VALÈNCIA. Estoy leyendo a Azorín y da cierto complejo ponerse a escribir después de ver su extraordinaria precisión con el lenguaje o su capacidad descriptiva. Su lectura no refresca estas noches sofocantes, pero al menos alimenta el alma. La pureza de su lenguaje sirve también para desintoxicarse del veneno que siempre te deja en las manos esa red social ahora llamada X. Allí, minutos después de que España perdiera en dos pases la medalla de oro del Eurobasket, los ‘haters’ volcaron toda su mala baba contra Mariona Ortiz, una de las responsables del error.
Es el mundo que nos ha tocado. Un mundo donde un tipo de Cuenca, indignado, o no, por un error de Mariona Ortiz, coge, entra en X y dice que es escoria. O cosas peores. Sin importarle haberla visto, completamente devastada, llorar en el hombro de Miguel Méndez. Eso después de que la base del Casademont Zaragoza protagonizara un torneo excelente y la selección llegara mucho más lejos de lo que nadie podía prever unas pocas semanas antes.
La derrota fue dura. Una puñalada seca. España tenía el título en la mano y poco a poco, como un puñado de arena, se le fue escurriendo de las manos. Bélgica iba recortando la diferencia y en mi cabeza hacía cálculos mentales que concluían que era prácticamente imposible perder. Pero entonces llegaba otro error, otra canasta belga y la angustia crecía. Pero seguía siendo improbable. Hasta que sucedió. El tropiezo me dejó desconcertado. Como un guantazo que no te esperas.
Días después, también en las redes sociales, pero en un tono mucho más amable y, sobre todo, honesto, Mariona Ortiz compartía un texto, un pensamiento, en el que reflexionaba sobre lo que había pasado y cómo se sentía. No tenía la precisión literaria de Azorín, pero te llegaba al alma con la misma puntería. “Después de unos días aún no he sido capaz de ver imágenes del partido. Ni creo que pueda hacerlo por un tiempo. Tampoco me hace falta. Hay momentos que para bien o para mal no se olvidan”. Un primer párrafo que te cogía del cuello. Luego seguía y apretaba. “Es lo que tiene equivocarse en el peor momento. Hay errores que pesan mucho más. La teoría la sabemos… La práctica… La práctica es la que es. Nunca ha sido mi estilo no asumir, todo lo contrario, no hay jueza más dura que yo misma. Siempre trato de hacerme responsable de todos mis errores, aceptar lo que viene con ellos, aprender y ser mejor. Sobre todo, ser mejor”.
Luego añadió que lo que más le dolió fue por el grupo humano que forma toda la selección, desde las jugadoras hasta los técnicos. Que entre todos lograron formar un gran equipo. Y que eso equipo, después de recorrer un camino “maravilloso”, llegó a ser subcampeón de Europa. “Caerse. Levantarse. Y seguir. Es de lo único en lo que creo que puedo dar ejemplo”, concluía.
El baloncesto femenino no para de crecer. En València lo estamos viendo de cerca gracias al fantástico equipo de Rubén Burgos. Pero lleva tiempo siendo fuerte en Salamanca. En Zaragoza se han propuesto tirar del carro llenando de vez en cuando el Felipe y haciendo una plantilla sensacional para la próxima temporada. En Girona están a punto de cerrar la fusión con el equipo masculino de Marc Gasol. En Alcantarilla quieren dar otro salto. Y, en general, todos los equipos van a ser mejores.
Es posible que, indirectamente, esto sea una consecuencia del fenómeno social que se está viviendo en Estados Unidos con Caitlin Clark como proa. La estadounidense ha revolucionado la WNBA en muchos aspectos. En España y en Europa estamos lejos de esas cifras, pero la expansión, a escala, también es importante y pienso que no todos los actores están a la altura. Muchos partidos de la Euroliga, la máxima competición del continente, son casi clandestinos. En España yo he visto muchos partidos retransmitidos en una web con dos cámaras y sin comentaristas. Cuando un partido importante tiene la suerte de caer en Teledeporte, el narrador y la comentarista no están en el pabellón y el canal conecta un minuto antes del salto inicial.
Si todos los actores dieran un paso al frente como lo están dando los clubes y las jugadoras -el nivel medio es el más alto que yo recuerdo-, el baloncesto está ante una oportunidad única de dar un gran salto. Igual solo hace falta un pequeño esfuerzo para vestirlo con un poco más de gusto.
Luego habrá tontos que insulten y que solo estén para malmeter. Pero, por suerte, las jugadoras, por lo general, son más inteligentes que estos hinchas mediocres. Y al frente de todas, pura sabiduría, está Alba Torrens, que, con la herida todavía abierta, vestida aún de jugadora en el pabellón de la Paz y la Amistad, daba una lección magistral de madurez y sentido común. “Al final, en el deporte, la línea es muy fina. Por eso, no quiero que (el error que les costó la final) tape lo que hemos hecho y conseguido. En algún momento hemos ganado por dos y en algún momento hemos perdido por dos, pero el valor que tiene todo el trabajo que hemos puesto, la manera en que hemos venido a este campeonato y la manera en que hemos competido, no quiero que este resultado lo tape porque creo que nos hemos superado a nosotras mismas. Hablábamos hace un mes de encontrar esa mejor versión del equipo y lo hemos conseguido. Hemos competido de una manera espectacular y no quiero que esa línea tan fina nos tape lo conseguido. Esta medalla tiene mucho valor y así lo sentiremos seguro en unas horas”. Hasta Azorín lo hubiera rubricado.