análisis | la cantina

María se hartó del fútbol

15/04/2022 - 

VALÈNCIA. En mitad de la huerta, entre la Fonteta y la carretera d’En Corts, hay una carreterita que muy poca gente conoce -por suerte- pero que es una delicia. A mitad camino sale un desvío flanqueado por un par de acequias y allí, cien metros después, se levanta una nave con techo de uralita y los muros llenos de grafitis donde comparten espacio diferentes artistas de València. Dentro, rodeada de plantas y palmeras, de bicicletas y una gatita curiosa, trabaja María Martínez. María tiene una marca de cerámica, Engobe, y allí, en aquel coworking, imparte talleres, hace sus cosas y a ratos es feliz. La artista es una de esas chicas que, con solo 26 años, habla del pasado como si tuviera 60.

María no siempre fue ceramista. Antes trabajó en el prestigioso Instituto de Biomecánica de Valencia (IBV). Y antes fue fisioterapeuta. Y antes que nada, futbolista, futbolista profesional. Pero un día se hartó y lo dejó. No fue de un día para otro. María, que empezó como medio centro y acabó forzada a jugar como central, dejó el Levante UD porque llevaba semanas dándose cuenta de que había llegado a un punto en el que a ella le daba lo mismo perder que ganar. Estaba como anestesiada y cuando entraba al vestuario, miraba la cara de sus compañeras y simplemente las imitaba para que nadie se molestara por su indiferencia ante los resultados. Y fue entonces cuando pensó que lo mejor era despejar el balón e internarse en otros ámbitos.

La exfutbolista cuenta todo esto siendo más que consciente del peso de todo lo que atañe al fútbol. Y pasa por su etapa como deportista de élite como quien atraviesa un campo minado. No quiere pisar ningún callo y piensa mucho cada palabra, cada frase. Maldito deporte que todo lo amplifica y lo exagera.

María lo ha pasado mal. No solo por el fútbol. Sobre todo por sentirse una más dentro de esa corriente que es la vida y que nos lleva, en muchos casos, por donde quiere. Parece que los raíles nos obliguen a todos a tomar la misma dirección: estudiar una carrera, encontrar un trabajo, comprarse un piso, casarse y engordar delante de la televisión. Y cuando María vio que le llevaba la corriente, colapsó. “Yo sentía desde hace años que necesitaba parar y ver qué hacía con mi vida. A mis padres les decía, desde Bachiller, que quería parar. A mí me encantaba la filosofía, y lo normal es que hubiera hecho Filosofía, pero todo el mundo decía que no tenía salidas y estudié Fisioterapia. A eso me refiero”. Ella sentía una necesidad vital de dejarlo todo y marcharse de viaje unos meses a algún país extranjero. Necesitaba tiempo para centrarse y averiguar qué quería ser en la vida. Pero la corriente te va empujando y no es fácil. Dejó el fútbol, terminó la carrera, trabajó en el IBV…

A María siempre le gustaron los deportes. Ha practicado muchos y muy variados: frontón, judo, gimnasia acrobática, esquí, surf y en los últimos años también es una habitual en el gimnasio de Paleotrainning. “Por eso abandoné el mundo del arte. Pero cuando dejé el fútbol, mi campo de visión se abrió”, recuerda. A los diez años le dijo a su madre que quería jugar al fútbol. Pero hace tres lustros no era tan habitual que una chica le pegara patadas a un balón y no encontraban equipo hasta que alguien les contó que en el San Marcelino había una chica que jugaba con los chicos. Así que se fueron para allá. Pero no les convenció. Allí alguien les hizo una advertencia que les chirrió: “Tienes que estar preparada para que te critiquen”. Aquello las descolocó. “Yo tenía diez años y no me planteaba esas cosas. Yo solo era una niña que quería jugar, que quería jugar al fútbol”. Eran los tiempos en los que casi tenía que obligar a sus compañeras del colegio a jugar con ella, una rareza en un patio donde solo los niños pateaban la pelota.


