VALENCIA. Lo bueno de las competiciones deportivas es que puedes hacer, mínimo, dos balances anuales. Uno al final de la temporada y otro al final del año natural. Como usted quizá a estas horas esté con una banda de percusionistas alojada en su cabeza, pocas pistas hay que dar acerca del balance que toca. Este 2015 recién abandonado ha sido de notable bajo, a mi modesto entender. Se consiguió volver a la Champions, con suspense almeriense, como no podría ser de otra manera (de vivir). Y el año comenzaba de la mejor de las maneras, ganando a aquel Real Madrid de nosecuantas victorias seguidas en aquel día donde el Nunismo tocó techo sin saberlo nadie, o casi nadie, de los que lo vivimos. Se vislumbraba un proyecto deportivo que queríamos fuese el reflejo de aquel que lanzan las aguas del Manzanares para poder volver a competir contra los grandes, jugar a mitad de semana competiciones europeas y crear un equipo basado en la solidez defensiva, personificada en un argentino con pinta de hipster de Ruzafa y un portero que hacía milagros desde los once metros, desde los veinte y desde los tres.
Pero llego la Copa, el lado fácil, ¿recuerdan? y comenzaron las sombras. Quisimos apelar al sacrificio de peones para conseguir el objetivo final, el baloncito con estrellas y el pool televisivo, pero las primeras fisuras comenzaban a aparecer. El equipo encadenaba partidos de cal con bodrios de arena, en una bipolaridad futbolística que preocupaba a los optimistas y resignaba a los que han visto mil batallas. La genética valencianista, tan dada a la autodestrucción, como la sociedad valenciana, asomaba con sigilo pero vislumbrando que esto no iba a ser coser y cantar. Nicolás, mástil del proyecto, decía que se iba y no le quisimos escuchar. La intoxicación de los de siempre, decíamos tapándonos las orejas y gritando fuerte 'habla trucho, que no te escucho'. Y luego vino el Celta a casa, con cagazo y Almería donde la rodilla de Alves hizo crack y Alcácer se ganó, otra vez, el cielo valencianista.
Y el cataclismo social, fruto de un mal planteamiento de la parcela deportiva, ponía piedras en el camino a ese proyecto en el que todos nos frotábamos las manos. El no fichaje de Rodrigo Caio supuso que todo saltara por los aires, con la salida del club de Salvo y de toda la dirección deportiva de Rufete. Otamendi cambió Ruzafa por cualquiera de los feos barrios que hay en Manchester con la cartera llena de libras. Y Nuno convertido en ogro vendehumos y cuestionado por todos por abarcar todo sin apretar nada. Y Cathro se fue a Newcastle. Ian, el arquitecto del proyecto, el hombre metódico detrás del entrenador mediático que ocultaba sus tatuajes de juventud. Que quizá no sea relevante, pero si es cierto que sin el escocés en el equipo técnico, el Valencia de Nuno fue a peor. Las decisiones no tenían ningún criterio y los refuerzos se cubrían de la sospecha de ser siempre de segunda o tercera fila de Gestifute, buscando solo el beneficio de Mendes. Y Nuno se fue, dejando de ser intocable. Y llegó Neville. Gary, hermano de Phil, aportando como única experiencia dirigir un plasma, como interino, esperando mejores opciones cuando mayo asome en el calendario. Y recuperamos a Negredo, perdido desde aquella mágica vaselina en Mónaco y desterrado por Espírito y del que seguimos esperando que vuelva a ser aquel que veíamos en Sevilla y Manchester.
Y el 2016 viene con el estreno de dos copas en el horizonte, la del Rey y la Europa League, que sin ser golosas económicamente, si aportaran ilusión y 'comboi' a la parroquía valencianista, que ahora, tras la derrota de ayer en Vila-real y la resaca de una noche de brindis eternos, es lo único que nos queda para volver a construir aquello que quisimos ser y no nos dejaron.
Les deseo a todos un buen 2016.