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opinión

Césped artificial, palo brutal

24/10/2018 - 

VALÈNCIA. Apareció la conexión entre Batman (Batshuayi) y Robin (Carlos Soler). El Valencia marcó su gol y de ahí hasta el final, todo fue de mal en peor. El dúo dinámico no bastó y con el pasar de los minutos, en tierra de Guillermo Tell, el VCF se pegó un tiro en el pie. Si ya tenía problemas domésticos, ahora el VCF los tiene, y bastante graves, en Europa. Ante la presunta Cenicienta del grupo, el Young Boys, el VCF no pasó del empate. Parejo cometió un penalti infantil, la defensa tuvo menos cintura que la rueda de un tractor, Rodrigo siguió con la pólvora mojada y todo lo que era susceptible de salir mal, acabó saliendo peor. El equipo se atrancó, no tuvo fútbol, pareció sobrepasado por el entusiasmo local y jugó con el freno de mano echado, como si tuviera vértigo de ir a buscar una victoria que debía buscar. Y de propina, Horeau, una torre de 34 años, una suerte de John Carew de Hacendado, trajo al VCF de cabeza. El veredicto de Berna fue devastador para el sueño europeo en el año del centenario: se complica de manera terrible la posibilidad de estar en octavos. 

El panorama se ha enrarecido, existe desencanto porque un equipo que se había diseñado con criterio en verano está defraudando y porque la grandeza del club invita a pensar que el club no puede seguir esperando a nadie. Es obvio que el equipo no atraviesa su mejor momento, que se cometen errores colectivos e individuales, que la línea de ataque no está contribuyendo como debería y que los pesos pesados tienen que dar mucho más. El personal anda a caballo entre la calentura y la desazón, con razón, porque lo que ve en el campo está a años luz de la expectativa generada y el dinero invertido. No ganar al Young Boys, que pasaría serios apuros para mantenerse en Primera División, habla del nivel real de este VCF. El mejor, de largo, sobre el campo, fue Neto. Sí, el portero. Sacó dos manos prodigiosas, un mano a mano abajo y de postre, una pelota en línea de gol cuando Berna ya cantaba la victoria suiza. Y eso, que el meta brasileño fuera el mejor del VCF, es lo peor que se puede decir del equipo de Marcelino, que estuvo, sobre todo en el segundo acto, horroroso, irreconocible e infame. 

Con esta imagen, sonarán tambores de guerra y con razón. Este no puede ser el camino del VCF si quiere seguir en la elite. La plantilla es notable, el esfuerzo hecho con algunos fichajes ha sido titánico, la gestión del club ha mejorado con Mateu Alemany y el trabajo de Marcelino, hasta la fecha, ha sido sobresaliente pero ¿entonces, qué está ocurriendo? ¿cómo es posible que el VCF esté vulgarizándose a pasos agigantados en el terreno de juego? ¿cómo se come que un equipo casi siempre bien organizado pareciese un desastre ante un rival menor? Pues en mi humilde opinión, por dos conceptos que poco o nada tienen que ver con los despachos o con el banquillo, ni con la gestión ni con la pizarra. Primero, se observa un bajo nivel de autoexigencia de la plantilla; y segundo, se deja traslucir el rendimiento escaso de dos facciones decisivas para el devenir del equipo, los fichajes recién llegados y la columna vertebral de los que ya estaban el curso pasado. Es decir, el trabajo de planificación, el método de trabajo y la dirección de campo han seguidos todos los pasos oportunos para reforzar plantilla, elevar el nivel y profundizar en un estilo que el año pasado funcionó como un reloj: fortaleza defensiva, transición rápida y mucha pegada. 

¿Qué ha cambiado? Sencillo. La actitud y rendimiento de la plantilla. En primer lugar, los fichajes están dando mucho menos de lo que se les pide: ni Gameiro, ni Batshuayi, ni Piccini, ni Diakhaby y compañía están demostrando que pueden ser titulares indiscutibles, mejorando lo que ya había. Y en segundo lugar, los futbolistas que sostenían al equipo y eran vitales, hoy parecen haberse desintegrado: la mejor versión de Parejo se ha apagado como una vela consumida; Rodrigo está menos chispeante; y Guedes hace tiempo que no coge la Ducati. Sin gol no hay paraíso, sólo sequía y desconfianza. El año pasado Mina batió su récord de goles particular, Zaza hizo lo propio y Rodrigo también. Este año el cuento ha cambiado de manera radical. Y lo que en teoría era una delantera bastante potente, Rodrigo, Mina, Gameiro y Batshuayi, se ha quedado seca. No ha cambiado la gestión del club, tampoco el trabajo del entrenador y tampoco el estilo del equipo. Lo que ha cambiado es la esencia de lo que debe ser equipo. El mítico Kubala decía que el fútbol es querer, saber y poder. Anoche el Valencia ni quiso, ni supo, ni pudo. Fue pura impotencia. En un césped artificial, se llevó un palo real.

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