VALÈNCIA. El scroll es más adictivo que la cocaína. Es terrible lo de este mundo entregado a las pantallas. Subes al autobús y todo el mundo anda con el móvil. Algunos ven vídeos a todo volumen. El otro día estuve a punto de levantarme a aplaudir a un conductor que frenó, se giró y le dijo a un pasajero que dejara de hablar a voz en grito, que a nadie le importaba su conversación por teléfono.
Yo me he hecho dos esguinces graves por ir mirando el móvil por la calle. La primera fue después de bajar una montaña en Brasov. La segunda, nada más cruzar el puente de madera. A la segunda aprendí y ahora no lo miro nunca. Si hay algo urgente, paro, me pongo a un lado para no molestar, que esta es otra, y reviso lo que tenga que revisar.
Mi vida es peor desde que soy adicto a los vídeos de Instagram. Siempre quiero uno más. Uno más y lo dejo, me digo cada noche, cuando ya se ha pasado por mucho la hora de irme a la cama. Yo creo que veo contenidos interesantes: algo de cine, alguna entrevista de Mara Torres, Iván Ferreiro súper joven cantando “Desde aquí, desde mi casa, veo la playa vacía…”. Cuando ya lo voy a dejar aparece Rosalía, convertida ya en una estrella mundial, en el show de Jimmy Fallon. Y no puedo dejarlo. Ahí está ella, con un brillo especial, con esa voz, con ese aura.
Después vienen más historias. La PIja y la Quinqui. La remontada fantástica de Femke Bol en una pista de atletismo. La tertulia de Corredor. Rufián acorralando a Mazón.
Miro el reloj y han pasado 20 minutos. Decido que ya está bien. Me riño en silencio, pero mientras me cepillo los dientes, coloco el móvil en una esquina y sigo con el scroll. En la cama, mientras que quito los calcetines, pego un último vistazo. ¡Qué horror!
Al menos me he impuesto abrir un cortafuegos: un libro de papel, unas páginas de lectura, centrifugar el cerebro, y a dormir.
Pero también creo que entre esta selva de contenidos dirigidos con precisión a tu cerebro, a tus gustos, también hay hallazgos agradables. Lo siento pero no puede ser malo ver a Bowie cantando, tan joven y tan guapo, rebosante de estilo, ‘Heroes’.
El otro día me encontré un puntito rojo y vi que era un mensaje de mi amigo Javi: “Échale un ojo a este tipo. Me parece alucinante”. No sé el nombre del tipo en cuestión, solo he podido ver que es un atleta indio muy joven. El chico se ha propuesto un reto: competir en la prueba de 400 metros en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Su desafío es llegar desde un pequeño pueblo al mayor evento del mundo. En su biografía hay otra frase que dice algo así: Sin facilidades ni comodidades, solo sueños y trabajo duro.
Cada día cuelga un reel con el resumen de la jornada. Se despierta alrededor de las 5:30 horas. Lo primero que hace es girarse hacia la pared que tiene a la izquierda de la cama, de la que cuelga una cartulina azul celeste con una frase escrita a boli: Mission 2028 - Olympics. Debajo están los aros olímpicos y una foto del sudafricano Wayde Van Niekerk y, más abajo: Objetivo: 43,03s (el récord del mundo de los 400 metros de Van Niekerk). El chaval mira la cartulina, hace una especie de saludo militar y, a continuación, se levanta de la cama.
A las 5:51 está dando de comer a los animales de una granja. A las 6:17 va en moto a la estación, donde coge un tren a las 7:03; llega a su destino a las 8:09. Luego camina tres kilómetros y a las 9:12 empieza a calentar en la pista de atletismo. Allí está entrenándose cerca de dos horas y luego se va a trabajar a las 11:03. Coge un tren de vuelta a las 12:05, llega a las 12:40, come a las 13:17 y a las 14:01 vuelve a darle de comer a los animales. Luego duerme una siesta de 14:46 a 15:31 y por la tarde se va al gimnasio. A las 19:52 está cenando y luego se va a dormir.
Otro día sale por los alrededores de su casa a hacer un circuito de fuerza a las 7:50 de la mañana y, a continuación, series de 500 metros con 30 segundos de recuperación. De 10:25 a 10:48 hace estiramientos y cuando acaba se sube a la moto. Luego come, hace la siesta y por la tarde va a ordeñar las vacas. A las 19:30 cena y se va a descansar.
Otro día hace técnica de carrera. O series cortas. Muchos estiramientos cada día. Y a las 20:45, se mete en la cama y apaga la luz. A veces, cuando se sube al tren que le lleva a la ciudad con una pista de atletismo, se lleva con él unos tacos para practicar las salidas. O un soporte de hierro con un disco para hacer arrastres. A veces sale metiéndose en un bidón lleno de agua y cubitos de hielo.
Su fe y su fuerza de voluntad son admirables, pero tiene en chino lo de ir a los Juegos de Los Ángeles. En su país hay tres atletas que este año han dado la vuelta a la pista en 45 segundos. Él no ha bajado aún de los 50. Su historia da para alguna de esas campañas publicitarias que te dicen que todo es posible. Pero es mentira. No lo es. Eso no significa que no esté bien que el atleta entrene de manera obstinada cada día. Lucha por ser mejor, y eso está muy bien. Seguro que este chico, que tiene dos cuentas en Instagram (@fit_withdesi y @the_village_boy_2028), no se pasa cinco horas diarias haciendo scroll.