club de destino, no calibró sus propias fuerzas. La propia prueba de que ese intento de encapsular al Valencia es estéril, reside en que muchas de las voces hoy discordantes con Murthy son las mismas que promocionaban desde el convencimiento la llegada de Lim. Un cambio que, más que un viraje en la opinión, es un sano movimiento evolutivo en función de los hechos. Ni tan siquiera con el prejuicio a favor puede adquirirse el fervor eterno.
El Valencia no es unánime. Se trata de gestionar la complejidad.