VALÈNCIA. Cuesta escribir sobre cosas tan mundanas como una carrera en esta semana de tanto dolor. Cuesta ponerse serio con algo tan simple como correr cuando aún escucho el eco de esos gritos de “rata” y “asesino” contra Carlos Mazón. Rata. Asesino. ¿Qué mas te tienen que decir para irte? ¿Qué sentido tiene aferrarse a un cargo cuando no puedes salir a la calle sin guardaespaldas porque te comerían vivo? Cuando la gente te mira a los ojos y ves lo que él ve. Cuando enciendes la televisión y contemplas, o no, a 50.000 personas pidiendo tu dimisión y cosas peores. Cuando los periodistas te han desnudado de tal forma que te tienes que sentir que caminas con el culo al aire. Si ya todo el mundo sabe o intuye lo que hiciste y nunca más volverán a tenerte respeto. Yo hace meses que estaría en Alicante escondido en mi casa sin televisión ni conexión a internet.

El domingo, en cambio, fui feliz. València tiene el mejor medio maratón del mundo y volvió a desplegar sobre el tablero todo su potencial. De seis récords posibles, cinco estaban bajo amenaza. Al final, después de una carrera con más trampas de las que se apreciaban por las cámaras, con agentes externos más temibles de lo que aparentaba el día, solo se logró el récord de Europa gracias a una exhibición portentosa de Andreas Almgren, el sueco que va acaparando una plusmarca tras otra.

La organización lo aplaudió, pero me dio la sensación de que no lo celebró. Me parece que empieza a confundirse ambición con desinformación. Hace tiempo que creo que no dan el valor que merece a una carrera como el medio maratón. La nota de prensa posterior a la prueba ni siquiera citaba en el titular la gesta de Almgren, primer europeo de la historia en correr esta distancia en menos de 59 minutos. El primero. Pienso que los portavoces de esta carrera repiten cada año que es imposible batir los récords cada vez pero luego, cuando no se baten, ellos mismos son los primeros en sentirse decepcionados.

La fantástica Letesenbet Gidey dejó al mundo con la boca abierta hace cuatro años. Aquel 2021 cruzó la meta en un tiempo de 1h02:52. Algo asombroso. Inhumano. Javi Guerra se la encontró al lado en la recta de meta y dudó sobre qué sería más embarazoso: entrar por detrás de la etíope o que todo el mundo viera que estaba braceando como un loco para superar al sprint a una mujer.

Solo cuatro años más tarde quedó un poso de tristeza porque Agnes Ngetich no pudo con esa marca prodigiosa. Cuando resulta que, cuatro años después, solo tres mujeres, aunque en cinco ocasiones, han bajado de una hora y cuatro minutos, y ninguna de la hora y tres minutos.

Fue una gran carrera en un escenario demasiado simple. Sé de la dificultad que encierra absorber a 26.000 personas que, además, se paran nada más cruzar la meta para sacar el teléfono móvil y tirarse varios ‘selfies’. Sé que no abundan en València avenidas tan largas y gruesas como la de los Naranjos, junto a la Universidad Politécnica, pero creo que la meta del mejor medio maratón del mundo merece algo más que un arco azul al lado de las vías del tranvía.

Quizá mi visión, contaminada por el romanticismo, tiene a este Medio Maratón Trinidad Alfonso Zurich por encima de lo que es. Todo es posible. Pero creo que igual el reto está en la meta y no tanto en lo que colocas en la salida. Aunque a mí se me enternece el corazón cuando veo la figura divina de Paco Borao en la salida y en la meta. Es ver al presidente de Correcaminos y pensar que nada malo nos puede ocurrir. Él sí es un líder auténtico. Y me gusta estar en la retransmisión de la carrera y ver pasar por delante a otro veterano como Vicente Merino, cada día más encorvado y con el pelo más blanco. O irme después por el fondo y encontrarme allí, tres horas después de darse la salida, a Andrés Martínez, otro histórico que siente que es importante que esté allí con toda su experiencia. Cada vez pintan menos y está claro que la carrera ha cobrado una dimensión que ya le viene grande a estos verdaderos artesanos de las carreras, pero espero que nunca se pierda su esencia. Si algunos supieran que hace años se celebró a lo grande que un atleta africano completamente desconocido, John Njoroge Miaka, se convirtió en 2001 en el primero en bajar en València de las dos horas y 14 minutos en el maratón…