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opinión politizada / OPINIÓN

"¡Oro, oro, oro!"

4/10/2023 - 

VALÈNCIA. Regresan las columnas merculinas a Plazadeportiva por segunda temporada consecutiva. ¡Menuda inconsciencia! En este reestreno, sin embargo, no toca hablar del bisoño Valencia CF 2023-2024 ni de sus limitaciones, evidentes en este primer puñadito de partidos disputados; quedan muchos meses de competición por delante y, para nuestra desgracia, ya hay una previsión plasmada por escrito hace tres meses: “Todo cambia para que todo siga igual. (...) Se avecina otro viaje de infarto, sin frenos y a tirabuzón limpio, en Meriton Mountain”.

Hoy el corazón me pide un recuerdo necesario. Joaquín Ríos-Capapé Carpi falleció el pasado viernes a los 66 años de edad y, con su inabarcable figura, se marcha también otro pedacito de aquel Valencia societario que muchos soñadores quisieron cambiar a mejor. Como suele suceder en los combates desiguales, cuanto más se esforzaban, más a peor iba.

La radio es muy socorrida para los homenajes: con un poco de organización y disciplina, cualquiera puede montar su propia hemeroteca casera y guardar pedazos de historia verbalizada de los últimos veinticinco años. Tras conocer la noticia, rebusqué entre esos retales de entrevistas, llamadas telefónicas y juntas de accionistas de hace dos décadas. Aquí reproduzco el arranque del cinematográfico discurso que Ríos-Capapé dedicó a parte del nuevo consejo de administración del Valencia de Juan Soler, en la junta celebrada en el año 2004:

«Señores Soriano, Armiñana y Cichella. Recuerdan ustedes a aquellos antiguos colonos de las películas americanas que fustigaban a sus caballos para, al grito de “¡oro, oro, oro!”, llegar los primeros a los yacimientos que aseguraban la posesión de tan preciado metal. Y no les importaba que a su primer guía lo hubieran abatido los indios. Es más: en casos así, sin inmutarse, cambiaban de dirección sus carretas y cruzaban raudos y veloces el Mississippi para unirse a un nuevo jefe que les aseguraba, de igual forma que el anterior, conseguir el amarillo metal. Ustedes no van en carretas tiradas por caballos. A su anterior guía no lo mataron los indios: huyó con las alforjas cargadas de dinero. Y lo demás es prácticamente como en las viejas películas: no sabemos si con promesas por parte de su nuevo jefe, o sin ellas. Eso sí: han cruzado el río, han cambiado de bando, y todo lo demás. Lo que sí ha cambiado es el grito que, cuando ustedes avanzan, se escucha y flota en el aire. Ya no es “¡oro, oro, oro!”. Es “¡recalificación, recalificación, recalificación!”»

Conocí a Chimo allá por 2008, cuando ya llevaba más de una década siendo azote de presidentes en todas las juntas de accionistas de una sociedad anónima deportiva que él anhelaba poder democratizar algún día. Aquellos primeros encuentros en salones megalíticos fueron impactantes por su escenografía: cuando le escuchaba subido al atril desnudando las vergüenzas del Paco Roig, Juan Soler, Vicente Soriano o Manuel Llorente de turno, esa voz grave y profunda confería todavía más peso a sus relatos, exquisitamente hilados con dicción acertada, vocabulario elevado y hechos y datos contundentes. Asteriscos económicos, urbanísticos y deportivos a los cantos de bonanza que los sucesivos consejos de administración querían hacernos tragar a cucharaditas. Sin casarse con nadie; de hecho, le daba palos hasta a personajes públicos que eran casi familia, si lo consideraba justo y procedente.

Luego estaba la cara B: la de las Convenciones Chechecheras, originadas al calor de aquella página web entrañable y socarrona, en las que Chimo hacía gala de su habilidad para contar chistes, anécdotas e historias de todo pelaje. Un grupo heterogéneo de 15-20 comensales que quedábamos cada seis meses en una cervecería para comer y reírnos de todo y de todos en años en los que el Valencia a nivel societario (con el Nuevo Mestalla paralizado, la Fundación VCF de Társilo Piles, Dalport, Soriano, etc) era un meme antes de que los memes existieran. Aún así, un entorno infinitamente más sano que la ponzoña actual. 

