VALÈNCIA. No sé por dónde empezar. Me vienen varias imágenes deportivas de los últimos días a la cabeza. El salto de Mamardashvili, un penalti injusto y la prensa valenciana ensañándose sin medida con el árbitro por su error. La remontada de Daniela Fra y Blanca Hervás, en modo turbo, que llevó al equipo español de 4x400 al triunfo en los World Relays de Guangzhou. El triple de Alina Iagupova para rematar al Casademont Zaragoza en la final de la Liga Femenina, el esguince terrorífico de Raquel Carrera 14 meses después de romperse la rodilla y Queralt Casas y Leti Romero levantando el trofeo bajo la lluvia de confeti y los acordes gastados del ‘We are the champions’.
Saboreo los recuerdos durante mi convalecencia por una operación sencilla y estos se mezclan con los de una película que rebota en mi cabeza desde hace días: ‘También esto pasará’. Las playas de Cadaqués, el papel de Marina Salas y el viaje a la lectura, hace años, de la novela homónima, fantástica, de Milena Busquets.
Y no se me va de la cabeza, no sé por qué, el trayecto en autobús que hice hace poco desde la parada del metro en València Sud hasta Paiporta. Un desplazamiento en un vehículo tiznado por el polvo marrón que dejó la Dana asesina y asquerosa. Un autocar que iba por una carretera que surcaba un territorio herido lleno de cicatrices todavía visibles. Un viaje de 10 o 15 minutos que sigue circulando en mi cocorota.
Tampoco es posible no recrearse con la muerte de Pepe Mujica si cada tres stories te sale un vídeo recordándote alguna de sus frases demoledoras. Todos los reels son conmovedores. Todas sus entrevistas estuvieron rebosantes de verdades como puños. Y ahora que ha muerto, ves la cantidad de gente que comparte su mensaje, gente de todos los perfiles y colores políticos, y no entiendes nada. Si es tan obvio, si todo el mundo lo tiene tan claro, por qué vivimos en un mundo tan poco acorde a las ideas políticas o sencillamente humanas del ex presidente de Uruguay.
El mundo está loco.
La gente está loca.
Yo estoy loco.
Y hay dos males que matan a la sociedad en este siglo XXI del que ya llevamos un cuarto: el ego y el desinterés por los demás. El ego todo lo pudre y lo corrompe. ¿Tan importantes somos cuando, en verdad, apenas somos una mota de polvo en el universo? ¿Tan poco te interesa el prójimo? Hagan la prueba: comiencen a contar algo cotidiano de su vida, algo que a ti te incumbe y, quizá, hasta te preocupe. Pasados treinta segundos, qué digo treinta, quince, la persona de enfrente habrá dejado de escucharte y, es probable, hasta te haya cortado para meter su cuña.
Mi forma de encontrar la paz es seguir el viaje de Fabio Belnome, un catalán que hace más de dos meses emprendió un viaje de Barcelona a Japón con un Fiat Marea de 1998 que compró de segunda mano por 800 euros. Un viaje en coche por el sur de Europa, a través de Asia, hasta Vladivostok, a orillas del Pacífico, del mar de Japón, donde ha cogido un ferry a Corea del Sur para cruzar desde allí a Japón. Fabio cuenta sus peripecias a diario a través de una cuenta de Instagram que se llama @volatadipeluca y lo hace de una forma tan hábil y tan honesta que es imposible no empatizar con él como si fueras sentado en el asiento de atrás del Marea.
Ahora está en la recta final de su viaje, pero hace unos días parecía que todo se iba a traste por una grieta que le hacía perder el aceite. La avería se produjo en mitad de un puente festivo en Rusia y tenía solo dos días para coger el ferry con todo los billetes y todos los gastos burocráticos pagados. Miles de personas sufrimos con él, compartimos su angustia. Ya somos más de 1,2 millones de personas los que nos hemos enganchado a su viaje. Porque también hay locos maravillosos.