VALÈNCIA.- La idea de estar sobre las dunas del desierto bajo un cielo estrellado y sin rastro de civilización era algo que me atraía desde hacía tiempo así que cuando decidí viajar a Marruecos marqué el desierto de Erg Chebbi como uno de los lugares imprescindibles a los que ir. El otro fue Chefchaouen, ciudad desde la que parto en mi aventura al desierto. Un encaje de bolillos que me lleva a conducir 635 kilómetros para cumplir con ese sueño viajero que no sé si me decepcionará.
Un viaje que me lleva a tiempos en los que aquí se hablaba latín. Entonces, esta zona del norte se llamaba Mauritania Tingitana y era una de las muchas provincias del Imperio romano. Aquí se alzaba la ciudad de Volubilis, hoy una de las mejores ruinas romanas del norte de África. Tanto es así que, desde la carretera, diviso sus columnas, que marcan lo que hasta hace 1.800 años era la Decumanus Maximus, la vía principal que atravesaba Volubilis. En la entrada me ofrecen la posibilidad de realizar la visita guiada en español y la contrato sin dudarlo (cuesta unos 70 dirhams, unos 6,5 euros). A través de las palabras del guía viajo al año 42 después de Cristo, cuando la ciudad fue anexionada al Imperio romano y aquí vivían más de 20.000 personas. Mohamed —en un perfecto español— me cuenta que Volubilis formó parte del Imperio romano hasta finales del siglo III, cuando los romanos abandonaron la ciudad. Entonces quedó habitada por tribus bereberes e incluso fue el refugio de Moulay Idriss, considerado el padre de Marruecos, en el año 789 en su huida de Siria. Pero a partir del siglo XVIII sufrió múltiples saqueos para construir los palacios de Meknes y el terremoto de Lisboa de 1755 derrumbó gran parte de los edificios.