Vivimos tiempos terribles. Somos conscientes de que el virus ha llegado para quedarse, de que el camino más probable conduce a la autodestrucción. A un escenario como el de 'La peste', el 'Ensayo para la ceguera' o una de las pesadillas futuristas de Philip K. Dick. Ha aparecido por sorpresa pero ya estaba entre nosotros, como ese cáncer que va creciendo en tu interior resistiendo a las amenazas médicas.
El virus no se llama COVID-19, se llama Meriton Holdings y es letal. Poco a poco, ha ido carcomiendo el club hasta convertirlo en un enorme programa de teletienda, un escaparate para que Gestifute pueda promocionar sus productos a la espera de que algún incauto, apremiado o borracho los compre por un precio muy superior al de su valor real. En este programa no se venden aspiradoras mágicas, andadores domésticos o relojes exclusivos para triunfadores, sino futbolistas en pañales, desempleados con interés por ganar unos euros fáciles y técnicos de broma. La lista que le ofreció hace una semana Anil Murthy a Javi Gracia era la programación completa de una noche de televenta, como esa que te encuentras las noches de los sábados cuando llegas de fiesta a las cinco de la mañana algo cocido y te instalas delante del televisor fascinado ante la sucesión de ventajas de un aparato para eliminar barriga que funciona con electrodos, atrapado por la oportunidad que te brindan vendiéndote dos limpiacristales infalibles por el precio de uno. Igual que eso, pero con un delantero al borde de la jubilación, un puñado de ilusos lusos y un par de viejas glorias con pocas ganas de acabar con sus huesos en segunda B. Ni los años de plomo del valencianismo, aquellos que vinieron tras la burbuja del “Por un Valencia mejor” de Ramos Costa y la ruinosa ampliación de Mestalla para que los valencianos pudieran ver en directo el ridículo de la selección nacional en el Mundial de 1982, fueron tan duros. Es cierto que Serrat, Muñoz-Pérez o Sánchez-Torres no eran fichajes de postín, pero uno era canterano del Barça, el otro acabó en el Real Madrid y el tercero venía de meter un puñado de goles en el fútbol holandés, y dentro de las posibilidades del club en aquellos tiempos era a lo que se podía aspirar. Ahora las únicas aspiraciones que anhelamos son las de la mopa mágica de la teletienda de toda la vida.
Podemos echarle la culpa a quienes facilitaron la venta, en su momento, a esa propiedad singapurense cuyo único objetivo es ganar dinero en comisiones a costa de la degradación de una entidad centenaria. Incluso, podemos recordar a aquellos que recibieron a Lim como un salvador, como un nuevo Mr. Marshall asiático, con pancartas y bandas de música pero sin un alcalde como Pepe Isbert. A la prensa que publicó que el magnate iba a salvar al club de la ruina y transformarlo en un grande de Europa, en un nuevo rico con ambiciones de codearse con los poderosos y cederles futbolistas inútiles cuando no los necesita. A todos aquellos que creyeron, que creímos, las promesas de Mentiron Holdings, perdón, quería escribir Meriton.
Todos somos cómplices porque mirábamos hacia otro lado cuando Soler tiraba el dinero con fichajes absurdos y despidos caprichosos, más preocupados por las lesiones de Vicente y Baraja que por el agujero económico que se iba generando, cuando se ocultaba una gestión nefasta tras la faraónica obra de la avenida de les Corts Valencianes que todavía nos recuerda lo que quisimos ser y nunca pudimos. Fue entonces cuando el virus letal comenzó a inocular el club, a hacerse fuerte aunque no tuviéramos ni idea de qué era Meriton Holdings. Pero, bueno, tampoco sabíamos hace un año lo que era un coronavirus.
Ahora que ya han montado la teletienda, solo nos queda contemplarla en silencio y confiar en que el alcohol de la madrugada no nos haga hecho caer en la tentación de comprar, en medio de nuestro delirio, un extremo portugués de 17 años con tres partidos de experiencia en la Liga NOS. Más que nada porque no tendríamos sitio en casa para colocarlo.