VALÈNCIA. Sin duda que el triunfo en Montilivi que supuso la permanencia ha sido el mejor momento de 2019. Aún me emociono al recordar el gol de Bardhi y los muchísimos vídeos de locura que se multiplicaron en las redes sociales después de un encuentro desaconsejable para los que sufren del corazón. Ni lo viví en Girona ni tampoco en Valencia. Hacía mucho tiempo que en esas fechas estaba acreditado para el Masters 1000 de tenis en Madrid y cruzaba los dedos para que en esa penúltima jornada ya no hubiera nada en juego y la salvación estuviera amarrada. No fue así y el dramático encuentro me pilló en la final del torneo. En el turno de la mañana coincidí en la Caja Mágica con aficionados del Valladolid que hacían la previa allí porque a la misma hora se jugaban la vida en Vallecas: debían ganar al Rayo y que el Levante les echara un cable. Mientras Djokovic y Tsitsipas, que había eliminado a Nadal en semifinales, se jugaban la corona, mi atención estaba en la radio del móvil. Lo pasé fatal, me vi en Segunda cuando el Girona se puso por delante en el marcador, renací con el empate hasta el sobresalto del penalti que el VAR decidió anular y no pude aguantar la alegría entre tantísimos espectadores con la estocada del macedonio Enis. Lo celebré justo cuando Djokovic alzaba el trofeo de campeón. Estaba encima de un palco con más aficionados del Valladolid que seguían desde una tablet su ‘final’ y se unieron a mi frenesí porque la victoria granota, junto a la suya, les daba automáticamente la permanencia en Primera.
Era el 12 de mayo. Justo el mismo rival que en el primer partido de 2019. Por aquel entonces (4 de enero) ni granotas, que eran décimos, ni gerundenses, un puesto por encima, hubieran pensado que se la jugarían a un carta, a vida o muerte, en la segunda vuelta. Durante el trayecto, al Levante le pasó de todo: derrotas dolorosas (solamente cuatro victorias y la de Montilivi), las afrentas del VAR que obligaron a Quico Catalán a poner la voz en grito tras la injusta bofetada en San Mamés, las tres semanas de prisión de Toño, la filtración de la marcha de Jason al Valencia, el traspaso de ‘Manolito’ Boateng a China o el ‘caso Chumi’ que facilitó el camino del Barcelona en la Copa del Rey. Es casi imposible tanto en tan poco tiempo y salir indemne. De ese laberinto, el equipo encontró la salida en un partido que perdura para siempre y que hizo justicia a la fe de un vestuario que cicatrizó sus heridas y cumplió con el objetivo sobre la bocina. Morales comenzó la remontada al gol de Stuani, Bardhi la culminó y Aitor sostuvo al equipo con sus paradas imposibles.
El meta ha sido el protagonista de 2019. Había disputado la eliminatoria de Copa ante el Lugo de finales de 2018 y, a la sombra hasta ese instante de Oier, Paco López le dio la alternativa en Liga el 2 de febrero en el empate sin goles en el Ciutat frente al Getafe. Fue de menos a mucho más hasta convertirse en el mejor portero de LaLiga en 2019. Ha cerrado el año siendo el arquero con más paradas (138), seguido de Rubén Blanco (Celta, 115), Diego López (Espanyol, 113), Oblak (Atlético, 103) y Asenjo (Villarreal, 99). Aitor está en la cúspide de los elogios y con merecimiento. En un escalón inferior, entre otros, Campaña ha acabado 2019 como el mayor asistente de la competición doméstica con 11 regalos a sus compañeros. Y Morales terminó como uno de los cuatro de Primera que ha participado en los 39 partidos del año. Pero como siempre ha repetido Paco, el colectivo es consciente de que las individualidades deben quedar en un segundo plano y priorizar el bloque. Que a todos les llegará su momento, incluso a un Sergio León que se siente más fuera que dentro. Aunque está también claro que hay futbolistas que son y seguirán siendo determinantes en el ADN descarado y valiente del míster de Silla.
Solamente como equipo se puede soñar en grande. Es el momento de hacerse sentir, de rebelarse ante los mínimos y creer en que la temporada del 110 aniversario pueda ser recordada para siempre. Está claro que no hay que perder la perspectiva, que quizás se han sumado más puntos que sensaciones positivas, pero ese evidente margen de mejora si se alcanza el dichoso equilibrio invita a proyectar la mirada y no estar pendiente del retrovisor. La victoria ante el Celta ha prolongado la distancia con el descenso a los 12 puntos. Una alegría con otra reacción, con la tercera remontada de la temporada en Orriols después de las del Villarreal y la mágica gesta frente al Barcelona con Messi. En el Ciutat se fabrican los retos de mayor envergadura. Los últimos dos triunfos han mostrado otro argumento al que aferrarse: que este Levante ha aprendido a no caerse, a seguir en pie pese a los golpes, que ya no se desmorona como sucedió contra el Valencia y en las segundas partes en Getafe y el Villamarín. No debe ser excusa, pero el revés en el derbi estuvo muy condicionado por el maleficio en el centro de la defensa.
2020 comienza para el Levante en el Wanda. Allí encajó Paco López su primera derrota en abril de 2018 después de arrancar con tres triunfos y un empate. En el último precedente se vivió uno de los momentos más desesperantes con el VAR, el del incomprensible penalti de Vukcevic que acabó por hundir las opciones de volver a Valencia con recompensa. Los números son claros y adversos: 13 precedentes, 12 derrotas y un empate sin goles en febrero de 2005. Pese a las estadísticas, hay motivos para dar el golpe en el Metropolitano porque este equipo ha demostrado que puede ganarle a cualquiera. Este partidazo llega después de uno de esos triunfos revitalizantes. Las celebraciones ante el Celta han disparado la ilusión en la afición; un cosquilleo que no hay que perderlo nunca. Los abrazos entre Roger y Mayoral; o de Morales saliendo disparado desde el banquillo para abrazar a Borja ejemplifican que el vestuario también cree y desea enterrar las subidas y bajadas, siempre sin perder el foco porque al mínimo resquicio de relajación se desmorona el castillo de naipes.
Tengo muchas ganas de ver al Levante aspirando a cotas mayores, a ser más exigente en sus objetivos y solamente mirar hacia atrás para coger impulso. Al filial creciendo, sin pasar apuros y suministrando talento al primer equipo, si es posible criado en Buñol; que lo de lo de Pablo Martínez, Eliseo Falcón y Gonzalo Pereira, a los que es un error ponerles la etiqueta de canteranos, no haya sido únicamente una tirita para curar la heridas de las bajas que se acumularon en su día. Y al Femenino le pediría que fuera más constante, que dejara la imprevisibilidad y ese riesgo a un despiste inesperado ante el rival que no toca, y que diera más motivos para pensar en que la segunda plaza de la Primera Iberdrola, ahora a seis puntos, no es una quimera, así como ambicionar a la enésima potencia en lo que se avecina en un inicio de año de locos con la Supercopa de España y la Copa de la Reina.