Polideportivo

LA CANTINA

25 años de emociones en el atletismo

  • FOTO: FACV/Sportmedia
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VALÈNCIA. Aún recuerdo cuando llegó el Euromed y mi madre, que adoraba los trenes, festejó la velocidad del nuevo convoy que le llevaba, más rápido que nunca, a ver su hermano Paco a Barcelona. Muchos años después el Euromed es una birria de tren que siempre llega con retraso. Esta vez me he subido para ir hasta Tarragona, la ciudad que acogerá el Campeonato de España de atletismo este fin de semana. En el andén, en la Estación del Norte, me he fijado y cada vagón está peor que el anterior. Hoy, sí, también ha llegado con retraso a Camp Tarragona. Antes de bajar, al ver que no estaba en la ciudad, le he preguntado al revisor si esa era la parada de Tarragona y el hombre, con todo su cuajo, me ha dicho que por supuesto, que iba en un tren de alta velocidad y no entraba en la ciudad. Le podría haber contestado que el tren de alta velocidad había tardado casi tres horas de València a Tarragona…

Miro en la Wikipedia y descubro que el Euromed entró en circulación en 1997. Tres años después cubrí mi primer Campeonato de España. Fue en València y solo recuerdo dos cosas. La primera es que José Antonio Redolat, valenciano ilustre, ganó con autoridad los 1.500. La segunda es que nunca me he sentido más perdido que en aquella tribuna de prensa delante de aquella sucesión de pruebas. No sabía si mirar las carreras, los saltos o los lanzamientos. Todo pasaba muy deprisa sin que me diera tiempo a detenerme en cada resultado. No digo ya entrar a valorar la calidad de las marcas.

Yo había visto mucho atletismo. Desde que tenia cinco o seis años. Muchas tardes de verano pasaron escuchando la voz tan particular de Gregorio Parra y su lengua envenenada. De él aprendí lo básico. Por eso acudí a aquel campeonato primerizo convencido de que no tendría muchos secretos para mí. Hasta que empezó la función y me vi incapaz de discernir lo relevante de todo lo demás.

Sin narrador, todo un era un misterio. No había nadie que te guiara como lo hacían Parra, José Angel de la Casa o Carlos Martín, la voz más elegante del deporte español.

Un par de horas después de haber llegado, mi mesa estaba llena de papeles y resultados. No sabía qué hacer con ellos. Yo, de naturaleza tímida, muy vergonzoso, miraba a los compañeros que habían venido de lugares como Madrid, Barcelona o San Sebastián y envidiaba su soltura y su seguridad. Aquellos periodistas sabían al instante qué era noticia y debatían encendidamente sobre el futuro de cualquier atleta. Llevó su tiempo acompasar mi cerebro al ritmo frenético de una jornada del Campeonato de España y entonces, cuando lo conseguí, tuve una sensación muy placentera. Como el matemático que resuelve la ecuación o el músico que encuentra el acorde necesario.

El atletismo, a partir de entonces, se convirtió en una sinfonía para mí. Al principio descubrí que, en realidad, sí había un guía, que era el ‘speaker’. Primero Gerardo Cebrián y, años después, Alberto Pozas. Dos grandes. Luego aprendí a adelantarme a los acontecimientos viendo quién iba a participar en cada prueba. Más tarde llegó el conocimiento, el poso de los años, que servía para discernir el grano de la paja.

El Campeonato de España es una cosa menor al lado de las grandes competiciones internacionales. El rugido de un gran estadio repleto de público en Helsinki, Bruselas o Múnich es algo incomparable, pero nuestro campeonato, quizá por ser algo más casero, más cercano, casi familiar, encierra un encanto que me tiene atrapado desde hace 25 años. Siempre, generalmente por las tardes, cuando empieza a caer el sol, la jornada te lleva a un momento álgido. Las gradas suelen estar llenas. La magia se ha ido esparciendo silenciosamente por la pista. Y los ‘speakers’, ahora Alberto y Coral, que para algo el atletismo es el deporte más igualitario que hay, se dejan llevar por la emoción para contagiársela a todo el público. Y chillan tratándose de anticiparse a lo que está a punto de pasar. Así logran que todo el mundo focalice lo mismo, que no se disperse la energía. Y entonces ocurre. Yo contemplo todo eso sabiendo que va a suceder. Son muchos años. Pero lo disfruto como la primera vez, como aquella carrera en la que Redolat fue más rápido que todos sus rivales y pudo entrar destacado en la meta, con los brazos en alto, radiante de felicidad.

Entonces, a diferencia del resto de aficionados, tú tienes que contarlo. Y ese es un privilegio que ha ido tirando de mi durante cinco lustros. Y así estoy hoy, sentado frente a una mesa barata de un hotel cualquiera de Tarragona, estudiando las listas de inscritos e imaginándome si ese momento estelar llegará con las finales de 800, con un récord de España de Quique Llopis, un salto larguísimo de Jordan Díaz o la lucha elegante, volando sobre el listón, de las sucesoras de Ruth Beitia, que ya han llegado. Soy mucho más viejo que el Euromed, pero mi corazón mantiene la tensión del tren bala.

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