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Del sentido lúdico del fútbol

1/05/2020 - 

Es significativo que Michael Robinson se haya ido cuando el fútbol está parado y sin fecha para retornar, en unos días en los que quienes quieren comenzar las competiciones a toda cosa -por encima de consejos médicos y consideraciones morales- presionan para que se juegue aunque sea a puerta cerrada, en condiciones profilácticas similares a las de una unidad de cuidados intensivos y con el único propósito de que los clubes no pierdan el valioso dinero de las televisiones. Como si el fútbol fuera el único sector afectado por la crisis económica que deriva de la pandemia, como si cerraran los ojos a la realidad, como si no se dieran cuenta de que basar la mayoría del beneficio económico en una fuente de ingresos ha sido el gran error del fútbol moderno.

A lo largo de más de 30 años, los que vivió en España, Robinson nos enseñó que hay otra forma de ver el fútbol, la que entronca con el sentido más puro de una disciplina que empezó como deporte y cada vez tiene más de espectáculo que de actividad lúdica. Llegó a nuestro país después de que los médicos le diagnosticaran una lesión en la rodilla que le impedía jugar a pleno rendimiento en la élite del fútbol inglés y recaló en Osasuna (ese pueblo que no encontraba en el mapa, según confesó), pero no para pasar un retiro dorado como muchos futbolistas que eligen un equipo sin demasiadas exigencias para cerrar sus carreras. Robinson era un delantero pundonoroso, luchador e infatigable, un tipo que, como lo definió Valdano cuando todavía estaba en activo, “si le tiras un cochinillo, te lo remata de cabeza”. Se retiró pronto, a los 30 años de edad, cuando se dio cuenta de que no podría rematar más cochinillos y, por tanto, tendría que engañar al club que le pagaba, y, para sorpresa general, inició una carrera como periodista deportivo, pese a que no hablaba bien castellano y jamás había mostrado públicamente unas dotes de comunicador que, en otros futbolistas, se vislumbraban cuando todavía pisaban el césped.

Su gran aportación al fútbol español la ofreció como periodista, un oficio para el que no había estudiado pero que lo convirtió en un referente en el fútbol y en la sociedad españoles. A través de sus programas, Robinson cambió el punto de vista de la cámara de televisión, orientándola hacia lo que sucedía en las gradas, en la famosa sección 'Lo que el ojo no ve' de 'El día después', e introduciendo en las retransmisiones deportivas el lenguaje de la calle. Lejos de las rimbombantes expresiones a las que estábamos acostumbrados a escuchar de los comentaristas televisivos, Robinson incorporó modismos que estaban en el habla popular para describir el estado de los futbolistas o del juego, como aquel mítico “está más quemado que la moto de un hippie” para definir al jugador que estaba muy cansado o irritado. Las suyas eran unas apostillas ingeniosas, fruto de su espléndido sentido del humor, pepitas de oro entre las bateas de las narraciones clásicas de Carlos Martínez y los comentarios técnicos de base de datos sin procesar de Maldini. Luego llegó su programa más personal, aquel en el que dedicaba reportajes a deportistas desde el punto de vista humano, de nuevo lo que el ojo no ve en el deporte pero añadiendo lo que el corazón no siente.

Michael Robinson se ha ido en los días en los que muchos sospechamos que el fútbol no será igual cuando acabe la amenaza del coronavirus. Es difícil precisar en qué va a cambiar el fútbol moderno, pero da la impresión de que la burbuja de fichajes se puede desinflar por mor de los problemas económicos, de que el telespectador se dará cuenta, pasada la emoción inicial, de que el fútbol sin público es como una comida de lujo sin un buen vino, y de que, también en el fútbol, poder abrazarse a alguien después de que tu equipo marque un gol vale mucho más que un partido tácticamente impecable. Pero Robinson, que nos devolvió a través de la televisión el sentido lúdico del fútbol, no estará para contárnoslo.

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