VALÈNCIA. Suena Rod Stewart por mis AirPods y me pregunto, embobado, por qué tiene tan poco reconocimiento en comparación a otros cantantes históricos. Camino con pies ligeros cuando suena ‘Young Turks’ y después, más tranquilo, me dejo mecer por la deliciosa ‘Have I told you lately’, y mientras, sentado en un banco, veo pasar a los corredores que han madrugado. Como todos los años, València se ha transformado el día 1 de septiembre, convertido esta vez en la madre de todos los lunes.
Los que corremos en agosto al alba vemos el cambio cada temporada. De las carreras casi clandestinas de cada mañana, a las 7, con el sol recién puesto, viéndonos las caras los mimos casi a diario, pasamos al mogollón. La gente, mucha gente, ha vuelto de vacaciones y, además, arranca el primer día de septiembre su plan de entrenamiento que tiene como destino final el Maratón de Valencia Trinidad Alfonso Zurich con paradas, muy probablemente, en el medio maratón y en la 15K Nocturna.
No deja de asombrarme la cantidad de valencianos que salen a correr a diario por ese carril mellado al que parece que nadie le pone el cascabel. Imagino que es imposible mantenerlo en permanente buen estado, igual que nadie pudo prever tampoco que esta vía para ‘runners’ fuera tomada también por paseantes y guiris despistados en bicicleta.
Entra ‘Tonight’s the night’ y las caderas se bambolean mientras medito sobre cómo ha cambiado esta ciudad en diez años. València es mucho más deportista. No solo por los corredores que van de aquí para allá por todas partes. También por los conversos al CrossFit y, más tarde, al Hyrox y al Deka. Los reyes del burpee y el trineo atiborrado de pesados discos. Deportistas de calcetín largo y camiseta sin mangas obtenida, con el sudor de su frente, en el último hyrox completado en cualquier ciudad de España.
Luego salgo del río y mientras camino hacia La Pérgola en busca de un Súper Bombón, el bocadillo que alivia las almas de decenas de valencianos alrededor de las 10, que no todo es correr, veo que el centro ha sido colonizado por los turistas. No ya por los visitantes que van por ahí callejeando por una ciudad preciosa -¿cómo no va a estar lleva de turistas?- sino por las consecuencias de ese desembarco diario que ha transformado el paisaje por completo. Los comercios tradicionales y variados han sido sustituidos por cafeterías con café carísimo, supermercados o colmados donde comprar bebidas y chocolate en sus mil versiones, o locales para alquilar bicicletas. Todo tan monótono, tan triste, tan impersonal. València igual que Lisboa y que Bruselas.
Me molesta no poder pasear con tranquilidad por la Lonja y la Catedral, como a todos, pero cada cierto tiempo yo también molesto en ciudades ajenas y entorpezco el paso porque estoy fotografiando la torre de una iglesia majestuosa en vete tú a saber dónde. Es lo que hay.
Aunque todo es más placentero si estás de vacaciones, no tienes prisa y Rod Stewart te susurra con su voz rasgada hermosas canciones. “Alguien me dijo hace tiempo / hay una calma antes de la tormenta, lo sé / Hace tiempo que viene / Cuando se acabe, dicen / Va a llover un día soleado, lo sé / Brillando como el agua”. Y pienso que ese día soleado que vendrá después de la tormenta de corredores trotando por el viejo lecho del Túria es el maratón, que, llueva o no, brilla con tanta fuerza que al mundo entero ilumina. Así que, viejo corredor entumecido, sonrío al verles preparar la carrera entre decididos y eufóricos, aunque también asustados y temerosos, y pienso que a mí me gusta mi ciudad. Your’re in my heart.