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Pobreza energética

30/11/2021 - 

VALÈNCIA. Me viene de maravilla hablar de crisis energética poniendo al Valencia CF como ejemplo de algo que, de un modo u otro, preocupa y entiende toda la sociedad. El caso es que Meriton, como buena empresa energética que siempre debe ganar, sigue con su contador en funcionamiento, encareciendo el mercado de su propia cotización, porque a cuanto más desastre menos ánimo quedará entre los valencianos por hacerse con su club del alma, de ahí viene, como bien sabemos, la doble ampliación de capital que lanza Lim: la primera, para capitalizar su deuda, ya que ve claro que no la va a poder cobrar y así es un modo de hacerlo por debajo de la mesa; la segunda, como un órdago al valencianismo, ya que renuncia a su preferencialidad, vacilonamente, para ver quién es el chulo o la chula que mete aquí millones de euros, para no tener control alguno del club y su dinero caiga en el saco roto de una empresa en quiebra. La cuestión es que así todos se desanimarán y Lim tendrá su coartada perfecta para decir que él lucha y apuesta por el esplendor de este club, pero que, como somos xenófobos,  les odiamos y esas cosas que han dicho por activa y por pasiva y no valoramos los regalos que el divino ser superior nos da a través de su aura. Sube entonces el precio del kilowatio porque se nos hace caro ir a la compra de esa luz al final del túnel, ya que ni es luz natural (con lo cual, seguiremos sin salida) ni anuncia el fin de este agujero oscuro en el que han metido a la institución.  La banca, señores, siempre gana, como las energéticas, otra cosa es si ganan más o menos. Y otra también muy distinta, es el cómo lo hacen: es decir, si es lícito y no lícito, ético o no ético y legal o no legal. Las energéticas cumplen en todo ello, pero ya no sé (y lo digo en serio, no lo sé porque este club es opaco) si Meriton lo hace, así que pongamos que, al menos, muy ético no es. Lícito, es posible. Y del resto no estoy capacitado para hablar, pero ya se oyen vientos y ríos, con fuerza, que anuncian la irrupción de unas renovables alternativas. De momento, Lim nos quiere dar una lección en nuestra propia cara y entiende que, tras su órdago, se acabarán las críticas a su intermediación en este club, pues sin él, estaríamos liquidados y a oscuras. Pobre aquella luciérnaga que, sobre un simple piedra, cree ser un faro, porque no es consciente de su auténtica dimensión en la vida.

Bordalás, por su parte, busca dar con el interruptor adecuado en ese contador de luces al que todos acudimos cuando sufrimos un apagón de esos repentinos. Todos confiamos en su experiencia y conocimientos para saber que una de esas clavijas negras es la adecuada, pero sigue sin alumbrar toda la casa cada vez que le da para subir o para bajar: de momento, está apostando estas semanas por echarlas todas para abajo, enfiladas, ordenadas, y luego ir pulsando alguna para arriba, pero no le sale la fórmula, porque tampoco las dichosas clavijas están haciendo bien el contacto: sin acierto (y este equipo no tiene una delantera acertada ni una defensa tampoco) es muy difícil que superemos la penumbra de quien empata porque al final hace todo bien para no perder pero no hace lo suficiente para ganar. Así, no andamos ciegamente por el pasillo, pero tampoco vemos las cosas con claridad, de tal modo que, hasta que no estamos muy cerca de caernos, entonces, a base de insistencia, salvamos la situación en el tiempo de descuento.

Pero no solo eso: falta luz, sí, pero el valencianismo, que es tan caliente para muchas cosas, está quedándose bastante frío con su equipo, no porque no valore lo que estos chavales intentan hacer, sino porque su fútbol es pobre en muchos sentidos y porque la planificación deportiva, además de tener pocas luces, no da el calor suficiente como para que podamos acercar las manos y entrar en temperatura si es necesario renovar plantilla o luchar por objetivos más o menos afines a la historia del club. Ha pensado Bordalás que el roce hace el cariño y con la cercanía emotiva (es decir, la motivación)y el contacto, se pueden sacar los partidos, lo malo es que las cartulinas amarillas van que vuelan y al final te pasas todo el partido cortando avances rivales por lo civil o lo criminal y eso no te puede dar nunca calor, sino calentura, porque te pones enfermo de tanto correr, dar y recibir. No da, querido Bordalás, con apelar a la intensidad (pero no dejes hacerlo, por favor): el valencianismo quiere ese coraje, pero también calidad en el trato de balón, alguna combinación que no dependa tanto de una corriente de energía repentina que le da a uno, por banda, y con eso a ver qué pasa. El equipo debe estar más y mejor trabajado y sabemos eso de que tenemos lo que tenemos, pero hay plantillas que también tienen lo que tienen y juegan mejor (y con mejores resultados) que este Valencia CF.

La cuestión, en definitiva, es que a este equipo se le están apagando las luces y la energía dentro y fuera del campo, con una diferencia: sobre el césped sé que hay profesionales muy cualificados que harán dos empalmes, arreglarán un par de enchufes, dos tomas de tierra y listo. Fuera del campo sé que la única opción que saben poner en juego es la de cortar la corriente cuando la paraeta sea más rentable cerrada que abierta, porque a eso se han dedicado toda la vida. Pero lo malo es que es el valencianismo, como siempre, el que tendrá que pagar la factura a tan alto coste, porque de eso se aprovechan quienes hacen del negocio (y no de la empatía) un fuego, alumbrador y destructor al mismo tiempo. Vivimos una época de contrastes, de desigualdades y desequilibrios económicos, sociales y culturales y al Valencia CF le ha tocado, por ese ciego y cegado azar que fue su venta al mejor (Lim)postor, el peor de lo lados, donde la humedad de la oscuridad va apoderándose, poco a poco, de todos los rincones en los que antes entraba una luz (aunque a veces fuera mala o no del todo buena) por una ventana natural: han tapiado todo resquicio de esa esperanza de que volvamos a ver la luz tal y como merecemos, porque el Valencia no tiene ni máximo accionista, ni inversores, sino secuestradores emocionales, que lo han relegado a vivir en un zulo, sin calefacción ni luz natural, que recibe algo de claridad en contadas ocasiones para que no parezca que, en verdad, se le retiene contra su historia y su voluntad, porque, en caso de intercambiar al rehén, cabe hacer que parezca que está en perfecto estado, ya que así la recompensa será más alta y de eso se trataba: siempre trató de eso.

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