Y puede que ahora exista ya una corriente que diga que lo mejor que puede hacer el club es descender para resetearlo todo. Y una leche. El Valencia ha de estar siempre en Primera...
VALENCIA. La verdad es que esto tiene mala pinta. Uno no quiere ver la realidad. Más bien, quiere una expansión de ese sentimiento de Peter Pan que le aflora cuando se sienta frente al televisor o en la grada a ver al Valencia. Verlo con los ojos de un niño. Y piensa que van a darlo todo en el campo. Porque quieren impresionar a una chica. O hacer que se sientan orgullosos sus padres o sus abuelos. Pero nada. Siempre hay una decepción. Que, por otra parte, es el habitat natural del aficionado. Patidor. Poco acostumbrado al éxito. Las borracheras del doblete -perdón-, fueron algo extraordinario. Y la resaca está durando demasiado. La euforia, tras chintonics supongo, de construir un nuevo estadio, los fichajes con tarifa plana de 18 millones, destituciones con capucha de madrugada... Podría seguir, pero creo que no es necesario, teniendo las hemerotecas a golpe de ratón.
Pero es que incluso así, hubo un reflejo que nos hizo creer que estábamos cerca de la luz. Aquel final de campaña europeo con Pizzi, donde con cuatro cañas y bastante amor propio, se estuvo cerca de viajar en masa a otra final europea y la primera temporada de Nuno con Lim de dueño eran una senda con pinta de convertirse en camino. Pero los egos, ay los egos, pudieron más que cualquier sentiment, más allá del de cada uno. Y en esas estamos ahora, transitando por la nada. Perdidos en cualquier carretera secundaria.
Pero, como dijo Laporta eufórico -perdón nuevamente-, al loro, que no estamos tan mal. Miren la clasificación de la Liga hace diecisiete años. Sevilla y Atleti se iban al pozo de la segunda, de donde les costó volver. Y puede que ahora exista ya una corriente que diga que lo mejor que puede hacer el club es descender para resetearlo todo. Y una leche. El Valencia ha de estar siempre en Primera. Me da igual que sea vagando por la zona media o soplándole la nuca a los grandes. Pero siempre en Primera. Sí, preferiblemente haciendo lo segundo. Pero nunca fue fácil ser del Valencia. Era ser outsider. Como ahora. Pero con dueño en Singapur, que puso la pasta para intentar resolver el entuerto y la pelota de deudas que hicieron los de aquí. Y, sintiéndolo mucho, hacen las cosas a su modo. El dueño tailandés del Leicester se ha ventilado a Rinaldi y a Ranieri nueve meses después de ganar la Premier. Y el del Cardiff, malayo, cambió el color de la equipación, de azul a roja. Incluso los árabes del City desembarcaron en el lado skyblue de Manchester pagando 40 kilos por Robinho. Toda una barbaridad propia de inexpertos, y bien jugada por el representante, sin duda. Pero bueno, es cosa de los ricos. Floper se cargó a un campeón de todo en los banquillos y puso a un inexperto entrenador de 2ªB y el mundo siguió girando. La flor en este desierto, el Espanyol, haciendo las cosas bien y poniendo gestores deportivos contrastados al frente del proyecto. Y, de momento, en mitad tabla en el primer año tras el desembarco oriental. Chino, para ser más exactos.
Como ven, tenemos el consuelo de tontos a tiro de piedra. Es el sino de este club. Vagar por los caprichos del dueño, que por algo los ha puesto. O por los celos de la mujer del que los pone, como aquella tarde en el Principado. Y está claro que el asesoramiento es, a todas luces, erróneo. Porque si fuera correcto, andaríamos por la sexta plaza, más o menos. En el aspecto deportivo. A estas alturas está claro que la cuestión económica parece ser la que marca la guía en el paso del Valencia. Austeridad. Plan de choque. Recortes y optimización. Pasos normales para sanear cualquier S.A. Y que se están aplicando para el Valencia. Todo correcto, excepto por una cosa. El Valencia tiene detrás de las siglas de sociedad anónima una letra de, de deportiva. Y ese es el quid. Toda la riqueza y toda la miseria va a venir por potenciar esa de, de deportiva. Una buena gestión en esa parcela ayudará a mejorar cualquier otra parte del club. Si la pelotita entra, todo fluirá como la seda, los patrocinios serán más fáciles de abrazar y la parroquia local, occidental y oriental correrá a nutrirse de productos oficiales con el escudo del club.
Y el no cuidar lo importante genera la imagen que se proyecta. Un club en el que parece ser que cada uno hace la guerra por su cuenta. Con enmascarados cronistas del medio oficial que señalan con el dedo a jugadores tildándolos de vagos. Pero incluso aquí, las bufandas están mal vistas y no procede teclear lo que todos pensamos. Con jugadores ofendidos ante el señalamiento y, supuestamente, economizando esfuerzos ante partidos. Con excelentes gestores en otros campos, como es la presidenta, pasándose por el forro la cultura oriental del esfuerzo y abrazando el lloro de la procedencia y el género como el más español de los españoles. Pues quizá convendría preguntar que opina de eso Amaia Gorostiza, presidenta del Eibar, uno de los clubes que más ha crecido deportiva e institucionalmente en un par de años, usando la oportunidad del descenso administrativo del Elche de manera ejemplar. O debería preguntar a los empleados del club, quien fue Arturo Tuzón, para que le expliquen que hizo, en las circunstancias que entró y como le tocó salir, para así evitarnos el plañir gratuito, teniendo el club como lo tienen. Porque todas esas piedras construyen un club donde incluso se pierden trenes de manera literal, dando una sensación de panchovillismo desesperante a la opinión pública.
Creer lo de la mayor transacción de la historia, una afirmación lanzada desde la ilusión y no desde la conciencia de la mentira cuando quizá habían otros planes desde el principio es algo que quizá no sabremos nunca, aunque podamos intuirlo. Soñamos que venían grandes arquitectos y parece ser que tocará saludar a la empresa de demoliciones.
Esperemos que se llegue a tiempo de rectificar y se rehabilite la casa.