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opinión

Que cada palo aguante su vela

30/10/2018 - 

VALÈNCIA. Desconfianza. Exceso de responsabilidad. Bloqueo mental. Incluso miedo. Hay barra libre para calificar el comienzo de temporada del Valencia CF como a uno le venga en gana, porque el orden de los factores, por desgracia, no altera el producto. El balance entre los números y las sensaciones no deja lugar al equívoco: algo pasa y no es bueno. En lo estadístico, el asunto es representativo, porque señala un registro marciano de nueve empates en doce partidos. A estas alturas el equipo tenía 13 puntos más que ahora y había anotado 20 goles más. Y en lo referente a las sensaciones, el poso de lo visto hasta ahora es agrio. Salvo Gayà, Kondogbia, Neto y Soler, que están sosteniendo al equipo, ninguno de los recién llegados o de los que ya formaban parte de la guardia pretoriana de Marcelino están demostrando personalidad y rendimiento para ayudar al equipo a salir de la zanja que él mismo se ha cavado. 

Dicen los que saben de esto que un equipo grande sabe que tiene auténticos problemas cuando se dan dos supuestos: irregularidad y falta de contundencia. Ambas cuestiones le suceden al VCF. En primer lugar, da la sensación de que es capaz de ganarle a cualquiera y que, de manera incomprensible, también es capaz de perder ante cualquiera. Y en segundo lugar, parece que el equipo ha olvidado su mejor cualidad, el dominio de las áreas, para convertirse en un equipo inconcreto, chato, desconfiado, que comenzó sin defender bien su área y que ahora sigue con problemas porque no sabe atacar la contraria. La gestión del club es la misma que hace un curso, excelente, porque Mateu Alemany ha hecho lo suyo. Y la dirección de campo es la misma que la pasada temporada, sobresaliente, porque Marcelino no ha cambiado y su sistema sigue siendo el mismo, un 4-4-42 innegociable. La pregunta del millón es ¿qué es lo que ha cambiado? Pues fácil. El estado de forma de varios jugadores clave y la capacidad de autoexigencia de buena parte de la plantilla. 

El curso pasado el VCF funcionó como un tiro, como su historia y escudo exigen, con una plantilla que tenía carencias, pero a la que le sobraba hambre y entusiasmo. Este curso el VCF está fallando más que una escopeta de feria, estando por debajo de la inversión y del esfuerzo del club, con una plantilla mejorada, pero a la que le está faltando convencimiento y empuje. El año pasado, el equipo jugaba dos competiciones. Este curso, el nivel de la exigencia ha subido un peldaño. Ya no son dos competiciones, sino tres, con el desgaste que eso implica. Y eso exige un punto más de la dirección deportiva, del entrenador y por supuesto, de la plantilla. Habrá quien busque culpables y quien prefiera encontrar soluciones, pero lo que no se puede discutir es que la principal responsabilidad de lo que está pasando es de los que se visten de corto. Los que el año pasado clasificaron al VCF para la Champions son los mismos que ahora no dan pie con bola. Unos ponen el foco en Parejo, otros en Rodrigo, otros en los recién llegados, dudando de su calidad y otros, en un rendimiento colectivo tan inesperado como frustrante. 

Llámenlo desconfianza, aturdimiento, crisis o como ustedes quieran, pero el asunto es, como en realidad siempre ha sido, en lo bueno y en lo malo, de los futbolistas. Marcelino sabe que el equipo puede y debe dar más, pero también que existen demasiados jugadores que están dando menos de lo que tienen y la mitad de lo que pueden. Es hora de tomar decisiones. Hora de dar un paso al frente. Hora de hablar poco y correr mucho. Que cada palo aguante su vela. Es hora de dejar de preocuparse y empezar a ocuparse. Mestalla ya no puede esperar más. Y la gente no es tonta: no exige ganar, pero sí darlo todo, vaciarse en el campo, tener personalidad. Ya toca.

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