Voy a pilates. Pero no lo digo orgullosa, lo comparto desde la angustia. No me gusta el deporte. “Hoy quiero confesar que estoy algo cansada”, como diría la Pantoja hace un porrón de años cuando el Barco Velero de Paquirri cruzó la bahía. No sé si habrá un club para ello: Sports Haters o similar, lo desconozco, pero desde luego si lo hay, háganmelo saber.
No me gusta el deporte y nunca me ha gustado. Soy de colegio de monjas, mi primer contacto con un chándal fue por sexto de EGB, y el roce de aquella felpa con mi piel me provocaba sarpullidos. Habrá algo más antilujurioso que un chándal, pero un chándal de verdad, no esas mallas de ahora que potencian el rendimiento del músculo y del ojo del vecino de máquina, que se le va a salir de las órbitas. De hecho, siempre he pensado que es lo que más se ejercita en el gimnasio: la vista. Claro que estas cosas te curten. Después de salir a la calle con semejante modelito en plena pubertad, avergonzada perdida, a ti ya lo que te echen.
Pero hay que ver qué injusta que es la vida; ahora que hacen esos conjuntos sexys e ideales, pues ahora tampoco me los puedo poner porque la lorza no me lo permite. Así que ahí me ven ustedes en pilates, con las camisetas más grandes que tengo de las carreras populares en las que he participado. Sí, ya lo sé, si no me gusta el deporte, cómo que corro carreras populares. Les puedo asegurar que es lo mismo que pienso yo cuando llevo los primeros trescientos metros ¿Qué coño hago aquí si no me gusta correr?
Otro tema que tampoco entiendo, ¿alguien me puede explicar por qué al terminar una carrera te dan cerveza?"
Lo de las camisetas de merchandaising merece capítulo a parte. Para qué te preguntan la talla en la inscripción, si luego te dan lo que les da la gana.Y esos eslogan, que no hay por donde cogerlos: "Día de la mujer. Corro por ti”. Pues si corres por mí, ¿para qué estoy corriendo yo? Corre tú y luego me cuentas y mientras te espero en la meta con el quinto de Estrella. Otro tema que tampoco entiendo, ¿alguien me puede explicar por qué al terminar te dan cerveza? Corres cinco kilómetros y cuando terminas te hincas dos cañas. Pues el saldo como en hacienda... a pagar.
Pero volviendo a los pilates, que es lo que nos ocupa, mire usted que me da coraje la típica señora que te saca veinte años, enjuta, superflexible, superperfecta, que cuando llega ilumina con su energía la sala de máquinas. Y cuando la ves entrar piensas: ¡Hay que fastidiarse, que no habrá horas para que Elastigirl me tuviera que tocar a mí!
Les voy a contar entonces por qué hago pilates. Por mi yo del futuro. Hay que empezar a cuidarse y adquirir hábitos que nos ayuden a alargar la vida. La otra noche, sin ir más lejos, después de una intensa clase de pilates, tras un viaje astral porque si no no entiendo cómo llegué hasta ahí, me encontré delante de una menestra de verduras con un huevo duro y pensé ¡Ay, Mari Trini, todo esto para que luego te atropelle un camión! ¿Se imaginan? Tanto sacrificio y que todo se vaya a la mierda en un segundo. Hombre, pues no. Debería haber un cierta garantía de permanencia en la vida terrenal después de tanto padecer. Un pacto con Dios: vale, yo ceno maceta, pero vamos a respetarnos, luego no me jodas y me lleves a los sesenta.
Por todo esto, también hago cosas por mi yo del presente ... que confiarse cien por cien a Dios es un ejercicio de fe que tampoco sé si es del todo recomendable. Por mi yo del presente me tomo los vinos, me voy de tardeo, me pongo tibia a marineras, me tiro una hora de cháchara al teléfono con mi amiga del alma, me tumbo en el sofá sin hacer nada y escribo estos árticulos que me sirven de terapia.
Ahora, mi yo del pasado, enterrado. Y si es con chándal, el de Eva Nasarre. Ya saben: antes muerta que sencilla.
Muchas gracias por su lectura.
