Hoy es 12 de octubre
Porque hablar de esto, cuidar a nuestros mitos, tenerlos presentes no sólo cuando fallecen o decaen, respetar nuestra historia en lugar de trufarla de lugares comunes (repitiéndolos cual loritos), es darle valor a nuestra propia existencia...
VALENCIA. ¿Qué queda cuando ya no queda nada? En sus últimos tiempos Juan Ramón Santiago no reconocía a nadie, se sentaba entre extraños, aunque vivía rodeado por sus hijos y amigos en su propio domicilio. Había algo, un impulso, que le llevaba a Mestalla por instinto. Era fácil saber dónde encontrarle cuando escapaba a las tantas de la madrugada.
En pijama, en pantuflas, con el alzhéimer arrancándole el alma, lo único que conservaba en su memoria era aquel trayecto al estadio que tantas veces había hecho, con su hijo de la mano, con su esposa del brazo, o sólo, hacia el lugar que le erigió en leyenda y referente.
Ante la puerta 0 del Camp del València el que sigue siendo el gran capitán de la entidad, el jugador más laureado, el primero en superar las 15 temporadas en el club, el equipier más importante en la etapa histórica más relevante, y al que debemos — junto a su inseparable Álvaro — una identidad reducida a lema (bronco y copero) no aplicado, sentía que aquel era su hogar cuando ya no reconocía ni el suyo propio.
Todo eso lo trató de explicar su hijo cuando en la pasada primavera la Fundación VCF intentó celebrar el 75 aniversario de la Copa del 41. Pero no pudo.
Juan Ramón forma parte de una estirpe de jugadores foráneos que llegaron para quedarse, que hicieron suyo el club, la ciudad y nuestros corazones. Como Mundo, quien en lugar de regalarle a su novia un anillo de compromiso con su pedrusco reglamentario le pidió matrimonio con un escudo del Valencia incrustado en un aro de oro. Como tantos otros, que sintieron el rat penat más que la mayoría de los aquí nacidos.
Hoy, gracias a la Asociación de Futbolistas del Valencia, descubrimos a otro mito golpeado por la enfermedad más cruel, la única que mata dos veces. Un jugador cuyas huellas permanecen grabadas en cemento en las tripas de Maracaná, junto a las de Pelé, Garrincha y otras tantas leyendas brasileñas. Que fue referente a ambos lados del charco. Cuyos goles, uno en concreto, siguen pasándose en televisiones de clubes perjudicados por sus zambombazos europeos.
Waldo, al que la vida de exfutbolista no trató demasiado bien, ya no tiene que padecer la brutalidad del alzhéimer en su hogar, ni su familia arreglárselas como pueda gracias al apoyo de la asociación que capitanea Giner. El brasileño, que conserva el acento carioca aunque ya no sepa hablar bien el portugués, cada vez recuerda menos, pero no se olvida de Guillot, su medio hermano, ni de su pasado con el murciélago cosido al pecho.
No hace mucho, la medicina entendió la utilidad del fútbol en los ejercicios de reminiscencia que emplean para tratar de paliar el devastador avance de la enfermedad. En pequeñas dosis, en formatos reducidos, existen acciones en muchos sitios. Pero sigue siendo el Valencia, a través de sus veteranos, la única entidad que se ha puesto en primera línea, visitando centros para echar una mano a golpe de charla con los mitos blanquinegros.
Waldo, contó el otro día Conrado Valle, pasea por la residencia en la que vive, a veces, enfurruñado por una mala noche. Otras, desmemoriado. Mientras sus compañeros le van visitando para reconocer, con fortuna o sin ella, sus rostros, pero siempre aferrado a sus vivencias de delantero estrella.
En esto se evidencia la obtusidad de la entidad a la hora de comunicar, tan pronunciada, tan escandalosa, que ni siquiera es capaz de vender lo que sí hace, y muy bien. También, refleja nuestra predilección por fomentar dramas de jardín de infancia robando espacio a asuntos verdaderamente importantes.
Porque hablar de esto, cuidar a nuestros mitos, tenerlos presentes no sólo cuando fallecen o decaen, respetar nuestra historia en lugar de trufarla de lugares comunes (repitiéndolos cual loritos), es darle valor a nuestra propia existencia. Y hacerlo debería ser un deber. Ya que el Valencia es lo único que permanece cuando no queda nada. Al menos les debemos eso.