En aquellos cónclaves se repartían roles y regalos, había bigotes postizos en honor a Víctor Vicente Bravo y Dalport (ver foto que abre estas líneas), se hacían imitaciones y se otorgaba a una realidad triste el contrapunto necesario de humor y levedad para no caer en la depresión. Chimo, de la mano de su inseparable Eduardo Escartí, eran los Batman y Robin de las juntas campando a sus anchas en un entorno mucho menos formal. Y claro, se producían escenas surrealistas como la desenterrada ayer mismo (hay vídeo), con servidor a sus 22 añitos imitando a Mónica Marchante ‘apretando’ a un Manuel Llorente que había transmutado en Chimo con una calva postiza más propia de ‘Humor Amarillo’ que de un tío de su aparente seriedad.

Más allá de su faceta más distendida, Chimo Ríos-Capapé representaba a un perfil de aficionado valencianista que, como los indios de sus relatos armados apenas con un arco y un par de flechas sin punta, se baten en retirada ante la llegada de la caballería representada por los propietarios déspotas y tiránicos. Durante treinta años fue crítico con absolutamente todos los presidentes que pasaron por el palco de Mestalla, con Amadeo Salvo y Layhoon Chan como sus dos penúltimas muescas en el revólver. 

Porque, por aquella época, el pequeño accionista tenía derecho a acudir a las juntas y cantarle las cuarenta a los malos dirigentes, a los mediocres e, incluso, a los buenos. Con Meriton llegó la censura, igual que la pólvora de los mosquetones llegó del Lejano Oriente. Primero, se dejó de retransmitir las asambleas por streaming; luego se negó la posibilidad de que los medios las cubriesen; luego se limitó el turno de palabra a cinco miserables minutos a todos aquellos accionistas que querían interpelar al consejo; y, por último, Anil Murthy le puso el candado a la junta subiendo a varios miles el número de acciones necesarias para asistir. Una decisión que Layhoon y Kiat Lim prometieron (sí, prometieron) revertir. Están, por plazos, a apenas unos días de faltar a su palabra. Otra vez.

Ríos-Capapé sufrió en sus carnes el proceso de venta de 2014 tras alertar, como muy pocos hicieron y con su vehemencia habitual, de que el tongo favorable a Peter Lim iba a perpetrarse. Caló enseguida a los dirigentes de entonces (Salvo y Aurelio), a los que consideraba causantes del principio del fin; alzó la voz contra la alfombra roja que una mayoría de la sociedad valenciana le puso al singapurense; y no ocultó su disgusto por la manera en que el club fue regalado sin las garantías necesarias. A cambio de sus avisos, recibió –como muchos otros de sus compañeros ideológicos- insultos gravísimos, amenazas y descalificaciones. Presiones de todo tipo. Lo admitía su hijo este lunes en su despedida; al igual que el resto de su familia, vivió aquel calvario en primera persona: “Hubo un tiempo en que no quería llamarme Chimo Ríos-Capapé”. El tiempo pone todo en su lugar. Y hoy, un “orgulloso” Chimo Jr. no podría ir por la vida con la cabeza más alta.

¿Era Ríos-Capapé perfecto? Evidentemente no. Pero era coherente. Que es más de lo que el 90% de esta ciudad puede afirmar. Y era, además, consecuente. Que es más de a lo que el 99% de esta ciudad puede aspirar.

Chimo nos dejó el pasado viernes pero, por desgracia, su valencianismo activista lo había hecho ya una década antes. Desde finales de 2013, su sitio estaba en un apartado segundo plano, lamentando en silencio que sus sueños de un Valencia CF democrático –que compartieron con él Escartí, Cichella, José García Roig, Jaume Ortí y Jaume Part en aquel proyecto ‘Savia Nueva’ entre 2009 y 2013- habían acabado en el cubo de reciclaje de un sátrapa de Singapur. Como él, centenares de aficionados de la vieja guardia, que vivieron la grandeza de este club en primera persona y no se resignan a verse pisoteados a diario, pero que no encuentran asidero emocional al que agarrarse. Así que dan un paso atrás. Reemplazan la pasión por una nostalgia que a veces cura, a veces duele. Porque, aunque siguen sintiéndolo como suyo, han entendido al fin que el Valencia ya no lo es.

Dos frases para acabar. La primera, una que me decía a menudo: “Qué bienpensado eres, Polit”. Siempre metiendo el dedo en la llaga cuando –torpe de mi- daba por buena o por suficiente cualquier versión oficial u oficialista. La segunda la escribió el propio Chimo y define muy bien a su Valencia, el club para el que quiso una vida mejor: “Cuando alguien sólo vive de recuerdos, con un presente muy oscuro y sin apenas futuro, por no decir ninguno... Entonces solo queda rezar”. Descanse en paz.





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