VALÈNCIA. A dos pasos de una final. Quién lo habría dicho en una temporada como esta, tan delicada para el corazón del aficionado valencianista, que está
viviendo turbulencias, que está expuesto de manera permanente a diferentes
corrientes de opinión y que está viviendo la temporada del Centenario
subido en una montaña rusa de emociones. La ciclotimia del grupo ha sido
una cuestión de dientes de sierra: ilusión, decepción, ultimátum,
resurrección, punto de inflexión y final a la vista. En todo momento,
emociones al límite. Y en toda circunstancia, vaivenes del destino. Droga
dura de Mestalla, este Valencia se ha revelado como un grupo capaz de
desafiar su propia inercia. Capaz de solucionar un problema mientras lo
crea y de crearlo mientras lo soluciona, el grupo ha sabido sobrevivir al
límite de sus propias fuerzas. El grupo no se achicó ante la dificultad,
supo caminar con el equipo en la cornisa, se atrevió a convivir con los
fantasmas, demostró que estaba a muerte con el míster – con palabras y con
hechos- y logró lo que es más difícil en el mundo del fútbol: que los que
han tenido motivos para pitarte tengan razones para aplaudirte. Y Mestalla,
que aprieta pero no ahoga, que exige porque paga y paga porque nunca falla,
que ha pasado por todos los estados posibles esta temporada, ahora confía
en lo que ve. Y el público ve un Valencia CF que está en buenas manos, un
grupo comprometido, un vestuario que camina en una única dirección, ve un
entrenador que es el mejor posible para este club y sobre todas las cosas,
ven cómo una temporada que parecía desastrosa podría enderezarse de manera
definitiva, colándose en una gran final.
Falta un mundo, pero toda la temporada del Valencia CF gravita en torno a
estos dos partidos ante un buen rival como el Real Betis. Caprichos del
destino, en esta semifinal copera se medirán el que es el actual entrenador
del Valencia, Marcelino; con el que pudo haberlo sido, Setién. Dos tipos
que saben lo que hacen, dos entrenadores de estilos antagónicos y dos
personalidades tan opuestas como competitivas. Los dos han estado
discutidos en algún momento. Y los dos serán glorificados por su hinchada
si consiguen pasaporte para la gran final de Copa. En todo caso, Marcelino
sabe todo lo que ha tenido que pasar para llegar a este punto. No hace
demasiado se dejaban oír voces y corrientes de opinión, de diferente pelaje
y peso específico, que reclamaban la destitución del entrenador. La pedían
como quien pide un café a las cinco de la tarde, para despertarse de la
siesta. La exigían cargados de resultados, con la tabla de clasificación en
la mano y las expectativas del hincha en la otra. Y convendrán ustedes que,
resultados arriba o abajo, el filo de la navaja estuvo muy cerca del cuello
de Marcelino. Pero hete aquí que, como para todo siempre hay una primera
vez, Mestalla pisoteó esa absurda leyenda negra que dibuja a su afición
como un monstruo sin entrañas y desagradecido, apoyando a su entrenador,
teniendo paciencia con el equipo y animando a los suyos un domingo tras
otro, se perdiera o se ganase, con tanto entusiasmo como entereza.
El club apoyó, Mestalla empujó, el vestuario quiso y Marcelino sobrevivió.
Y ahora, el Valencia CF, que tuvo la virtud de no cambiar de caballo en
mitad del río cuando muchos profetas lo exigían, está a dos pasos de
meterse en una final, de darle una gran alegría a su gente y de luchar por
un título. Que igual no proporciona tanta pasta ni prestigio como ser
cuarto y jugar la Champions, pero que sí eleva la autoestima, que sí
potencia al grupo y que es el paso previo para conseguir, por fin, un
título. Que me perdonen los economistas, financistas y demás gurús del
fútbol moderno, pero hay más gloria en una Copa del Rey que en cualquier
cuarta plaza de Liga. Nadie festeja ser cuarto, pero todos celebran un
título. Y Valencia, en la temporada del Centenario, quiere festejar. El
fútbol es eso, ilusión. Y después de haber tenido perseverancia, sabiduría,
empuje, generosidad y garra, el valencianismo, que no ha renegado cuando
podía haberlo hecho y que ha seguido creyendo siempre en el equipo, incluso
cuando había dado motivos para no creer, ahora busca su premio. Quiere que
su VCF se ponga a la altura del hincha y que se vista con el traje de las
grandes noches. El de ese Valencia que responde a un equipo bronco,
contragolpeador y copero. Dicen que los dos guerreros más poderosos son la
paciencia y el tiempo. En los peores momentos, Mestalla tuvo ambas cosas.
Ahora le toca a Marcelino y sus chicos. Su meta, que esta temporada de
agonía tenga un final feliz. Si este VCF alcanza la final soñada, lo habrá
logrado gracias a los dos guerreros de Mestalla: paciencia y tiempo.