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opinión

No es club para entrenadores

19/05/2019 - 

VALÈNCIA. El Valencia ha logrado la clasificación para la Champions. La participación en la máxima competición continental por equipos “es futuro”, tal y como afirmó Marcelino. Si el equipo logra levantar la Copa del Rey el próximo día 25, no se logra un título desde hace once años, la temporada habrá sido brillante. Sin embargo, y pese al éxito que esto supondría, el debate en torno a la figura de Marcelino sigue abierto. No hay consenso. Del asturiano hemos escuchado que es conformista, que le falta autocrítica o que, simplemente, no acaba de caer bien. En cuestión de entrenadores, lo que sucede en Mestalla, va mucho más allá de resultados.

Para el valencianismo, el afecto es independiente al éxito. En cien años de vida han sido muy pocos los técnicos que se han ganado el cariño de la grada pese a tocar metal en más de una ocasión. A Rafa Benítez, el entrenador más laureado de la entidad, todavía se le exigía un “algo más” al equipo en lo futbolístico. También se tildó de barraquero a Claudio Ranieri, que ganó la Copa y metió al Valencia en la Liga de Campeones por primera vez en su historia. Así como se hizo popular el “Quique me aburro” pese a que el técnico logró recuperar las señas de identidad de un equipo que luego pecó de soberbia y estuvo muy cerca de bajar a Segunda.

Dejando al margen a Unai Emery, a quien como vimos ante el Arsenal nadie quiere, el más claro ejemplo de esto que escribimos es la figura de Héctor Cúper. El argentino es el entrenador mal-dito. Pese a disputar dos finales consecutivas de la Liga de Campeones, algo que muchos de nosotros nunca podremos volver a ver jamás, la hinchada fue capaz de zarandearle el coche con su familia dentro a la salida de Mestalla. Lo que consiguió Cuper en el Valencia nunca lo valoramos en su justa medida. Pero tiene mucho mérito. Se le colgó la etiqueta de perdedor y ha sido uno de los grandes olvidados en los actos del Centenario. ¿Saben? Siempre he pensado que sigue dolido por todo aquello.

En contraposición a Cúper, por ejemplo, hay técnicos que fueron amados pese a que nunca llegaron a ganar nada. La figura de Guus Hiddink, por ejemplo, perdura en la memoria colectiva. El holandés disfrutó de las bendiciones de la grada pese a humillantes derrotas ante el Nápoles o el Karlsruher. Hiddink fue sinónimo de fútbol espectáculo. Pero fracasó con la que quizás sea una de las mejores plantillas en la historia (Penev, Mijatovic, Pizzi, Fernando, Camarasa…). Fue recibido en loor de multitud por la hinchada en su primer entrenamiento en Paterna tras ser readmitido después de una destitución sonada. Un gran partido ante el Barça que acabó en derrota (3-4) y un cuarto puesto en Liga fue todo su bagaje. Ahí nos iba más el tiki-taka, algo que todavía no se había patentado a nivel radiofónico, e íbamos muy de pijos. Preferíamos el toque de tacón a la solidez o el equilibrio de un equipo capaz de ganarle la Liga al Madrid de los galácticos.

Esto de lo que hablamos me lo recordó Rubén Baraja en la última charla que mantuve con él. “El Valencia no es un club de entrenadores sino de jugadores. Te pones a repasar la historia de la entidad y se ha reconocido a muy pocos técnicos”, me dijo. Lo suscribo palabra por palabra. Es muy cierto. En Mestalla somos del último que llega. Da igual que se llame Carleto o Tavano. Del primero se dijo que era el nuevo Roberto Carlos y se coreaba su nombre por los fondos del estadio pese a ser una ruina. Por no alinear al segundo, Quique fue destituido con nocturna alevosía en Sevilla pese a que el delantero italiano mal jugó tres ratos. Hemos sido capaces de pitar a Mario Kempes. Lo he vivido en primera persona. A veces no tenemos medida.

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