VALÈNCIA. Vamos a ser claros y dejarnos de tonterías: este no es el camino y lo que no podemos hacer es mirar a otro lado y creer que esto se solucionará con palmaditas en la espalda, discursos que apenas se sostienen, patadas hacia delante y sin decir las cosas como toca. El Levante está jugando con fuego. Lo de que solamente llevamos cuatro jornadas es una de las tantísimas excusas para ocultar una realidad preocupante y prolongada en el tiempo porque esto viene de atrás. Una sensación de negativismo que crece sin remedio. Un clima enrarecido generado, sobre todo, de puertas para dentro con errores internos que muestran que sus protagonistas hacen la guerra por su parte, que caminan en direcciones e intenciones diferentes, que no son un batallón lo suficientemente compacto para llegar a buen puerto. Un ‘sálvese quién pueda’ obviando el propósito común. Salvo fogonazos contados, el equipo no ha vuelto desde que dijo adiós en la Copa del Rey porque sigue tropezando en esos mismos errores que entierran los brotes verdes a los que agarrarse. Porque los “y si…” no dan puntos. Si Morales hubiera marcado el 0-2 en Cádiz. Si el palo no hubiera repelido el 4-2 de Cantero al Real Madrid. Si por muy poquito no se hubiera anulado por fuera de juego el 2-0 al Rayo. No vale.
Estas primeras cuatro jornadas (con tres empates y una derrota) han agravado esa desafección, ese desapego y esa falta de identidad que no debería dejar indemne a ningún estamento del club. Porque el guión y el desenlace no sorprende y la paciencia tiene un límite. Porque se ha metido la pata y mucho… y no solamente en el terreno de jugo. La dichosa autocomplacencia. Lo que ha salvado al equipo, a Paco López y su cuerpo técnico, a la dirección deportiva y a la presidencia es que hasta ahora no había público en las gradas para manifestarse y que pudieran percibir el sentimiento de una afición molesta, que ha estallado por la indolencia acumulada en los últimos meses. Ese escudo protector, el de las butacas vacías por la pandemia, ha desaparecido. Por supuesto que jamás voy a prohibir que el aficionado exponga lo que piense, siempre sin faltar el respeto a nadie. Si quiere pitar, que pite, porque eso además es síntoma de que el levantinismo tiene sangre, está vivo y entiende que hay mimbres para mucho más, para ilusionarse, para proyectarse. Ahora el Ciutat está de uñas y con razón porque no se sale de este bucle peligrosísimo. Estoy convencido de que con poco, con que impere el sentido común, la química volverá y se irá de nuevo de la mano.
La pitada fue en el segundo partido en casa, desde fuera podría parecer que hay que tener un poco más de aguante porque el baile no ha hecho más que empezar, pero esto es un acumulado: 12 partidos sin sumar de tres (desde el 0-1 del 10 de abril en casa del Eibar), cinco triunfos en 27 encuentros en 2021 (Eibar, Real Madrid, Atlético, Valencia y Eibar), un par de alegrías en las últimas 19 jornadas ligueras, seis meses sin ganar en casa y cinco meses sin vencer de visitante. Pero lo más preocupante va más allá de lo que sucede en el campo. Esa sensación de desconcierto, de no saber por dónde va el proyecto o la inexistencia de un relato estructurado, definido, sin caer en la improvisación y cercano (un deseo cada vez más utópico en este fútbol excesivamente bunkerizado), en el que creer y aferrarse para encontrar soluciones que no se reduzcan a las que el fútbol dictamina (injustamente o no según para quién) cuando no salen las cosas. Al final lo que manda es la pelotita, pero los partidos no solamente se juegan en el verde y fuera del 107x70 hay demasiadas grietas y una falta de autocrítica gravísima (no debería ser tan difícil reconocer públicamente los errores como primer paso para tapar la hemorragia), jugándosela a que pase la marea como en otras ocasiones y con los menos daños colaterales posibles.
Muchas veces pienso que si fuera Paco López pondría el cargo a disposición del club mañana mismo. No es que quiera su adiós ni mucho menos. Reconozco que comparto esos errores y manías que se le recriminan. Lo veo desbordado, sin saber por dónde salir cada vez que se sienta delante de un micrófono porque sabe que cada resbalón lo pone más todavía en el centro de la diana, equivocándose en sus argumentos tras el último 1-1, sin trasladar un mensaje más contundente y con pocas ideas que cambien un escenario que juega en su contra. Os prometo que no he hablado con él mientras escribo estas líneas, pero estoy convencido de que su cuerpo le pide jarana, pero Paco no es de quemar la falla, aunque de vez en cuando sienta bien ‘pegar un rajote’ y a otra cosa mariposa. Los acontecimientos se están precipitando a toda pastilla, a la misma velocidad que se deteriora su imagen sin que nadie de los que mandan le eche un capotazo. ¿Será porque han dejado de creer en él? Si se entiende que existe un agotamiento, si se considera que hay señales de fin de ciclo, no tendría sentido haber comenzado la temporada con él y que ahora, tras concluir la cuarta jornada, su figura esté en el disparadero y se pida su cabeza. En el fútbol siempre se apunta al objetivo más visible: al banquillo.
El de Silla es de los reductos que resisten de esa herencia de Tito que se sigue viendo con ojeriza. Desde hace tiempo, Paco, en su último año de contrato, es consciente de que su futuro está en manos del presidente, que no es el entrenador de un área deportiva que no ha conseguido aligerarle una plantilla superpoblada, aún sabiendo desde el primer instante los que sobraban y las carencias que había que subsanar sí o sí. Los 27 jugadores en la plantilla (25 de primer equipo, más Cárdenas y Cantero con ‘ficha B’) son una barbaridad. Hizo bien recordándolo, así como que hay que ir con calma con Mustafi y no pensemos que va a ser el ‘salvador de la patria’ de inmediato porque su inactividad juega en contra. Incluso con ‘overbooking’ es preocupante que la plantilla esté descompensada, con sangrantes fugas. Ojalá que con el alemán se pueda subsanar una de esas deficiencias.
Por supuesto que Paco es el principal responsable de que el equipo no salga de esta encrucijada (es el entrenador con todo lo que conlleva), pero los pitos (merecidos) ante el Rayo no tuvieron un destino unidireccional. Aquí no se debe salvar a nadie, sobre todo a los jugadores, que se esconden en el míster para no estar tan señalados. Que sí, que solamente llevamos cuatro jornadas, pero el chaparrón viene de lejos y hay que frenar el diluvio. Para agravar el panorama, otro factor que no cambia es el problemón de la lesiones. Vukcevic (que tuvo unos minutos con su selección en la última ventana internacional y con el Levante no juega desde el 19 de marzo en casa del Betis), Blesa, Postigo, Soldado, Dani Gómez, De Frutos, Bardhi, Róber Pier y Campaña ya han pasado por la enfermería en este arranque liguero. Y de nuevo con falta de transparencia en los partes médicos (lo de pendiente de evolución), sobre todo en el último del centrocampista andaluz que cayó el pasado sábado; eso que en los primeros del curso (por ejemplo los de Soldado y Dani Gómez que se lesionaron en el 1-1 en casa del Cádiz) se había detallado el tiempo de recuperación y aplaudimos ese giro comunicativo.