VALENCIA. Ya han empezado a correr. Se acabó esa felicidad pastosa que trae consigo el olvido del verano. Hay que volverlos a ver. Y a gestionarlos, pero eso es cosa de Pako. ¿Y cómo hacerlo ante la falta de estímulos externos? Tocándoles donde les duela, tal vez.
Durante el pasado fin de semana no me gustaron unas palabras que le leí a Gayà en el diario valenciano más vendido de la ciudad en las que afirmaba que él era el de hace dos años, y no el del pasado curso. Empezamos mal. En el fútbol eres lo que haces en tu último partido, es la ley. Esa negación sistemática al fracaso cosechado no es buena, porque es instalarse en un plano irreal donde no se acatan responsabilidades (ni individuales, ni colectivas) y se achaca todo a las meigas. La culpa siempre es de los demás.
Es como lo de Negredo, un desespero. Ese hombre es Henry Chinaski viviendo en un casoplón. Un jugador con fuego en su interior se preocuparía durante las vacaciones de ponerse en forma y estilizar su figura para reivindicarse y convencer a un entrenador que no le quiere ver ni en pintura; y/o para atraer a futuros compradores que le otorguen un destino acorde a su nombre. Pero ni así. Álvaro está abandonado a su suerte, se volvió a presentar en Paterna con la misma talla de camiseta.
En esas carreteras es donde se dejará la vida Ayestarán si no consigue levantar a una plantilla que transmite tamaña despreocupación por su propio destino.
El vasco, por desgracia, no contará con la ayuda de una ola exterior que empuje hacia una misma dirección. Hoy, ahí fuera, sólo quedan enemigos y trincheras. Por ello está obligado a realizar tanto trabajo motivacional y psicológico como táctico durante el stage de pretemporada. Se la juega en ello, en desintoxicar mentes y hacerles entender que tienen que reivindicarse, limpiar sus nombres, restituir su honor como profesionales.
Si hace camino desde ese dolor conseguirá llegar a destino. Que es la gran duda existencial con Ayestarán, saber si será capaz de conectar con un grupo al que durante el año le parecía dar igual firmar ridículos y que se dudara de su honradez públicamente. Tampoco debe ser sólo una cuestión de entrenador, ellos mismos deberían mirar en su interior y encontrar esa rabia que les devuelva la admiración de una grada que hoy sólo les ve como un grupo antipático y nada representativo. Es importante que en eso también esté el club: Prima más sacar elementos nocivos que fichar alababalà.
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La rabia interior
Se acabó esa felicidad pastosa que trae consigo el olvido del verano. Hay que volverlos a ver. Y a gestionarlos, pero eso es cosa de Pako. ¿Y cómo hacerlo ante la falta de estímulos externos? Tocándoles donde les duela, tal vez...
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