Buscando, buscando, llegaron a la escuela del Levante UD, que tenía un equipo de fútbol 7 con niñas de su edad pero que ese año, cuando ella llegó, tuvieron que formar dos más de tantas niñas que se habían apuntado esa temporada. “El día que llegué y vi a quince niñas jugando al fútbol, flipé”. Ya no se movió de allí. Granota desde los 10 hasta los 19 años, nueve temporadas en las que pasó de aquel equipo de fútbol 7 a debutar en Primera División.

María Martínez viene de una familia de clase media. Su padre, que se ha prejubilado, trabajaba como administrativo en una empresa de seguros y su madre es ama de casa. Entre sus abuelos había un gasolinero, una mujer que trabajaba en el campo, una sirvienta y otro administrativo en la misma empresa. Todos apoyaron a esa hija única que se apasionó con el fútbol cuando no era tan común.

Así que lo normal es pensar que cuando alcanzó la cumbre del fútbol español, María había cumplido un sueño. Y sí, pero no. “Tengo sentimientos encontrados. Pero no me arrepiento para nada el tiempo y el esfuerzo que invertí porque era mi pasión. El mundo de la competición, que no el del club, ya no casaba con lo que yo era. Yo tenía otros valores y eso no me hacía feliz. Yo recordaba a la niña de diez años y ya no disfrutaba como entonces, me sentía presa, era una obligación que, además, no tenía una compensación económica. Lo que te pagaban era una risa. Pasó de ser un juego a ser un oficio mal remunerado. No tenía sentido para mí, que tenía muchos más intereses que el fútbol, y lo dejé. Y cuando lo hice, sentí una liberación tremenda”.

Volvió a jugar, pero nunca más en la élite. No quiso regresar al Levante UD ni fichar por otros equipos de Primera que le abrieron la puerta. A los dos años se puso la camiseta del Mislata, en Segunda, donde habían recalado algunas de sus mejores compañeras del Levante UD. También se fue un año a Italia, a Bolonia -la ‘dotta’, la ‘rossa’ y la ‘grassa’-, de Erasmus. De vuelta, encontró su sitio volviendo a un patio de colegio, el de San Pedro Pascual, con quien comenzó a jugar la liga escolar de fútbol sala. “Y ahí sí fui feliz”.

Un año se apuntó a cerámica y le fascinó. Una chica alquilaba un espacio en Benimaclet y le enseñó el abecé de este arte. Antes había descubierto que no quería vivir como fisioterapeuta, al menos tratando a deportistas. Le tiraba más la vena social. Pero el momento de romper con todo lo impulsó el confinamiento. Al acabar, María se fue con dos amigos a vivir en la montaña, a Gilet. Ella puso dos condiciones: que tuviera espacio para hacer un huerto y un taller. Ese año, 2021, lo dedicó a parar y a pensar. Suena muy idílico, pero no lo fue. “Ha sido el año más duro de mi vida”, señala. Por segunda vez en su vida, como ya hizo el año que dejó el fútbol, iba a tirar toda su vida por la borda. Dejó el IBV, donde descubrió que le gustaba la investigación, dejó el trabajo que hacía de terapia asistida con animales en una fundación, y se entregó a la cerámica para crear Engobe Store.

Ahora recuerda sus años como futbolista y llega a la conclusión de que sus valores no ligaban con el deporte de alta competición. Su salud mental era prioritaria y por eso abandonó el fútbol, donde primaba la competitividad entre las compañeras. “Recuerdo que en el Levante UD había un psicólogo a nuestra disposición y ninguna recurríamos a él”, apunta, y luego, cuando descubre que la número uno del tenis mundial, Ashleigh Barty, se acaba de retirar con 25 años, no se sorprende demasiado. “Cada vez nos cuestionamos más cosas y creo, además, que nos las podemos cuestionar, algo que la generación de mis padres no se podía permitir”, plantea la nueva María Martínez, que ha dejado de pensar en el resultado, como ocurría en el fútbol, para disfrutar del proceso, como ocurre con la alfarería y la cerámica.

-María, y ¿sientes que esta será ya tu ocupación definitiva?

-No, conociéndome, no. Ahora estoy estudiando un grado de Diseño y Tecnologías Creativas, y nunca se sabe…

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